/ miércoles 30 de mayo de 2018

27 de mayo 1941, hundimiento del Bismarck

Alemania tiene un problema casi existencial, que arrastra desde que el país quedó confrontado a los crímenes nazis, que comenzaron a salir a la luz cuando el Ejército Rojo liberó Auscwitz el 27 de enero de 1945. El país, cada vez que la ocasión lo exige, se inclina con humildad al recuerdo de víctimas de la barbarie, un silencio de cementerio reina cada año, cuando Alemania se confronta a otros dos aniversarios famosos y que marcan el comienzo y el final de la tragedia. El 30 de enero de 1933, el día en que Adolfo Hitler fue nombrado, en una ceremonia que duró sólo 15 minutos, canciller del país, y el 30 de abril de 1945, cuando el Führer se suicidó en la soledad de su búnker de Berlín.

Connotación traumática para los alemanes del siglo XXI, que no logran entender cómo fue posible que un fanático antisemita y nacionalista se convirtiera en el dictador del país gracias al voto popular. De hecho, 73 años después de la desaparición del III Reich, los alemanes siguen confrontados al misterio de cómo uno de los peores asesinos que recuerda la historia universal los embrujó y convirtió en obedientes fanáticos vasallos.

La persecución y hundimiento del Bismarck fue uno de los episodios palpitantes de la batalla del Atlántico. Había mucho en juego, pues la capacidad destructora del acorazado alemán era tal que ponía en riesgo el sistema de convoyes del que dependían las islas Británicas para su supervivencia; la superioridad numérica de la Royal Marine fue definitiva. Enviar al Bismarck casi en solitario y sin esperar Tirpitz, Scharnhorst y al Gneisenau, con los que la Kriegsmarine fue el más grave de los errores. Nunca sabremos cuál hubiese sido el resultado de un enfrentamiento, pero sí sabemos que más de 2,000 marinos peridieron la vida en el intento. El Bismarck era el orgullo de guerra alemana. Desplazaba cincuenta mil toneladas, su velocidad de crucero era de 35 nudos, mucho mayor que la de cualquier acorazado de la época; su blindaje estaba formado por cinco planchas sucesivas de acero y su artillería tenía un alcance de 37 km. Una verdadera maravilla técnica superior a cualquiera de sus rivales.


Alemania tiene un problema casi existencial, que arrastra desde que el país quedó confrontado a los crímenes nazis, que comenzaron a salir a la luz cuando el Ejército Rojo liberó Auscwitz el 27 de enero de 1945. El país, cada vez que la ocasión lo exige, se inclina con humildad al recuerdo de víctimas de la barbarie, un silencio de cementerio reina cada año, cuando Alemania se confronta a otros dos aniversarios famosos y que marcan el comienzo y el final de la tragedia. El 30 de enero de 1933, el día en que Adolfo Hitler fue nombrado, en una ceremonia que duró sólo 15 minutos, canciller del país, y el 30 de abril de 1945, cuando el Führer se suicidó en la soledad de su búnker de Berlín.

Connotación traumática para los alemanes del siglo XXI, que no logran entender cómo fue posible que un fanático antisemita y nacionalista se convirtiera en el dictador del país gracias al voto popular. De hecho, 73 años después de la desaparición del III Reich, los alemanes siguen confrontados al misterio de cómo uno de los peores asesinos que recuerda la historia universal los embrujó y convirtió en obedientes fanáticos vasallos.

La persecución y hundimiento del Bismarck fue uno de los episodios palpitantes de la batalla del Atlántico. Había mucho en juego, pues la capacidad destructora del acorazado alemán era tal que ponía en riesgo el sistema de convoyes del que dependían las islas Británicas para su supervivencia; la superioridad numérica de la Royal Marine fue definitiva. Enviar al Bismarck casi en solitario y sin esperar Tirpitz, Scharnhorst y al Gneisenau, con los que la Kriegsmarine fue el más grave de los errores. Nunca sabremos cuál hubiese sido el resultado de un enfrentamiento, pero sí sabemos que más de 2,000 marinos peridieron la vida en el intento. El Bismarck era el orgullo de guerra alemana. Desplazaba cincuenta mil toneladas, su velocidad de crucero era de 35 nudos, mucho mayor que la de cualquier acorazado de la época; su blindaje estaba formado por cinco planchas sucesivas de acero y su artillería tenía un alcance de 37 km. Una verdadera maravilla técnica superior a cualquiera de sus rivales.