El cine me ha enseñado muchísimas cosas a lo largo de mi vida, y hoy quiero hablar del
aprendizaje que probablemente ha sido mi favorito desde que entré a esta escuela. Todo es
relativo en esta vida, lo que para una persona puede valer mucho, para otra puede no valer
absolutamente nada.
¿A qué vino el ser humano a este mundo? A ciencia cierta jamás lo sabremos, pero, lo que
sí podemos asegurar es que el deseo de cada persona en este planeta se puede resumir en
una sola palabra: Felicidad. El 100% de las personas están buscando ser felices. Sea cual
sea el significado de esa palabra en cada quien, por más único o por más extraño que
pueda parecerle al prójimo. ¿A qué me refiero? Por cultura tenemos de manera automática
un concepto de felicidad, que va ligado con dinero, lujos, viajes y demás. Y que si bien es
verdad que todo lo recién mencionado puede brindar felicidad a quien lo posea, no quiere
decir que sea el significado único, y es aquí donde llego a mi analogía favorita del cine.
Con el tiempo uno va puliendo incluso de manera inconsciente su gusto por el cine, te
empiezan a gustar películas que antes te hubieran podido parecer aburridas, ya no prefieres
tanto las tramas intensas y llenas de acción, sino que ahora valoras mucho más una trama
tranquila con diálogos profundos. ¿Pero por qué? Yo hasta hace poco lo descubrí. Me di
cuenta que en el cine, así como en la vida, tiene más valor aquello que está escondido,
aquello que no es obvio a simple vista, aquello que con el paso del tiempo se convierte en
algo intrínseco.
En el cine es muy fácil que un largometraje lleno de colores, efectos y fantasía llame la
atención del público y llene las salas, hasta puede llegar a agradar o emocionar incluso
desde un solo póster. Es fácil encontrar la belleza en este tipo de película, su encanto es
obvio, es fácil de ver y su probabilidad de enamorar es alta. Y en el otro extremo están
aquellos largometrajes que carecen de esa obviedad, aquellas que ni siquiera te invitan a
ser experimentadas, aquellas en las que para encontrar su belleza se necesita de algo que
solamente los ojos.
Así sucede con la vida. Cualquiera puede encontrar la felicidad en un parque de diversiones
o en un viaje a la playa con los amigos, cualquiera puede encontrar risas y diversión en una
noche de fiesta o en un concierto de una estrella internacional. Pero dichosos aquellos que
son capaces de encontrar la felicidad en medio de la soledad, en medio del anonimato
mientras vas manejando y spotify decide ponerte tu canción favorita del momento después
de un largo día de trabajo, en medio de la tranquilidad en una plática a media noche con tus
padres, y hasta irónicamente en medio de la tristeza recordando a esa persona que tanto
extrañas.
No busco menospreciar ningún momento en la vida, al contrario, pues en esta escuela he
aprendido a valorar todo tipo de películas y estoy absolutamente seguro de que todo suma.
Pero me es inevitable darle más valor a aquellos momentos en los que tuve que esforzarme
por encontrar esa… belleza oculta.
Mario Ramírez