/ viernes 23 de febrero de 2018

Aprender ética de los indígenas

Hay una descomposición en nuestra cultura que parece incontenible.  Somos víctima y victimario, ahogándonos en nuestro propio veneno. Y la crisis es, efectivamente, de valores, por trillado que suene.  Somos una cultura que sucumbe al principio de tenencia; valemos lo que tenemos, y hay que tener a como dé lugar, así sea sacrificando nuestro ser.

En la cultura ancestral tarahumara, lo principal es ser, las personas valen por lo que son, no por lo que tienen.  Esto contrasta con nuestra cultura, con la cual los indígenas tienen un contacto forzado, para sobrevivir.

En nuestra cultura hay actitudes y conductas que implican una marcada irresponsabilidad ante el orden comunitario y la armonía de la naturaleza, una gran ambición compromete la estabilidad necesaria para un sostenimiento integral y una vida digna. En otras palabras, el deseo de tener nos vuelve corruptos y corruptores.

En su contacto con nuestra cultura, los indígenas alcanzan algo de nuestra corrupción, aunque lo esperanzador es que muchos de ellos siguen mostrando algo de resistencia ante los rasgos de esta forma de vida que les es extraña pero que tienen que aprender de ella.

Pero debería ser a la inversa: la ética originaria de los tarahumaras tiene que ser ejemplo para nosotros, y necesitamos – ¡nos urge!- adoptar algunos de sus principios y valores, que se sostienen sobre una cosmovisión donde el equilibrio y la justicia son fundamentales.

Los tarahumaras entienden las relaciones interpersonales y con la naturaleza desde una perspectiva con sentido profundo, de un alto compromiso con la vida y la comunidad. 

La ética tarahumara reconoce a la comunidad como origen y fin de la existencia humana, valorando el servicio a los demás.  Igual la naturaleza, donde las grandes fuerzas respetan las leyes del orden cósmico y ante la cual debemos tener enorme respeto.

Frente a la comunidad tarahumara debemos asumir algo más que un asistencialismo “de limosna” guiado por un sentimiento de superioridad y de compasión ante sus integrantes. Hay que aprender de ellas, lo que nos exige otra actitud, sin menosprecio a lo que es y representa esa cultura.

 

Hay una descomposición en nuestra cultura que parece incontenible.  Somos víctima y victimario, ahogándonos en nuestro propio veneno. Y la crisis es, efectivamente, de valores, por trillado que suene.  Somos una cultura que sucumbe al principio de tenencia; valemos lo que tenemos, y hay que tener a como dé lugar, así sea sacrificando nuestro ser.

En la cultura ancestral tarahumara, lo principal es ser, las personas valen por lo que son, no por lo que tienen.  Esto contrasta con nuestra cultura, con la cual los indígenas tienen un contacto forzado, para sobrevivir.

En nuestra cultura hay actitudes y conductas que implican una marcada irresponsabilidad ante el orden comunitario y la armonía de la naturaleza, una gran ambición compromete la estabilidad necesaria para un sostenimiento integral y una vida digna. En otras palabras, el deseo de tener nos vuelve corruptos y corruptores.

En su contacto con nuestra cultura, los indígenas alcanzan algo de nuestra corrupción, aunque lo esperanzador es que muchos de ellos siguen mostrando algo de resistencia ante los rasgos de esta forma de vida que les es extraña pero que tienen que aprender de ella.

Pero debería ser a la inversa: la ética originaria de los tarahumaras tiene que ser ejemplo para nosotros, y necesitamos – ¡nos urge!- adoptar algunos de sus principios y valores, que se sostienen sobre una cosmovisión donde el equilibrio y la justicia son fundamentales.

Los tarahumaras entienden las relaciones interpersonales y con la naturaleza desde una perspectiva con sentido profundo, de un alto compromiso con la vida y la comunidad. 

La ética tarahumara reconoce a la comunidad como origen y fin de la existencia humana, valorando el servicio a los demás.  Igual la naturaleza, donde las grandes fuerzas respetan las leyes del orden cósmico y ante la cual debemos tener enorme respeto.

Frente a la comunidad tarahumara debemos asumir algo más que un asistencialismo “de limosna” guiado por un sentimiento de superioridad y de compasión ante sus integrantes. Hay que aprender de ellas, lo que nos exige otra actitud, sin menosprecio a lo que es y representa esa cultura.