/ viernes 11 de mayo de 2018

Ansias de cariño

En alguna homilía dominical les decía a los fieles cómo ocasionalmente me ha pasado por la cabeza que me gustaría llegar a mi casa en la noche y ser recibido por una hermosa mujer, cariñosa, atenta, servicial, prudente, discreta y alegre, que me preguntara cómo me siento; manifestando su amor con un abrazo y un beso fundamentados en un sincero corazón. Es decir, que me gustaría ser recibido como también los casados suelen añorarlo.

Hay gente que opina que los sacerdotes, en cuanto a nuestra naturaleza humana, necesitamos casarnos para poder llenar esas ansias de cariño, tan importante en el equilibrio psicológico de todo ser humano. He de reconocer que la premisa de la necesidad de afecto es correcta, sin embargo, podríamos hacer dos advertencias que son igual de claras:

La primera es que no todos los casados son felices por estar comprometidos en matrimonio. La segunda es que esa necesidad no exige que el afecto sea de tipo matrimonial, pues quienes nos dedicamos a nuestro ministerio sagrado —cuidando las necesarias medidas de prudencia— recibimos muchas manifestaciones sanas y ordenadas de afecto por parte de los fieles a quienes procuramos servir. Claro está que son cariños distintos, pero al fin y al cabo, existen muchas formas limpias y hermosas de querer —como la amistad— que no requieren de las relaciones sexuales. De la misma forma que pueden darse las relaciones sexuales sin que haya cariño.

El hambre de afecto es tan importante, que cuando falta puede producir graves desórdenes en la personalidad, e incluso, pueden llevar a patologías como las depresiones, la bipolaridad y otras muy variadas que requieran atención psicológica y aun psiquiátrica. Por lo cual estamos hablando no de asuntos cursis, sino de un tema de vital importancia.

Nuestros complicados recursos de defensas nos protegen tanto con el sistema inmunológico, como en la búsqueda de compensaciones y de recursos de escape de la realidad que desafortunadamente abren las puertas al alcoholismo, la drogadicción e, incluso, el suicidio.

Hay personas que no saben querer pues no recibieron cariño en su infancia. ¡Qué cosa más triste! Ante estas situaciones se requiere de mucha madurez por parte de los familiares y amigos para poder enseñarles en base al ejemplo.

Está claro que dicho tema no es sencillo, pues podemos cansarnos al no ver los resultados esperados. Es aquí donde se requiere de un amor tan sincero y poderoso que resista el desencanto y sepa mantenerse llegando al heroísmo. Para quienes tenemos fe en Dios sabemos que solos no podemos, por lo cual necesitamos su ayuda.

www.padrealejandro.com


En alguna homilía dominical les decía a los fieles cómo ocasionalmente me ha pasado por la cabeza que me gustaría llegar a mi casa en la noche y ser recibido por una hermosa mujer, cariñosa, atenta, servicial, prudente, discreta y alegre, que me preguntara cómo me siento; manifestando su amor con un abrazo y un beso fundamentados en un sincero corazón. Es decir, que me gustaría ser recibido como también los casados suelen añorarlo.

Hay gente que opina que los sacerdotes, en cuanto a nuestra naturaleza humana, necesitamos casarnos para poder llenar esas ansias de cariño, tan importante en el equilibrio psicológico de todo ser humano. He de reconocer que la premisa de la necesidad de afecto es correcta, sin embargo, podríamos hacer dos advertencias que son igual de claras:

La primera es que no todos los casados son felices por estar comprometidos en matrimonio. La segunda es que esa necesidad no exige que el afecto sea de tipo matrimonial, pues quienes nos dedicamos a nuestro ministerio sagrado —cuidando las necesarias medidas de prudencia— recibimos muchas manifestaciones sanas y ordenadas de afecto por parte de los fieles a quienes procuramos servir. Claro está que son cariños distintos, pero al fin y al cabo, existen muchas formas limpias y hermosas de querer —como la amistad— que no requieren de las relaciones sexuales. De la misma forma que pueden darse las relaciones sexuales sin que haya cariño.

El hambre de afecto es tan importante, que cuando falta puede producir graves desórdenes en la personalidad, e incluso, pueden llevar a patologías como las depresiones, la bipolaridad y otras muy variadas que requieran atención psicológica y aun psiquiátrica. Por lo cual estamos hablando no de asuntos cursis, sino de un tema de vital importancia.

Nuestros complicados recursos de defensas nos protegen tanto con el sistema inmunológico, como en la búsqueda de compensaciones y de recursos de escape de la realidad que desafortunadamente abren las puertas al alcoholismo, la drogadicción e, incluso, el suicidio.

Hay personas que no saben querer pues no recibieron cariño en su infancia. ¡Qué cosa más triste! Ante estas situaciones se requiere de mucha madurez por parte de los familiares y amigos para poder enseñarles en base al ejemplo.

Está claro que dicho tema no es sencillo, pues podemos cansarnos al no ver los resultados esperados. Es aquí donde se requiere de un amor tan sincero y poderoso que resista el desencanto y sepa mantenerse llegando al heroísmo. Para quienes tenemos fe en Dios sabemos que solos no podemos, por lo cual necesitamos su ayuda.

www.padrealejandro.com