/ miércoles 30 de septiembre de 2020

Amarillo es prevención, no libertinaje

Cuando el lunes pasado las autoridades decretaron amarillo para Chihuahua en el Semáforo de Salud, la mayor parte de los actores que hacen posible las actividades comerciales brincaron de gusto y no es para menos: reactivar la economía es tan urgente como indispensable.

En el recuento de los daños por esta pandemia que ya lleva siete meses castigando a la mayor parte del mundo, pudiera hablarse de pérdidas millonarias, miles de empleos suspendidos, una afectación familiar sin precedentes y, como cosa menor, aunque prioritaria en las relaciones humanas, el hartazgo social por ese aislamiento obligado que nos hizo ver pasar por la ventana dos estaciones del año: la primavera y el verano.

Pero la advertencia de las autoridades es de suma importancia: el amarillo es ir al siguiente nivel de apertura de actividades, no un permiso para el libertinaje. Saberlo es lo de menos: entenderlo -y practicarlo-, es lo básico.

Los bares y restaurantes ampliarán su aforo, al igual que las iglesias, salones de eventos y otros giros relacionados; las escuelas deben permanecer sin clases presenciales hasta que el color verde se encienda en el semáforo, así como aquellas actividades cuya concentración masiva pueda provocar un riesgo de contagio múltiple.

Se ha dicho hasta el cansancio: así pasemos al color verde, la vida no deberá ser la misma, hasta que haya cero casos de contagio por Covid, algo que se antoja lejano si seguimos en esa terquedad de relajar la disciplina a como dé lugar.

Es entendible, sobre todo para los jóvenes, que este confinamiento obligado ha llegado a los límites de lo soportable; pero si para la juventud eso es ya un problema grave, imaginemos lo que sucede con quienes deben salir a la calle a conseguir el sustento diario. Decenas de negocios debieron cerrar para siempre, la quiebra en muchos de ellos fue inevitable, pero el tiempo de recuperación para los que lograron sobrevivir, será muy largo, de acuerdo a los analistas financieros y los mismos propietarios.

Ojo: Precisamente por eso, el color amarillo en el semáforo es una luz preventiva, para que tengamos cuidado de no provocar un accidente si de pronto llegase el rojo. Amarillo, en cualquier esquema de simbología, es disminuir la velocidad, es cuidado y es, en términos concretos, no cruzar los límites de lo permitido.

Pero si en semáforo naranja no entendimos, pareciera como si el amarillo nos llamara a relajar aún más la ya reprobable actitud que tuvimos al omitir cuidados propios que pusieron en riesgo a los demás; los contagios no fueron gratis, las muertes no sucedieron porque así debía ser, las empresas no cerraron por decisión de sus dueños ni los templos religiosos y las escuelas cancelaron sus actividades presenciales por ocurrencia.

Nos relajamos en esa disciplina a la que se nos convocó desde un principio, con una apatía que convertimos en el escudo de “no creo en nada”. Pero hasta que vimos cómo los contagios se fueron acercando a nuestras familias… cuando vimos que el Covid se metió hasta la recámara del hogar, entonces volteamos a ver la gravedad del tema, pero ya era demasiado tarde.

Hoy que nos piden que el semáforo amarillo no se convierta en una puerta al libertinaje, me parece que es pertinente recordar lo que sucedió cuando nos enviaron a todos a casa, en color rojo: no creíamos, al menos, no todos. Pero estamos en preventivo y amarillo no significa relajar la conducta, abrir la puerta de casa a los invitados, asistir a fiestas cada tercer día o dejar el cubrebocas olvidado en cualquier mueble de la casa. De verdad… hagamos que el color sea verde, pero con cuidado, con muchísimo cuidado. Aún estamos a tiempo. Yo sólo escribo cosas comunes.

Cuando el lunes pasado las autoridades decretaron amarillo para Chihuahua en el Semáforo de Salud, la mayor parte de los actores que hacen posible las actividades comerciales brincaron de gusto y no es para menos: reactivar la economía es tan urgente como indispensable.

En el recuento de los daños por esta pandemia que ya lleva siete meses castigando a la mayor parte del mundo, pudiera hablarse de pérdidas millonarias, miles de empleos suspendidos, una afectación familiar sin precedentes y, como cosa menor, aunque prioritaria en las relaciones humanas, el hartazgo social por ese aislamiento obligado que nos hizo ver pasar por la ventana dos estaciones del año: la primavera y el verano.

Pero la advertencia de las autoridades es de suma importancia: el amarillo es ir al siguiente nivel de apertura de actividades, no un permiso para el libertinaje. Saberlo es lo de menos: entenderlo -y practicarlo-, es lo básico.

Los bares y restaurantes ampliarán su aforo, al igual que las iglesias, salones de eventos y otros giros relacionados; las escuelas deben permanecer sin clases presenciales hasta que el color verde se encienda en el semáforo, así como aquellas actividades cuya concentración masiva pueda provocar un riesgo de contagio múltiple.

Se ha dicho hasta el cansancio: así pasemos al color verde, la vida no deberá ser la misma, hasta que haya cero casos de contagio por Covid, algo que se antoja lejano si seguimos en esa terquedad de relajar la disciplina a como dé lugar.

Es entendible, sobre todo para los jóvenes, que este confinamiento obligado ha llegado a los límites de lo soportable; pero si para la juventud eso es ya un problema grave, imaginemos lo que sucede con quienes deben salir a la calle a conseguir el sustento diario. Decenas de negocios debieron cerrar para siempre, la quiebra en muchos de ellos fue inevitable, pero el tiempo de recuperación para los que lograron sobrevivir, será muy largo, de acuerdo a los analistas financieros y los mismos propietarios.

Ojo: Precisamente por eso, el color amarillo en el semáforo es una luz preventiva, para que tengamos cuidado de no provocar un accidente si de pronto llegase el rojo. Amarillo, en cualquier esquema de simbología, es disminuir la velocidad, es cuidado y es, en términos concretos, no cruzar los límites de lo permitido.

Pero si en semáforo naranja no entendimos, pareciera como si el amarillo nos llamara a relajar aún más la ya reprobable actitud que tuvimos al omitir cuidados propios que pusieron en riesgo a los demás; los contagios no fueron gratis, las muertes no sucedieron porque así debía ser, las empresas no cerraron por decisión de sus dueños ni los templos religiosos y las escuelas cancelaron sus actividades presenciales por ocurrencia.

Nos relajamos en esa disciplina a la que se nos convocó desde un principio, con una apatía que convertimos en el escudo de “no creo en nada”. Pero hasta que vimos cómo los contagios se fueron acercando a nuestras familias… cuando vimos que el Covid se metió hasta la recámara del hogar, entonces volteamos a ver la gravedad del tema, pero ya era demasiado tarde.

Hoy que nos piden que el semáforo amarillo no se convierta en una puerta al libertinaje, me parece que es pertinente recordar lo que sucedió cuando nos enviaron a todos a casa, en color rojo: no creíamos, al menos, no todos. Pero estamos en preventivo y amarillo no significa relajar la conducta, abrir la puerta de casa a los invitados, asistir a fiestas cada tercer día o dejar el cubrebocas olvidado en cualquier mueble de la casa. De verdad… hagamos que el color sea verde, pero con cuidado, con muchísimo cuidado. Aún estamos a tiempo. Yo sólo escribo cosas comunes.

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