/ martes 11 de junio de 2019

Cambio de concepto

Hace menos de medio siglo de la pared de cualquier oficina del Registro Civil inglés colgaba una proclama impresa: “El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, que se contrae para toda la vida”.

Esa proclama con esas o parecidas palabras se aplicaba en distintas partes del mundo, y hacía patente una costumbre de siglos. La definición resaltaba lo que la inmensa mayoría de los hombres tenía por cierto: un hombre y una mujer son los que hacen el matrimonio. Las diversas comunidades humanas –con algunas excepciones, las menos, imbuidas por aspectos culturales- reconocían que juntos, marido y mujer forman una nueva unidad social, con derechos y obligaciones adicionales.

Las cosas poco a poco han ido cambiando y el concepto de matrimonio, derivado de la raíz mater, matris (madre) y de monium especializado en designar un conjunto de situaciones rituales y jurídicas, se quiere ver como la unión de dos personas sin importar su sexo.

El problema es que cuando alguno señala que las uniones entre personas del mismo sexo, sean hombre con hombre o mujer con mujer, no responden a la esencia matrimonial y se podrán manifestar con otro nombre pero no con el de matrimonio, las cosas saltan. Y no es simplemente por el nombre en sí, sino por lo que implica de fondo.

Se acusa –o se quiere hacerlo- a quienes insisten en señalar que la unión entre personas del mismo sexo no es matrimonio de promover un discurso de odio, máxime si tales personas representan por su estatus un papel prominente en la sociedad, así éstas defiendan lo que objetivamente es el matrimonio y manifiesten el respeto al sentir de todas las personas y su dignidad.

La cuestión es que gran parte de la sociedad en nuestro país está de acuerdo en promover los derechos y obligaciones de quienes se casan –hombre y mujer- y de quienes se unen en convivencia, pero no lo está en equiparar ambos tipos de unión como si fueran lo mismo.

El que se busque imponer un cambio de concepto a base de denostar a quien no lo piense así, y acusar de un discurso de odio a quien muy lejos está de tenerlo –o siquiera de pensarlo- es, eso sí, una falta de respeto a la libertad de expresión y a la tolerancia en una sociedad plural. ¿Lo ven?

Hace menos de medio siglo de la pared de cualquier oficina del Registro Civil inglés colgaba una proclama impresa: “El matrimonio es la unión de un hombre y una mujer, que se contrae para toda la vida”.

Esa proclama con esas o parecidas palabras se aplicaba en distintas partes del mundo, y hacía patente una costumbre de siglos. La definición resaltaba lo que la inmensa mayoría de los hombres tenía por cierto: un hombre y una mujer son los que hacen el matrimonio. Las diversas comunidades humanas –con algunas excepciones, las menos, imbuidas por aspectos culturales- reconocían que juntos, marido y mujer forman una nueva unidad social, con derechos y obligaciones adicionales.

Las cosas poco a poco han ido cambiando y el concepto de matrimonio, derivado de la raíz mater, matris (madre) y de monium especializado en designar un conjunto de situaciones rituales y jurídicas, se quiere ver como la unión de dos personas sin importar su sexo.

El problema es que cuando alguno señala que las uniones entre personas del mismo sexo, sean hombre con hombre o mujer con mujer, no responden a la esencia matrimonial y se podrán manifestar con otro nombre pero no con el de matrimonio, las cosas saltan. Y no es simplemente por el nombre en sí, sino por lo que implica de fondo.

Se acusa –o se quiere hacerlo- a quienes insisten en señalar que la unión entre personas del mismo sexo no es matrimonio de promover un discurso de odio, máxime si tales personas representan por su estatus un papel prominente en la sociedad, así éstas defiendan lo que objetivamente es el matrimonio y manifiesten el respeto al sentir de todas las personas y su dignidad.

La cuestión es que gran parte de la sociedad en nuestro país está de acuerdo en promover los derechos y obligaciones de quienes se casan –hombre y mujer- y de quienes se unen en convivencia, pero no lo está en equiparar ambos tipos de unión como si fueran lo mismo.

El que se busque imponer un cambio de concepto a base de denostar a quien no lo piense así, y acusar de un discurso de odio a quien muy lejos está de tenerlo –o siquiera de pensarlo- es, eso sí, una falta de respeto a la libertad de expresión y a la tolerancia en una sociedad plural. ¿Lo ven?