/ sábado 4 de diciembre de 2021

Bellas artes: In memoriam: Edita Gruberová, la mejor soprano de coloratura de su generación

Por Mario Saavedra

a la memoria del periodista cultural Raúl Díaz, amigo y colega de muchos años.

Tuve oportunidad de escuchar a la gran soprano eslovaca Edita Gruberová en el MET de Nueva York, en plena madurez artística, en una memorable función de Los puritanos, de Bellini, en el otoño de 1990. Graduada con honores en la Academia de Música y Arte Dramático de Bratislava, había saltado a la fama desde cuando siendo todavía muy jovencita empezó a interpretar con éxito la Reina de la Noche de La flauta mágica, de Mozart, convirtiéndose en una de las voces de referencia para este personaje que si bien no tiene una presencia muy larga en escena, en cambio acomete una de las arias (“Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen”) más representativas para una auténtica soprano dramática con extraordinaria agilidad, capaz de alcanzar un Fa sobreagudo sin perder fuerza en su textura media.

\u0009Figura en la Stat Oper de Viena y otras importantes casas operísticas europeas, debutó en el citado MET en 1977, por supuesto con su entonces papel dominante la Reina de la Noche, que prácticamente cantó por todo el mundo. Pero su consagración definitiva vendría con la Zerbinetta de Ariadna en Naxos, de Richard Strauss, que abordó por primera vez en Viena con su otrora entusiasta gran promotor Karl Böhm al podio, haciendo suyo el personaje e interpretándolo como pocas casi medio centenar de veces, y enseguida Lucia de Lammermoor, de Donizetti, que grabó más tarde con el tenor Alfredo Kraus. Ya en la década de los ochenta debutaría con no menor fortuna en la Royal Opera House de Londres, como la Julieta de Capuletos y Montescos, del mismo Bellini, cuya grabación con Riccardo Muti sigue siendo de referencia, y en La Scala de Milán, como la Marie de La hija del regimiento, de Donizetti, consagrándose en el repertorio belcantístico.

Tuvo también en repertorio habitual la Konstanze de El rapto en el serrallo y la Donna Anna de Don Giovanni, de Mozart; y La sonámbula, de Bellini; y Los cuentos de Hoffmann, de Offenbach, que grabó con Plácido Domingo; y Hansel y Gretel, de Humperdinck, que grabó con sir Colin Davis; y Manon, de Massenet, que interpretó muchas veces con nuestro admirado primer tenor Francisco Araiza; y la Rosalinda de la opereta El murciélago, de Johann Strauss hijo, de la que también ha dejado un espléndido registro. Animada por el director australiano Richard Bonynge a afrontar de lleno el repertorio verdiano, lo hizo con la Gilda de Rigoletto (hay una grabación estelar suya con el barítono Renato Bruson, el tenor Neil Shicoff, la mezzosoprano Brigitte Fasssbaender y el bajo Roberto Lloyd, bajo la batuta de Giuseppe Sinopoli), y Oscar de Un baile de máscaras, y la Violetta de La Traviata, que ella misma entendió era su límite natural en este terreno.

En la línea de otras grandes divas en el repertorio belcantístico, como la norteamericana Beverly Sills, y admirada por otros primeros directores como Carlos Kleiber y Nikolaus Harnoncourt, este llamado “Ruiseñor Eslavo” arribaría con el tiempo a otros roles con mayores exigencias dramáticas como Lucrecia Borgia o María Estuardo o Ana Bolena, de Donizetti, e incluso la Norma, de Bellini, que es cierto acometió menos cómodamente.


Por Mario Saavedra

a la memoria del periodista cultural Raúl Díaz, amigo y colega de muchos años.

Tuve oportunidad de escuchar a la gran soprano eslovaca Edita Gruberová en el MET de Nueva York, en plena madurez artística, en una memorable función de Los puritanos, de Bellini, en el otoño de 1990. Graduada con honores en la Academia de Música y Arte Dramático de Bratislava, había saltado a la fama desde cuando siendo todavía muy jovencita empezó a interpretar con éxito la Reina de la Noche de La flauta mágica, de Mozart, convirtiéndose en una de las voces de referencia para este personaje que si bien no tiene una presencia muy larga en escena, en cambio acomete una de las arias (“Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen”) más representativas para una auténtica soprano dramática con extraordinaria agilidad, capaz de alcanzar un Fa sobreagudo sin perder fuerza en su textura media.

\u0009Figura en la Stat Oper de Viena y otras importantes casas operísticas europeas, debutó en el citado MET en 1977, por supuesto con su entonces papel dominante la Reina de la Noche, que prácticamente cantó por todo el mundo. Pero su consagración definitiva vendría con la Zerbinetta de Ariadna en Naxos, de Richard Strauss, que abordó por primera vez en Viena con su otrora entusiasta gran promotor Karl Böhm al podio, haciendo suyo el personaje e interpretándolo como pocas casi medio centenar de veces, y enseguida Lucia de Lammermoor, de Donizetti, que grabó más tarde con el tenor Alfredo Kraus. Ya en la década de los ochenta debutaría con no menor fortuna en la Royal Opera House de Londres, como la Julieta de Capuletos y Montescos, del mismo Bellini, cuya grabación con Riccardo Muti sigue siendo de referencia, y en La Scala de Milán, como la Marie de La hija del regimiento, de Donizetti, consagrándose en el repertorio belcantístico.

Tuvo también en repertorio habitual la Konstanze de El rapto en el serrallo y la Donna Anna de Don Giovanni, de Mozart; y La sonámbula, de Bellini; y Los cuentos de Hoffmann, de Offenbach, que grabó con Plácido Domingo; y Hansel y Gretel, de Humperdinck, que grabó con sir Colin Davis; y Manon, de Massenet, que interpretó muchas veces con nuestro admirado primer tenor Francisco Araiza; y la Rosalinda de la opereta El murciélago, de Johann Strauss hijo, de la que también ha dejado un espléndido registro. Animada por el director australiano Richard Bonynge a afrontar de lleno el repertorio verdiano, lo hizo con la Gilda de Rigoletto (hay una grabación estelar suya con el barítono Renato Bruson, el tenor Neil Shicoff, la mezzosoprano Brigitte Fasssbaender y el bajo Roberto Lloyd, bajo la batuta de Giuseppe Sinopoli), y Oscar de Un baile de máscaras, y la Violetta de La Traviata, que ella misma entendió era su límite natural en este terreno.

En la línea de otras grandes divas en el repertorio belcantístico, como la norteamericana Beverly Sills, y admirada por otros primeros directores como Carlos Kleiber y Nikolaus Harnoncourt, este llamado “Ruiseñor Eslavo” arribaría con el tiempo a otros roles con mayores exigencias dramáticas como Lucrecia Borgia o María Estuardo o Ana Bolena, de Donizetti, e incluso la Norma, de Bellini, que es cierto acometió menos cómodamente.