/ jueves 18 de abril de 2019

15 de abril

Ya, 15 de abril, en caridad de Dios.

Ayer, Luis Abraham cumplió años; 30, para ser precisos. Por un pelo y su nacimiento podría haber empañado su biografía al considerarlo como una desgracia más, pero no, nos salvamos y nació un 14 de abril, mismo que celebró con sus amistades. Festejo al que no fui requerido, por cierto, y que, en otras condiciones merecería sonora trompetilla, pero no, me la reservo para mejor ocasión.

Respecto de lo aciago de la víspera procedo a explicarme: una apretada recopilación —que el incendio de Notre Dame puso de relieve— da como resultado que la del 15 de abril es una fecha nefasta: ese día murió durante la madrugada, víctima de un asesino solitario, el presidente Abraham LincoIn; años más tarde, aconteció el célebre hundimiento del Titanic; en la misma data, esta vez en México, murió el icónico actor Pedro Infante; en 1989, la conocida como “Tragedia de Hillsborough” sucede en esa fecha, al igual que el atentado de la Maratón de Boston casi veinticinco años después; finalmente, ayer, 15 de abril, ocurrió el espantoso incendio en Paris, oh la lá, de la afamada Catedral de Notre Dame.

Cabe decir que a ese histórico lugar me une un no sé qué que qué se yo. Recuerdo, como si fuera ayer, cuando abrí por primera vez la popular novela y cómo este párrafo me atrapó para siempre: “Cuando hace algunos años el autor de este libro visitaba o, mejor aún, cuando rebuscaba por la catedral de Nuestra Señora, encontró en un rincón oscuro de una de sus torres, y grabada a mano en la pared, esta palabra: ‘A AΓKH’”; “A AΓKH”… fatalidad. Junto a la “Ilíada” y “El amor en los tiempos del cólera”, la lectura de “Nuestra Señora de París” constituyó un hito en mi vida de lector, de soñador irredento, de ser humano.

Como sea, ¿ven por qué Luisito estuvo cerca del despeñadero? Ha sido latosito —eso que ni qué—, pero de ahí a considerarlo una catástrofe pues no; la estadística no da para tanto.

Bien, si lo de mi estado de ánimo no guarda relación con el cumpleaños de mi’jo ni con las desgracias que he reseñado, ¿a qué el título de estos párrafos? A que, por fin, llegaron estos días de asueto. No sé si los merezca o no (habrá sus opiniones); sólo sé que los anhelaba de todo corazón.

La Semana Santa viene a mí con recuerdos mezclados; días de guardar, de reflexión y recogimiento espiritual, lo cierto es que han sido muchos esos días de molicie que pasé de vaguito aquí o allá. Recuerdo a mi mamá y el lejano Coro de San Francisco —un acontecimiento magnífico por donde se le mire, donde tanto aprendí de gente entrañable— y no puedo evitar que brote en mi pecho una sensación de nostalgia, de pérdida, de lamentación tal vez.

No se trata de que este año vaya a ir a algún sitio, no voy a salir, sólo que resulta necesario alejarse un poco de esa cotidianidad, a veces tóxica; y dedicarle tiempo a esas minucias que de modo paulatino nos construyen poco a poco desde dentro: leer, escribir, disfrutar de una buena película o, de plano (porque también es necesario), meditar en la inmortalidad del cangrejo.

Si es usted religioso, no podrá permanecer ajeno a la experiencia mística de estos días; disfrútelos. Recuerdo que cuando Adolfo estaba en preparatoria solía irse a la sierra de “misiones”; en una de tantas, representó a uno de los dos ladrones que colgaron al lado de Jesús (creo que Dimas) y aquello fue un jolgorio; con el cuento de que puede durar tres meses sin cortarse el pelo, y como es delgadito, parece micrófono de los años ochenta.

En fin, yo pretendo inaugurar estas fechas en fachas; terminar la soberbia recopilación de Borges que tengo pendiente desde hace semanas; avanzar un poco en la escritura de un texto que lleva comiéndome el cerebro desde hace meses; y volver a ver Ben-Hur (la versión original); ya vendrán el lunes y sus sinsabores a ponerme en mi lugar.

Finalmente, confío —por el bien de mi espíritu y la paz de mi alma— en que esta penitencia de comer a cuentagotas tenga su mérito. La próxima vez que vea al doctor le voy a decir que eso del régimen está muy bien, pero que debería considerar en el menú platillos propios de cada ocasión: lentejas, chacales y, ¿por qué no?, un tantitito de capirotada. O a ver, ¿cómo le vamos a hacer allá por las navidades?

Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: http://unareflexionpersonal.wordpress.com/


luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com


Ya, 15 de abril, en caridad de Dios.

Ayer, Luis Abraham cumplió años; 30, para ser precisos. Por un pelo y su nacimiento podría haber empañado su biografía al considerarlo como una desgracia más, pero no, nos salvamos y nació un 14 de abril, mismo que celebró con sus amistades. Festejo al que no fui requerido, por cierto, y que, en otras condiciones merecería sonora trompetilla, pero no, me la reservo para mejor ocasión.

Respecto de lo aciago de la víspera procedo a explicarme: una apretada recopilación —que el incendio de Notre Dame puso de relieve— da como resultado que la del 15 de abril es una fecha nefasta: ese día murió durante la madrugada, víctima de un asesino solitario, el presidente Abraham LincoIn; años más tarde, aconteció el célebre hundimiento del Titanic; en la misma data, esta vez en México, murió el icónico actor Pedro Infante; en 1989, la conocida como “Tragedia de Hillsborough” sucede en esa fecha, al igual que el atentado de la Maratón de Boston casi veinticinco años después; finalmente, ayer, 15 de abril, ocurrió el espantoso incendio en Paris, oh la lá, de la afamada Catedral de Notre Dame.

Cabe decir que a ese histórico lugar me une un no sé qué que qué se yo. Recuerdo, como si fuera ayer, cuando abrí por primera vez la popular novela y cómo este párrafo me atrapó para siempre: “Cuando hace algunos años el autor de este libro visitaba o, mejor aún, cuando rebuscaba por la catedral de Nuestra Señora, encontró en un rincón oscuro de una de sus torres, y grabada a mano en la pared, esta palabra: ‘A AΓKH’”; “A AΓKH”… fatalidad. Junto a la “Ilíada” y “El amor en los tiempos del cólera”, la lectura de “Nuestra Señora de París” constituyó un hito en mi vida de lector, de soñador irredento, de ser humano.

Como sea, ¿ven por qué Luisito estuvo cerca del despeñadero? Ha sido latosito —eso que ni qué—, pero de ahí a considerarlo una catástrofe pues no; la estadística no da para tanto.

Bien, si lo de mi estado de ánimo no guarda relación con el cumpleaños de mi’jo ni con las desgracias que he reseñado, ¿a qué el título de estos párrafos? A que, por fin, llegaron estos días de asueto. No sé si los merezca o no (habrá sus opiniones); sólo sé que los anhelaba de todo corazón.

La Semana Santa viene a mí con recuerdos mezclados; días de guardar, de reflexión y recogimiento espiritual, lo cierto es que han sido muchos esos días de molicie que pasé de vaguito aquí o allá. Recuerdo a mi mamá y el lejano Coro de San Francisco —un acontecimiento magnífico por donde se le mire, donde tanto aprendí de gente entrañable— y no puedo evitar que brote en mi pecho una sensación de nostalgia, de pérdida, de lamentación tal vez.

No se trata de que este año vaya a ir a algún sitio, no voy a salir, sólo que resulta necesario alejarse un poco de esa cotidianidad, a veces tóxica; y dedicarle tiempo a esas minucias que de modo paulatino nos construyen poco a poco desde dentro: leer, escribir, disfrutar de una buena película o, de plano (porque también es necesario), meditar en la inmortalidad del cangrejo.

Si es usted religioso, no podrá permanecer ajeno a la experiencia mística de estos días; disfrútelos. Recuerdo que cuando Adolfo estaba en preparatoria solía irse a la sierra de “misiones”; en una de tantas, representó a uno de los dos ladrones que colgaron al lado de Jesús (creo que Dimas) y aquello fue un jolgorio; con el cuento de que puede durar tres meses sin cortarse el pelo, y como es delgadito, parece micrófono de los años ochenta.

En fin, yo pretendo inaugurar estas fechas en fachas; terminar la soberbia recopilación de Borges que tengo pendiente desde hace semanas; avanzar un poco en la escritura de un texto que lleva comiéndome el cerebro desde hace meses; y volver a ver Ben-Hur (la versión original); ya vendrán el lunes y sus sinsabores a ponerme en mi lugar.

Finalmente, confío —por el bien de mi espíritu y la paz de mi alma— en que esta penitencia de comer a cuentagotas tenga su mérito. La próxima vez que vea al doctor le voy a decir que eso del régimen está muy bien, pero que debería considerar en el menú platillos propios de cada ocasión: lentejas, chacales y, ¿por qué no?, un tantitito de capirotada. O a ver, ¿cómo le vamos a hacer allá por las navidades?

Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: http://unareflexionpersonal.wordpress.com/


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