/ sábado 13 de marzo de 2021

Antes que se nos olvide | Vacaciones agridulces

4:30 de la mañana marcaba el reloj, los cinco miembros de la familia comenzaron a levantarse con pesadez. Pero valía la pena, deseaban llegar temprano a Mazatlán, para evitar lo ocurrido año pasado, cuando llegaron a ese destino casi al anochecer, a punto de vencer la reservación y luego ni alcanzaron bufete. Esta vez sería distinto, llegarían tan temprano que aprovecharían desde el primer día playa, albercas y restaurante, por eso los hijos, dos jovencitas y un niño, colaboraron activamente a subir equipaje.

Después de encender la camioneta, Alberto preguntó a su esposa Catalina si faltaba algo, la respuesta fue negativa, iniciando en la oscuridad el largo viaje por Delicias. Muchos prefieren irse por Parral y luego Durango para ahorrarse las casetas, pero es una carretera insegura, con curvas peligrosas, Alberto decidió no arriesgar a su familia.

Durante el trayecto, el matrimonio observó varios retenes de policías y militares que les dieron cierta tranquilidad. Para evitar perder tiempo y no llegar a tiendas de conveniencia, que son carísimas en esas rutas, llevaban una hielera con burritos y refrescos. No se detuvieron ni para ir al baño y a mediodía estaban llegando a Durango, después tomaron la carretera hacia Mazatlán, que por lo visto, permanecerá eternamente en reparación. Luego de varios kilómetros, fueron detenidos para que avanzaran los automóviles que venían en sentido contrario, Alberto detuvo el carro y dijo a su esposa, “Como siempre, hay que esperar un ratito” y así fue.

Reanudaron su camino y más adelante pararon de nuevo, pero esta vez uno de los trabajadores se acercó para indicar que había un tramo cerrado, tenían que desviarse para tomar el “Espinazo del Diablo”, después de breve explicación, finalizó con “Es sólo un tramito”. Ingresaron al peligroso camino, luego de varias curvas interminables, fueron detenidos otra vez por trabajadores. “Mira, ya nos van a mandar a la autopista”, dijo aliviado Alberto. Pero no, les informaron que debían continuar por la zigzagueante carretera, la mujer preguntó si faltaba mucho para retomar la autopista, “Un ratito nomás seño, el camino los va llevar”, respondió el joven de chaleco naranja. Molestos continuaron, las curvas cada vez fueron incrementando su peligrosidad, subir y bajar fue la constante, el ambiente se llenó de neblina, por lo cual, los autos comenzaron a disminuir la velocidad, pocos podían rebasar, formándose una enorme caravana.

Transcurrieron más de dos horas a un ritmo cansino, hasta que por fin apareció el acceso a la autopista. Todos sonrieron aliviados, aunque no llegarían a la hora planeada, “Al menos, alcanzar a meterse a la alberca un ratito”, dijo su hija mayor. Alberto aceleró. Mientras todos festejaban haber salido del laberinto gigante, de pronto, surgieron dos hombres armados en medio de la carretera haciendo la parada, ambos llevaban pasamontañas y uniforme gris.

Alberto pensó en no detenerse, pero uno de ellos apuntó con arma larga forzándolo a frenar bruscamente, el hombre se acercó a la ventanilla: “Amigo, somos del Cártel de Sinaloa, no se asusten… más adelante hay un derrumbe, no hay paso, ya lo estamos arreglando, tiene que tomar una brecha para seguir”. Indicó un camino de terracería que los llevaría a Villa Unión, pero había que dar cuota, “Adelantito está un compañero, dele 50 pesitos y váyase”. Alberto nervioso acató la orden, pero trató de aparentar tranquilidad ante su asustada familia, mientras avanzaba, pensó lo peor, que los bajarían de la camioneta, que los matarían metros adelante para asaltarlos.

Llegaron con el otro sujeto, con pistola fajada se aproximó, Alberto dio los 50 pesos y se fue, llegaron rápidamente al pueblo, lo primero que vieron fue una caseta de inspección fitosanitaria, los nervios hicieron que Alberto viera a tres personas que estaban afuera, vestidos como los otros, tembló por un instante, pero su vestimenta era distinta, pasaron sin problema.

Más adelante observaron un convoy militar y luego un retén de la policía, al pasar frente a ellos disminuyó la velocidad, por un segundo pensó en denunciar lo ocurrido, ¿Vas a llegar? Preguntó asustada la mujer. “Pa’ qué, ya la libramos gracias a Dios… han de ser de los mismos y si aquellos quitaron sólo 50, estos nos dejan sin nada”. Respiró profundamente y aceleró. Todos permanecieron en silencio un rato, hasta que el niño preguntó, ¿Ya llegamos tarde otra vez, papi? “Yo creo que sí mijo, pero ahorita lo que me preocupa… es con qué nos vamos a topar cuando regresemos”.

