/ sábado 6 de abril de 2019

¡Aguas!

El pronóstico no es nada halagüeño, ni las advertencias parecen surtir algún efecto; nuestro país se encamina hacia un caos institucional en donde la única salida parece será la resistencia civil, siempre y cuando ésta se inicie a tiempo y de forma muy bien organizada, porque estar esperando a que la oposición política formal o los liderazgos no institucionales se organicen para corregir los desvíos y desvaríos de nuestro presidente puede resultar muy caro y tardío.

Se están acumulando un sinfín de acciones y decisiones que nuestro pueblo no ve y mucho menos percibe el verdadero riesgo en que estamos, por causa de esa algarabía que celebra una venganza social por muchos años acumulada en contra del sistema de partidos políticos.

Sólo basta darse cuenta de que el Ejecutivo federal ya tiene en la mira y en algunos casos ya ha atentado contra casi todas las instituciones, fundamentalmente aquellas que son su contrapeso político (el Poder Judicial y el Poder Legislativo) que sólo ellos podrían, en un caso de urgencia, detener la estrepitosa caída que nos lleva hacia el autoritarismo e incluso el totalitarismo, así, total.

Es necesario que los ciudadanos que hoy festejan su voto a favor de Andrés Manuel López Obrador se den cuenta de que tanto poder en una sola persona y en un solo partido no sólo enloquece fácilmente a los gobernantes, sino también a quienes pueden oponerse; y la supuesta victoria social contra los regímenes pasados puede revertirse de un momento a otro en su contra.

Veamos algunos síntomas de ello: la primera estrategia de un dictador, dictan las experiencias pasadas de otras latitudes, son el control de los contrapesos del poder, ya sea mediante el ejercicio de la represión política o la modificación de las leyes que delimitan sus facultades y alcances.

Detalles tan aparentemente simplones como la propuesta de reducción del sueldo de todos los servidores públicos para colocarlos por debajo de lo que percibe el mandatario nacional, es una evidencia del propósito de dejar claro y preciso que por encima del Ejecutivo federal nadie podrá estar, ni siquiera la voluntad del “pueblo que es sabio”. El finiquito de figuras como el fuero constitucional, la revocación del mandato o la eliminación de límites y facultades entre poderes son también presagio de un inminente control gigantesco que puede convertir a nuestro país fácilmente en súbdito de un solo dueño, el señor Presidente.

Tampoco debemos soslayar la dependencia que el Ejecutivo está fomentando en la clase social más desprotegida, menos preparada y más indefensa. Miento, de todos los extractos sociales, con el reparto a manos llenas de dinero en efectivo que sólo sirve para resolver necesidades inmediatas y urgentes, pero que en nada contribuye a generar responsabilidad, interés de progreso o deseo de superación. Todos esos beneficiarios que hoy reciben dádiva del Gobierno son conciencias que, ante el destello de unas cuantas monedas, pierden la capacidad de ver su futura realidad social.

Sorprende ver con qué algarabía una inmensa población festeja el declive y la consumación de nuestro sistema de partidos políticos, únicas herramientas que por la vía democrática y pacífica nos permiten frenar ese autoritarismo que se aproxima y que, mediante la polarización y crispación de la sociedad, está logrando dividir en átomos a nuestra sociedad, todos de peso atómico diferente, por supuesto.

¿Ante quién vamos a recurrir los mexicanos, cuando todas nuestras instituciones, de gobierno, políticas, económicos o no gubernamentales, estén controladas por el Ejecutivo federal y queden sujetas a la represión militar, herramienta de supresión que AMLO ya está distribuyendo y diseminando por todo el país?

¿A los exiguos partidos políticos?, ¿a nuestros países vecinos?, ¿al caudillismo local o al uso de la guerrilla civil y paramilitar? El panorama no pinta nada bien y parece que muy pocos de esos nos estamos dando cuenta.


alfredopineraguevara@gmail.com

El pronóstico no es nada halagüeño, ni las advertencias parecen surtir algún efecto; nuestro país se encamina hacia un caos institucional en donde la única salida parece será la resistencia civil, siempre y cuando ésta se inicie a tiempo y de forma muy bien organizada, porque estar esperando a que la oposición política formal o los liderazgos no institucionales se organicen para corregir los desvíos y desvaríos de nuestro presidente puede resultar muy caro y tardío.

Se están acumulando un sinfín de acciones y decisiones que nuestro pueblo no ve y mucho menos percibe el verdadero riesgo en que estamos, por causa de esa algarabía que celebra una venganza social por muchos años acumulada en contra del sistema de partidos políticos.

Sólo basta darse cuenta de que el Ejecutivo federal ya tiene en la mira y en algunos casos ya ha atentado contra casi todas las instituciones, fundamentalmente aquellas que son su contrapeso político (el Poder Judicial y el Poder Legislativo) que sólo ellos podrían, en un caso de urgencia, detener la estrepitosa caída que nos lleva hacia el autoritarismo e incluso el totalitarismo, así, total.

Es necesario que los ciudadanos que hoy festejan su voto a favor de Andrés Manuel López Obrador se den cuenta de que tanto poder en una sola persona y en un solo partido no sólo enloquece fácilmente a los gobernantes, sino también a quienes pueden oponerse; y la supuesta victoria social contra los regímenes pasados puede revertirse de un momento a otro en su contra.

Veamos algunos síntomas de ello: la primera estrategia de un dictador, dictan las experiencias pasadas de otras latitudes, son el control de los contrapesos del poder, ya sea mediante el ejercicio de la represión política o la modificación de las leyes que delimitan sus facultades y alcances.

Detalles tan aparentemente simplones como la propuesta de reducción del sueldo de todos los servidores públicos para colocarlos por debajo de lo que percibe el mandatario nacional, es una evidencia del propósito de dejar claro y preciso que por encima del Ejecutivo federal nadie podrá estar, ni siquiera la voluntad del “pueblo que es sabio”. El finiquito de figuras como el fuero constitucional, la revocación del mandato o la eliminación de límites y facultades entre poderes son también presagio de un inminente control gigantesco que puede convertir a nuestro país fácilmente en súbdito de un solo dueño, el señor Presidente.

Tampoco debemos soslayar la dependencia que el Ejecutivo está fomentando en la clase social más desprotegida, menos preparada y más indefensa. Miento, de todos los extractos sociales, con el reparto a manos llenas de dinero en efectivo que sólo sirve para resolver necesidades inmediatas y urgentes, pero que en nada contribuye a generar responsabilidad, interés de progreso o deseo de superación. Todos esos beneficiarios que hoy reciben dádiva del Gobierno son conciencias que, ante el destello de unas cuantas monedas, pierden la capacidad de ver su futura realidad social.

Sorprende ver con qué algarabía una inmensa población festeja el declive y la consumación de nuestro sistema de partidos políticos, únicas herramientas que por la vía democrática y pacífica nos permiten frenar ese autoritarismo que se aproxima y que, mediante la polarización y crispación de la sociedad, está logrando dividir en átomos a nuestra sociedad, todos de peso atómico diferente, por supuesto.

¿Ante quién vamos a recurrir los mexicanos, cuando todas nuestras instituciones, de gobierno, políticas, económicos o no gubernamentales, estén controladas por el Ejecutivo federal y queden sujetas a la represión militar, herramienta de supresión que AMLO ya está distribuyendo y diseminando por todo el país?

¿A los exiguos partidos políticos?, ¿a nuestros países vecinos?, ¿al caudillismo local o al uso de la guerrilla civil y paramilitar? El panorama no pinta nada bien y parece que muy pocos de esos nos estamos dando cuenta.


alfredopineraguevara@gmail.com