/ martes 22 de enero de 2019

A reflexionar tergiversar la verdad

“El espíritu de la verdad, lo mismo que el de la libertad, son los pilares fundamentales en la vida humana”: Henrik Ibsen

Durante siglos, los seres humanos forjaron el valor verdad en su praxis cotidiana. El trabajo fue la herramienta para acrecentar los conocimientos sobre la naturaleza, sobre la sociedad y sobre el pensamiento. Al surgir la ciencia, tuvo desde un principio un sólido cimiento: la verdad, que se define como “el acercamiento eterno de la consciencia del hombre al mundo, o naturaleza o realidad objetiva”. Por ello día a día el hombre realiza nuevos conocimientos que hacen crecer cuantitativa y cualitativamente el conocimiento científico. Ese proceso es dialéctico porque se basa en que nada surge de la nada, y nada desaparece sin dejar rastro. Como un movimiento espiral, la verdad nos eleva a la calidad de desarrollo científico, siempre tomando lo mejor de lo viejo.

En la sociedad, la complejidad para conocer y comprender el proceso de transformación nos obliga a investigar las raíces del desarrollo en los momentos actuales, sin falsedades, ni subjetividades, por una razón: la verdad es objetiva. Clases sociales poseedoras de los medios de producción, de siempre, han sustentado tesis de subjetivización y de tergiversación de la verdad, para sustentar su posición de clase prominente. Por lo tanto, cada ciencia no es más que un concepto extraordinariamente amplio y complejo, que finalmente posibilitará el arribo de la cognición en juicios y razonamientos. Tal es el sendero que debe recorrer el hombre para construir la verdad. La capacidad de reflexión hace al hombre un ser que busca, encuentra y ejerce el pensamiento científico. Por algo Sócrates expresó: “Una vida sin reflexión no vale la pena vivirse”. Uno de los principales tergiversadores de la verdad fue el germano Joseph Goebbels, que logró con una propaganda basada en falacias que las generaciones venideras se preguntarán cómo fue posible que millones de seres, víctimas de un entusiasmo artificialmente provocado, pudieran ser arrastrados a cometer actos que habían de entrañar su ruina. La personificación de ese nihilismo amoral fue Goebbles.

“El espíritu de la verdad, lo mismo que el de la libertad, son los pilares fundamentales en la vida humana”: Henrik Ibsen

Durante siglos, los seres humanos forjaron el valor verdad en su praxis cotidiana. El trabajo fue la herramienta para acrecentar los conocimientos sobre la naturaleza, sobre la sociedad y sobre el pensamiento. Al surgir la ciencia, tuvo desde un principio un sólido cimiento: la verdad, que se define como “el acercamiento eterno de la consciencia del hombre al mundo, o naturaleza o realidad objetiva”. Por ello día a día el hombre realiza nuevos conocimientos que hacen crecer cuantitativa y cualitativamente el conocimiento científico. Ese proceso es dialéctico porque se basa en que nada surge de la nada, y nada desaparece sin dejar rastro. Como un movimiento espiral, la verdad nos eleva a la calidad de desarrollo científico, siempre tomando lo mejor de lo viejo.

En la sociedad, la complejidad para conocer y comprender el proceso de transformación nos obliga a investigar las raíces del desarrollo en los momentos actuales, sin falsedades, ni subjetividades, por una razón: la verdad es objetiva. Clases sociales poseedoras de los medios de producción, de siempre, han sustentado tesis de subjetivización y de tergiversación de la verdad, para sustentar su posición de clase prominente. Por lo tanto, cada ciencia no es más que un concepto extraordinariamente amplio y complejo, que finalmente posibilitará el arribo de la cognición en juicios y razonamientos. Tal es el sendero que debe recorrer el hombre para construir la verdad. La capacidad de reflexión hace al hombre un ser que busca, encuentra y ejerce el pensamiento científico. Por algo Sócrates expresó: “Una vida sin reflexión no vale la pena vivirse”. Uno de los principales tergiversadores de la verdad fue el germano Joseph Goebbels, que logró con una propaganda basada en falacias que las generaciones venideras se preguntarán cómo fue posible que millones de seres, víctimas de un entusiasmo artificialmente provocado, pudieran ser arrastrados a cometer actos que habían de entrañar su ruina. La personificación de ese nihilismo amoral fue Goebbles.