/ viernes 10 de junio de 2022

Al volante va un asesino 

Me parece que el que va al volante, si maneja exponiendo su vida y las vidas de los otros choferes y las vidas de los peatones, no le queda otro nombre que asesino. Si la que maneja es una mujer, no le queda otro nombre que asesina.

Eran los años setenta. Era otro mundo. Eran pocos los que manejaban correctamente su auto, pero los había. Era la era de las mordidas. A los agentes de tránsito los llamaban mordelones. Muchos de los que manejaban, al ponerse ante el volante, sufrían una posesión irracional, demoníaca. Manejaban como si fueran dueños del mundo. Manejaban sin responsabilidad. No protegían las vidas de todos los otros choferes. Exponían las vidas de los peatones. Lo peor era que no se daban cuenta de su posesión demoníaca. Manejaban a altas velocidades. Se paraban en contra del sentido de las calles, en los lugares prohibidos. Se paraban en doble fila. No había señales para manejar. Era un desorden.

Un pobre se sacó el premio de la Lotería Nacional. Se sacó 8 millones de pesos. Se compró una casa. Compró carros para sus hijos. Como eran millonarios podían hacer lo que querían. Un hijo iba manejando a alta velocidad en una avenida del Centro. Un ciudadano comentó: -“Ese loco va a matar a un cristiano”. Se escuchó un frenazo. Atropelló a una peatona. Lo mató. Pero tenían cómo pagar todas las multas y el sepelio.

Un servidor iba con un sacerdote. El presbítero manejaba su auto. Iba manejando en sentido contrario. Yo me atreví a decirle: -“Padre, va en sentido contrariado”. No me hizo caso. Finalmente se estacionó en lugar prohibido. Entonces me dijo: -“Las leyes de Tránsito no obligan, son unas recomendaciones”.

Pedí a los tránsitos que visitaran la escuela de mis hijos porque nadie manejaba como lo decía la ley. Llegaron varios agentes. Todos llegaron en sus autos. Se pararon como quisieron: en sentido contrario, de frente a las banquetas, en el paso de los alumnos. Me atreví a decirles: -“¿Por qué no estacionan en sentido correcto?”. Un agente me dijo: -La Ley de Tránsito es para todos los ciudadanos, no para los agentes. Para nosotros no hay ley”. En eso, pasó un auto en zigzag. Era un carro rojo. Venía manejando un borracho. Pero el borracho que manejaba era el jefe de Tránsito. Venía ahogado en alcoholismo. Los súbditos lo subieron a otro carro. Retiraron el carro rojo. Otro agente les ordenó: - “Vamos a la oficina”. Todos se retiraron. No hubo vigilancia a los autos de los padres de familia.

Han pasado los años. Hoy estamos en 2022. Son otros tiempos. Los policías tienen una academia. Los tránsitos han sido formados. Pero los choferes de autos particulares siguen manejando como asesinos. No respetan las vidas de los otros choferes, no cuidan su propia vida ni las vidas de los peatones.

Tú que manejas un auto, respeta las vidas. Manejar fuera de la ley es merecer el nombre de asesino, de asesina. Al final de tu vida habrás de responder de tu responsabilidad de cómo manejaste un carro.


Me parece que el que va al volante, si maneja exponiendo su vida y las vidas de los otros choferes y las vidas de los peatones, no le queda otro nombre que asesino. Si la que maneja es una mujer, no le queda otro nombre que asesina.

Eran los años setenta. Era otro mundo. Eran pocos los que manejaban correctamente su auto, pero los había. Era la era de las mordidas. A los agentes de tránsito los llamaban mordelones. Muchos de los que manejaban, al ponerse ante el volante, sufrían una posesión irracional, demoníaca. Manejaban como si fueran dueños del mundo. Manejaban sin responsabilidad. No protegían las vidas de todos los otros choferes. Exponían las vidas de los peatones. Lo peor era que no se daban cuenta de su posesión demoníaca. Manejaban a altas velocidades. Se paraban en contra del sentido de las calles, en los lugares prohibidos. Se paraban en doble fila. No había señales para manejar. Era un desorden.

Un pobre se sacó el premio de la Lotería Nacional. Se sacó 8 millones de pesos. Se compró una casa. Compró carros para sus hijos. Como eran millonarios podían hacer lo que querían. Un hijo iba manejando a alta velocidad en una avenida del Centro. Un ciudadano comentó: -“Ese loco va a matar a un cristiano”. Se escuchó un frenazo. Atropelló a una peatona. Lo mató. Pero tenían cómo pagar todas las multas y el sepelio.

Un servidor iba con un sacerdote. El presbítero manejaba su auto. Iba manejando en sentido contrario. Yo me atreví a decirle: -“Padre, va en sentido contrariado”. No me hizo caso. Finalmente se estacionó en lugar prohibido. Entonces me dijo: -“Las leyes de Tránsito no obligan, son unas recomendaciones”.

Pedí a los tránsitos que visitaran la escuela de mis hijos porque nadie manejaba como lo decía la ley. Llegaron varios agentes. Todos llegaron en sus autos. Se pararon como quisieron: en sentido contrario, de frente a las banquetas, en el paso de los alumnos. Me atreví a decirles: -“¿Por qué no estacionan en sentido correcto?”. Un agente me dijo: -La Ley de Tránsito es para todos los ciudadanos, no para los agentes. Para nosotros no hay ley”. En eso, pasó un auto en zigzag. Era un carro rojo. Venía manejando un borracho. Pero el borracho que manejaba era el jefe de Tránsito. Venía ahogado en alcoholismo. Los súbditos lo subieron a otro carro. Retiraron el carro rojo. Otro agente les ordenó: - “Vamos a la oficina”. Todos se retiraron. No hubo vigilancia a los autos de los padres de familia.

Han pasado los años. Hoy estamos en 2022. Son otros tiempos. Los policías tienen una academia. Los tránsitos han sido formados. Pero los choferes de autos particulares siguen manejando como asesinos. No respetan las vidas de los otros choferes, no cuidan su propia vida ni las vidas de los peatones.

Tú que manejas un auto, respeta las vidas. Manejar fuera de la ley es merecer el nombre de asesino, de asesina. Al final de tu vida habrás de responder de tu responsabilidad de cómo manejaste un carro.