/ sábado 1 de junio de 2019

Blanco y negro

Lo más peligroso que le puede suceder a nuestro país no son las consecuencias de las extravagantes decisiones políticas que el presidente de la república está implementando en el ejercicio de su gobierno, en aras de una mal llamada Cuarta Transformación.

Ni siquiera la priorización de recursos para obras que han sido consideradas innecesarias, obsoletas y sumamente costosas (Aeropuerto Santa Lucía, corredor en el Istmo de Tehuantepec, Tren Maya entre Cancún y Palenque, apertura de 300 caminos rurales, internet en todo el país y dos nuevas refinerías) a costo de reducir el presupuesto de atención de la problemática social; programas para la atención a niñas, niños y mujeres en riesgo de violencia, apoyos financieros a estancias infantiles, reducción del presupuesto federal para programas de educación, investigación o de intercambio académico internacional, la disminución de apoyos económicos a estados y municipios y lo más incomprensible, reducción de recursos para la salud; medicamentos, infraestructura hospitalaria equipo médico o humanos.

Lo más delicado es que los mexicanos nos veamos inmersos en una espiral descendente de polarización ideológica y política, donde sólo existan dos colores, el blanco y el negro, dos valores, lo bueno y lo malo, dos sectores enfrentados entre sí, los neoliberales-conservadores-fifís- integrantes del hampa de servidores corruptos vs. la Cuarta Transformación, los operadores de Programas Integrales de Prosperidad, asistencialistas que mejor reparten dinero en lugar de enseñar cómo ganarlo.

Lo peor es que las familias comienzan a desintegrarse y confrontarse entre sí, por el adoctrinamiento radical que el presidente siembra diariamente en la población. La diferenciación absurda de empresarios buenos y voraces, informadores honestos y periodistas del hampa, los gobernadores sociales y los corruptos de cuello blanco, a los que por cierto siempre hay que abuchear.

Esa polarización ya se percibe en todos los sectores y rincones de la población. En los congresos estatales, sindicatos y organizaciones sociales, en la academia, en el deporte, cultura y hasta en las filas que los pasajeros ocupen en un vuelo comercial, ese donde viaje el líder moral de la “Cuarta Transformación”.

Y lo paradójico de esta estrategia de polarización es que no genera politización o democratización social, sino desinformación, anarquía, desinterés, la distorsión de la percepción de la realidad, radicalización de las ideas y el imperio de los sentimientos, buenos o malos, por encima de la razón, la ley, las tradiciones, costumbres y el sentido de la ética y la moral.

Cuando la polarización llega a concretarse, sólo un escape queda para las libertades y los derechos; el acatamiento de la voluntad del supremo rector, el que porta el bastón de mando y decide quién, de ese grupo social es de los buenos y quién se convierte al instante en enemigo de la patria.

Hacia allá nos lleva López Obrador; no solo sumisos y adoctrinados, sino pobres y resignados; degradados al nivel de masa popular que se conforma con unas cuentas monedas en entrega bimensual, pero orgullo de estar siempre del lado de López Obrador.




Lo más peligroso que le puede suceder a nuestro país no son las consecuencias de las extravagantes decisiones políticas que el presidente de la república está implementando en el ejercicio de su gobierno, en aras de una mal llamada Cuarta Transformación.

Ni siquiera la priorización de recursos para obras que han sido consideradas innecesarias, obsoletas y sumamente costosas (Aeropuerto Santa Lucía, corredor en el Istmo de Tehuantepec, Tren Maya entre Cancún y Palenque, apertura de 300 caminos rurales, internet en todo el país y dos nuevas refinerías) a costo de reducir el presupuesto de atención de la problemática social; programas para la atención a niñas, niños y mujeres en riesgo de violencia, apoyos financieros a estancias infantiles, reducción del presupuesto federal para programas de educación, investigación o de intercambio académico internacional, la disminución de apoyos económicos a estados y municipios y lo más incomprensible, reducción de recursos para la salud; medicamentos, infraestructura hospitalaria equipo médico o humanos.

Lo más delicado es que los mexicanos nos veamos inmersos en una espiral descendente de polarización ideológica y política, donde sólo existan dos colores, el blanco y el negro, dos valores, lo bueno y lo malo, dos sectores enfrentados entre sí, los neoliberales-conservadores-fifís- integrantes del hampa de servidores corruptos vs. la Cuarta Transformación, los operadores de Programas Integrales de Prosperidad, asistencialistas que mejor reparten dinero en lugar de enseñar cómo ganarlo.

Lo peor es que las familias comienzan a desintegrarse y confrontarse entre sí, por el adoctrinamiento radical que el presidente siembra diariamente en la población. La diferenciación absurda de empresarios buenos y voraces, informadores honestos y periodistas del hampa, los gobernadores sociales y los corruptos de cuello blanco, a los que por cierto siempre hay que abuchear.

Esa polarización ya se percibe en todos los sectores y rincones de la población. En los congresos estatales, sindicatos y organizaciones sociales, en la academia, en el deporte, cultura y hasta en las filas que los pasajeros ocupen en un vuelo comercial, ese donde viaje el líder moral de la “Cuarta Transformación”.

Y lo paradójico de esta estrategia de polarización es que no genera politización o democratización social, sino desinformación, anarquía, desinterés, la distorsión de la percepción de la realidad, radicalización de las ideas y el imperio de los sentimientos, buenos o malos, por encima de la razón, la ley, las tradiciones, costumbres y el sentido de la ética y la moral.

Cuando la polarización llega a concretarse, sólo un escape queda para las libertades y los derechos; el acatamiento de la voluntad del supremo rector, el que porta el bastón de mando y decide quién, de ese grupo social es de los buenos y quién se convierte al instante en enemigo de la patria.

Hacia allá nos lleva López Obrador; no solo sumisos y adoctrinados, sino pobres y resignados; degradados al nivel de masa popular que se conforma con unas cuentas monedas en entrega bimensual, pero orgullo de estar siempre del lado de López Obrador.