Desde la Conquista, México heredó la agricultura española basada en el latifundio feudalista. Grandes extensiones de terreno propiedad de los nobles españoles y del alto clero. Éste se basaba en la explotación de los indígenas como vasallos. Esto se extendió por cerca de cinco siglos. Llegó la Independencia y el sistema del vasallaje se suavizó, pero no desapareció, siguió siendo la principal técnica de producción y lo sigue siendo hasta nuestros días en ciertas regiones del país. Luego vino la Reforma con Juárez que despojó al alto clero de todas las tierras de su propiedad, las cuales representaban casi el cincuenta por ciento del territorio cultivable de ese entonces. Con Porfirio Díaz se continúa el sistema de las grandes haciendas con tiendas de raya que prolongaron el vasallaje. Con la Revolución empieza a cambiar este sistema, aunque no con mucho éxito, ahora los hacendados son reemplazados por los generales y oficiales triunfantes de la Revolución.
La verdadera distribución de la tierra viene con Lázaro Cárdenas en los años treinta del siglo pasado, aunque con un sistema que traería en sí mismo la causa de su fracaso económico: el ejido, el cual atomizó la propiedad de la tierra hasta el punto de que no pudo adoptar tecnologías modernas de explotación y con ello se limitaría su productividad. Se condenó al campesino a la pobreza con una producción de autosustento, como lo que existió en los albores de la agricultura. Como estacada final, Echeverría fragmenta las tierras productivas del norte del país como Sonora, Chihuahua, Coahuila y Sinaloa, los graneros del país. México es condenado así a una deficiente productividad agrícola durante años. Fue con Salinas que, al devolverle la propiedad de sus tierras a los ejidatarios, éstos comienzan a vender y se empiezan a agrandar las áreas de cultivo que ya serían capaces de invertir en tecnología.
Y en esto estamos hoy. Sólo que ahora nos surge un problema que es increíble que suceda, el problema de la importación de granos denominados “transgénicos” arguyendo que son dañinos para la salud. La verdad es que esto no ha sido comprobado científicamente y se tienen estudios de decenas de años. Los que se oponen a esta importación lo hacen alegando que se deben proteger las variedades de maíz autóctonas del país que son 56. Nosotros hemos estado importando el maíz amarillo por 30 años. Importamos millones de toneladas anuales de los Estados Unidos, y las variedades autóctonas u originales siguen ahí.
La realidad es que nuestra orografía no es muy propicia para la producción de granos, somos un país montañoso con pocas planicies. Las planicies más susceptibles están en el norte, donde hay menos agua y es más caro producirlos. En cambio, en los Estados Unidos producen en inmensas planicies, con agua de temporal, es decir no tienen que bombear agua o regar de presas. Esto les da una ventaja competitiva en precio y en volumen de producción por hectárea gracias a los odiados transgénicos.
Lo inteligente es aprovechar estos granos baratos para la producción de cerdos, pollos, gallinas, y con ello abaratar sus precios.
CONTINUARÁ
Maestro en Finanzas. Economista