/ martes 30 de octubre de 2018

Amor a los hijos

“Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre”. Jardiel





Comentamos, opinamos y discutimos de tantas cosas que en realidad son muy ajenas a nuestra circunstancia, como las caravanas, los aeropuertos, los caprichos de los políticos, el resultado de los partidos de los diferentes equipos deportivos, que con facilidad omitimos el valor de nuestros hijos en el seno familiar. Queremos establecer una dictadura –cadena de autoridad que perdure por el resto de nuestras vidas. “La libertad en la educación de los hijos no existe como tal, sino como una forma de protección autoritaria, sin amor, sólo como mimo”. Palabras de André Berge en su libro “La libertad en la educación”. En efecto, no debemos confundir el autoritarismo y la tiranía, con el de autoridad. El vocablo autoridad proviene de la voz latina “auctor”, que significa “lo que hace crecer, lo que ayuda a crecer”. Se define como aquello que ayuda a crecer bien.

Es precisamente lo contrario a la tiranía, porque el interés del tirano es mantener en una infancia perpetua a aquellos a los que quiere someter. La verdadera libertad es la que proporciona al hijo los elementos para alcanzarla. Una de las características de la paternidad es la subordinación de los hijos, que es la contrapartida de la responsabilidad que tiene el padre, en representar de alguna forma la autoridad. Somos en verdad responsables del amor y del crecimiento de nuestros hijos. El mejor homenaje a los preceptores (padres y maestros) lo es sin duda alguna, que el educando se autonomice y que tenga un gran sentido de la responsabilidad de sus actos.

Es entonces cuando los padres reciben las satisfacciones que valen su peso en oro por ver a sus hijos volar con sus propias alas. Los hijos deben amor y dignidad a sus propias personas, razón suficiente para prepararse debidamente en mundo cada día más exigente y competitivo. Por ello el cultivo de su autoestima, desde la segunda infancia (de los tres a los siete años), es fundamental, debemos reflexionar, que en ese periodo quedarán marcados en el crisol de su personalidad, rasgos que perdurarán toda su vida.


“Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre”. Jardiel





Comentamos, opinamos y discutimos de tantas cosas que en realidad son muy ajenas a nuestra circunstancia, como las caravanas, los aeropuertos, los caprichos de los políticos, el resultado de los partidos de los diferentes equipos deportivos, que con facilidad omitimos el valor de nuestros hijos en el seno familiar. Queremos establecer una dictadura –cadena de autoridad que perdure por el resto de nuestras vidas. “La libertad en la educación de los hijos no existe como tal, sino como una forma de protección autoritaria, sin amor, sólo como mimo”. Palabras de André Berge en su libro “La libertad en la educación”. En efecto, no debemos confundir el autoritarismo y la tiranía, con el de autoridad. El vocablo autoridad proviene de la voz latina “auctor”, que significa “lo que hace crecer, lo que ayuda a crecer”. Se define como aquello que ayuda a crecer bien.

Es precisamente lo contrario a la tiranía, porque el interés del tirano es mantener en una infancia perpetua a aquellos a los que quiere someter. La verdadera libertad es la que proporciona al hijo los elementos para alcanzarla. Una de las características de la paternidad es la subordinación de los hijos, que es la contrapartida de la responsabilidad que tiene el padre, en representar de alguna forma la autoridad. Somos en verdad responsables del amor y del crecimiento de nuestros hijos. El mejor homenaje a los preceptores (padres y maestros) lo es sin duda alguna, que el educando se autonomice y que tenga un gran sentido de la responsabilidad de sus actos.

Es entonces cuando los padres reciben las satisfacciones que valen su peso en oro por ver a sus hijos volar con sus propias alas. Los hijos deben amor y dignidad a sus propias personas, razón suficiente para prepararse debidamente en mundo cada día más exigente y competitivo. Por ello el cultivo de su autoestima, desde la segunda infancia (de los tres a los siete años), es fundamental, debemos reflexionar, que en ese periodo quedarán marcados en el crisol de su personalidad, rasgos que perdurarán toda su vida.