/ martes 2 de noviembre de 2021

AMLO y la apostasía

A través de la historia algunos personajes han intentado resolver los problemas con la ilusión de regresar al pasado. Tal como lo desea hacer el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), como tenaz adorador del pasado, lo quiso hacer el emperador romano Juliano el Apóstata, en una cruzada por superar las mil condiciones que hacen imposible esta reconstitución. En una época parecida a hoy, Juliano recibió en su juventud la peligrosa fascinación del pensamiento pagano (convirtiéndose en secreto) y la visión de un cristianismo dividido por escándalos y cismas.

De un modo parecido, AMLO descubrió en la fuerza del Estado el instrumento para mejorar la sociedad, pasando abiertamente a la ideología de izquierda y con disimulo al comunismo, en contra del caos y los desórdenes del capitalismo. Juliano, como AMLO, era modesto como los romanos de antaño y juzgaba a los cristianos como bestias feroces (conservadores), según lo vivido con su familia (la mafia en el poder). Ya desde antes de ser emperador se le consideraba justo, humano y popular, pero ganó enemigos que deseaban verlo combatir en Asia. Hoy le llamaríamos “desafuero”.

Al convertirse en césar, la población se impresionó por sus virtudes, su ascetismo, simplicidad y entrega: comidas y vestidos sencillos, sin fiestas, cuartos fríos, cama dura. Un modelo de austeridad. Como AMLO se consideraba el servidor, el delegado de los senadores y el pueblo. Redujo los impuestos a los pobres. Eliminó privilegios de la Iglesia y alentó la caridad en el paganismo (los empresarios rapaces contra el Estado Benefactor). Buscaba una renovación moral (como la 4T). Pero los perjudicados con sus medidas lo combatieron y los beneficiarios reaccionaron con indiferencia.

Juliano aborrecía a los “los galileos” (fifís). Sospechaba que su caridad tenía dobles intenciones. Pero en realidad se trataba de la unión de un código ético superior con la religión (la igualdad ante la ley o la libertad económica, como doctrinas modernas). Para el siglo IV, de acuerdo a Paul Johnson, para Juliano fue imposible superar los colosales resultados cristianos de un estado de asistencia social en miniatura en un imperio que mayormente carecía de servicios sociales, especialmente en epidemias (como los recursos al alcance de hospitales privados y públicos en su combate al Covid-19).

Para el paganismo importaba menos que Dios ama a quienes lo aman y aman a su prójimo (hablemos de Atención personalizada), que el servicio que da la divinidad y que no siente amor como respuesta de lo ofrendado (un Estado impersonal y totalitario). Para efectos prácticos, ningún líder cambiaría el hecho de que el paganismo estaba muerto y que ya no representaba una esperanza (el socialismo del siglo XXI). El cristianismo había ganado irremediablemente (el Libre Mercado y la Globalización). agusperezr@hotmail.com



A través de la historia algunos personajes han intentado resolver los problemas con la ilusión de regresar al pasado. Tal como lo desea hacer el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), como tenaz adorador del pasado, lo quiso hacer el emperador romano Juliano el Apóstata, en una cruzada por superar las mil condiciones que hacen imposible esta reconstitución. En una época parecida a hoy, Juliano recibió en su juventud la peligrosa fascinación del pensamiento pagano (convirtiéndose en secreto) y la visión de un cristianismo dividido por escándalos y cismas.

De un modo parecido, AMLO descubrió en la fuerza del Estado el instrumento para mejorar la sociedad, pasando abiertamente a la ideología de izquierda y con disimulo al comunismo, en contra del caos y los desórdenes del capitalismo. Juliano, como AMLO, era modesto como los romanos de antaño y juzgaba a los cristianos como bestias feroces (conservadores), según lo vivido con su familia (la mafia en el poder). Ya desde antes de ser emperador se le consideraba justo, humano y popular, pero ganó enemigos que deseaban verlo combatir en Asia. Hoy le llamaríamos “desafuero”.

Al convertirse en césar, la población se impresionó por sus virtudes, su ascetismo, simplicidad y entrega: comidas y vestidos sencillos, sin fiestas, cuartos fríos, cama dura. Un modelo de austeridad. Como AMLO se consideraba el servidor, el delegado de los senadores y el pueblo. Redujo los impuestos a los pobres. Eliminó privilegios de la Iglesia y alentó la caridad en el paganismo (los empresarios rapaces contra el Estado Benefactor). Buscaba una renovación moral (como la 4T). Pero los perjudicados con sus medidas lo combatieron y los beneficiarios reaccionaron con indiferencia.

Juliano aborrecía a los “los galileos” (fifís). Sospechaba que su caridad tenía dobles intenciones. Pero en realidad se trataba de la unión de un código ético superior con la religión (la igualdad ante la ley o la libertad económica, como doctrinas modernas). Para el siglo IV, de acuerdo a Paul Johnson, para Juliano fue imposible superar los colosales resultados cristianos de un estado de asistencia social en miniatura en un imperio que mayormente carecía de servicios sociales, especialmente en epidemias (como los recursos al alcance de hospitales privados y públicos en su combate al Covid-19).

Para el paganismo importaba menos que Dios ama a quienes lo aman y aman a su prójimo (hablemos de Atención personalizada), que el servicio que da la divinidad y que no siente amor como respuesta de lo ofrendado (un Estado impersonal y totalitario). Para efectos prácticos, ningún líder cambiaría el hecho de que el paganismo estaba muerto y que ya no representaba una esperanza (el socialismo del siglo XXI). El cristianismo había ganado irremediablemente (el Libre Mercado y la Globalización). agusperezr@hotmail.com