/ martes 3 de abril de 2018

Alegría hermanos

Celebramos, como diría Jacques Bénigne Bossuet, “el acontecimiento central de toda la historia”. De las profundidades del pasado brotan los recuerdos, las pascuas de nuestra infancia, las pascuas de nuestros pueblos en los que al despertar al violento son de las campanas sentimos no se qué repentino alivio, qué alegría inconsciente y cierta, como afirmaría Daniel Rops, y cuyos sentimientos hacemos nuestros.

Y es que la resurrección de Cristo se convierte, como la Navidad, en fiesta que celebran aun los más incrédulos y que, el más laico de los calendarios, señala un día de descanso suplementario. Es un suceso causa de una fiesta de la eterna promesa y que pertenece, a pesar de que algunos quieran negarlo, a la esencia de la civilización occidental. Inclusive un pueblo que ignora o pretende ignorar su sentido participa todavía en el más secreto de los misterios. Y es que, el peso de los siglos, testificado por una multitud de seguidores del Resucitado, está presente, como presentes están las palabras y la promesa de Jesús: Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.

Ante un mundo como el nuestro donde persisten males de todo tipo y donde el respeto por las personas no es propiamente lo cotidiano, el acontecimiento de Cristo resucitado de entre los muertos suscita en no pocos el deseo de ser mejores, de enfrentar todas esas situaciones que provocan injusticias, corrupción, impunidad, atentados contra los Derechos Humanos, muerte y desolación. Provoca el que la alegría inunde el corazón y nos lleve a unas relaciones humanas más confiables, a ser solidarios y comprensivos con los demás, a amar y perdonar sin condiciones.

Quizá al paso de los días pueda diluirse ese gozo sentido en estos días pascuales, por lo que es conveniente tener presente constantemente lo expresado en la Segunda Carta a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos…” (2,8). Frente a los avatares de la vida ese recuerdo nos levantará el ánimo y nos hará más llevadero el camino de la vida.

Tendremos que manifestar como lo expresa un canto: “¡Alegría, alegría hermanos, que si hoy nos queremos, es que resucitó!”. ¿Lo ven?






Celebramos, como diría Jacques Bénigne Bossuet, “el acontecimiento central de toda la historia”. De las profundidades del pasado brotan los recuerdos, las pascuas de nuestra infancia, las pascuas de nuestros pueblos en los que al despertar al violento son de las campanas sentimos no se qué repentino alivio, qué alegría inconsciente y cierta, como afirmaría Daniel Rops, y cuyos sentimientos hacemos nuestros.

Y es que la resurrección de Cristo se convierte, como la Navidad, en fiesta que celebran aun los más incrédulos y que, el más laico de los calendarios, señala un día de descanso suplementario. Es un suceso causa de una fiesta de la eterna promesa y que pertenece, a pesar de que algunos quieran negarlo, a la esencia de la civilización occidental. Inclusive un pueblo que ignora o pretende ignorar su sentido participa todavía en el más secreto de los misterios. Y es que, el peso de los siglos, testificado por una multitud de seguidores del Resucitado, está presente, como presentes están las palabras y la promesa de Jesús: Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.

Ante un mundo como el nuestro donde persisten males de todo tipo y donde el respeto por las personas no es propiamente lo cotidiano, el acontecimiento de Cristo resucitado de entre los muertos suscita en no pocos el deseo de ser mejores, de enfrentar todas esas situaciones que provocan injusticias, corrupción, impunidad, atentados contra los Derechos Humanos, muerte y desolación. Provoca el que la alegría inunde el corazón y nos lleve a unas relaciones humanas más confiables, a ser solidarios y comprensivos con los demás, a amar y perdonar sin condiciones.

Quizá al paso de los días pueda diluirse ese gozo sentido en estos días pascuales, por lo que es conveniente tener presente constantemente lo expresado en la Segunda Carta a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos…” (2,8). Frente a los avatares de la vida ese recuerdo nos levantará el ánimo y nos hará más llevadero el camino de la vida.

Tendremos que manifestar como lo expresa un canto: “¡Alegría, alegría hermanos, que si hoy nos queremos, es que resucitó!”. ¿Lo ven?