@carlosaesparza

esparzadeister@gmail.com

4:30 de la mañana marcaba el reloj, los cinco miembros de la familia comenzaron a levantarse con pesadez. Pero valía la pena, deseaban llegar temprano a Mazatlán, para evitar lo ocurrido año pasado, cuando llegaron a ese destino casi al anochecer, a punto de vencer la reservación y luego ni alcanzaron bufete. Esta vez sería distinto, llegarían tan temprano que aprovecharían desde el primer día playa, albercas y restaurante, por eso los hijos, dos jovencitas y un niño, colaboraron activamente a subir equipaje.

Después de encender la camioneta, Alberto preguntó a su esposa Catalina si faltaba algo, la respuesta fue negativa, iniciando en la oscuridad el largo viaje por Delicias. Muchos prefieren irse por Parral y luego Durango para ahorrarse las casetas, pero es una carretera insegura, con curvas peligrosas, Alberto decidió no arriesgar a su familia.

Durante el trayecto, el matrimonio observó varios retenes de policías y militares que les dieron cierta tranquilidad. Para evitar perder tiempo y no llegar a tiendas de conveniencia, que son carísimas en esas rutas, llevaban una hielera con burritos y refrescos. No se detuvieron ni para ir al baño y a mediodía estaban llegando a Durango, después tomaron la carretera hacia Mazatlán, que por lo visto, permanecerá eternamente en reparación. Luego de varios kilómetros, fueron detenidos para que avanzaran los automóviles que venían en sentido contrario, Alberto detuvo el carro y dijo a su esposa, “Como siempre, hay que esperar un ratito” y así fue.

Reanudaron su camino y más adelante pararon de nuevo, pero esta vez uno de los trabajadores se acercó para indicar que había un tramo cerrado, tenían que desviarse para tomar el “Espinazo del Diablo”, después de breve explicación, finalizó con “Es sólo un tramito”. Ingresaron al peligroso camino, luego de varias curvas interminables, fueron detenidos otra vez por trabajadores. “Mira, ya nos van a mandar a la autopista”, dijo aliviado Alberto. Pero no, les informaron que debían continuar por la zigzagueante carretera, la mujer preguntó si faltaba mucho para retomar la autopista, “Un ratito nomás seño, el camino los va llevar”, respondió el joven de chaleco naranja. Molestos continuaron, las curvas cada vez fueron incrementando su peligrosidad, subir y bajar fue la constante, el ambiente se llenó de neblina, por lo cual, los autos comenzaron a disminuir la velocidad, pocos podían rebasar, formándose una enorme caravana.

Transcurrieron más de dos horas a un ritmo cansino, hasta que por fin apareció el acceso a la autopista. Todos sonrieron aliviados, aunque no llegarían a la hora planeada, “Al menos, alcanzar a meterse a la alberca un ratito”, dijo su hija mayor. Alberto aceleró. Mientras todos festejaban haber salido del laberinto gigante, de pronto, surgieron dos hombres armados en medio de la carretera haciendo la parada, ambos llevaban pasamontañas y uniforme gris.

Alberto pensó en no detenerse, pero uno de ellos apuntó con arma larga forzándolo a frenar bruscamente, el hombre se acercó a la ventanilla: “Amigo, somos del Cártel de Sinaloa, no se asusten… más adelante hay un derrumbe, no hay paso, ya lo estamos arreglando, tiene que tomar una brecha para seguir”. Indicó un camino de terracería que los llevaría a Villa Unión, pero había que dar cuota, “Adelantito está un compañero, dele 50 pesitos y váyase”. Alberto nervioso acató la orden, pero trató de aparentar tranquilidad ante su asustada familia, mientras avanzaba, pensó lo peor, que los bajarían de la camioneta, que los matarían metros adelante para asaltarlos.

Llegaron con el otro sujeto, con pistola fajada se aproximó, Alberto dio los 50 pesos y se fue, llegaron rápidamente al pueblo, lo primero que vieron fue una caseta de inspección fitosanitaria, los nervios hicieron que Alberto viera a tres personas que estaban afuera, vestidos como los otros, tembló por un instante, pero su vestimenta era distinta, pasaron sin problema.

Más adelante observaron un convoy militar y luego un retén de la policía, al pasar frente a ellos disminuyó la velocidad, por un segundo pensó en denunciar lo ocurrido, ¿Vas a llegar? Preguntó asustada la mujer. “Pa’ qué, ya la libramos gracias a Dios… han de ser de los mismos y si aquellos quitaron sólo 50, estos nos dejan sin nada”. Respiró profundamente y aceleró. Todos permanecieron en silencio un rato, hasta que el niño preguntó, ¿Ya llegamos tarde otra vez, papi? “Yo creo que sí mijo, pero ahorita lo que me preocupa… es con qué nos vamos a topar cuando regresemos”.

@carlosaesparza

esparzadeister@gmail.com