/ martes 29 de octubre de 2019

Celebrar a los difuntos


Dentro de unos días conmemoramos a los fieles difuntos, conmemoración unida íntimamente a la de todos los santos. Ambas nos llevan a considerar el hecho de la existencia de otra vida tras la muerte física de los seres humanos.

Desde que el hombre es hombre el culto a los muertos ha aflorado en las más diversas culturas. El modo de recordar o asociar a quienes han dejado su huella en este mundo es diferente, pero en el fondo existe la convicción de un más allá al paso de la vida terrenal.

Los filósofos de todos los tiempos han escudriñado sus pensamientos sobre el misterio de la muerte, y a pesar de que algunos expresan que no hay nada más allá de la desaparición de los cuerpos, son muchos los que exponen que no todo termina con la muerte.

La manera en que los mexicanos celebramos a los muertos –pues de hecho es una celebración- es singular respecto a otras formas de hacerlo en diferentes lugares del planeta, más cargada en el centro y sur del país. El hecho se vuelve festivo, lleno de colorido, más allá del mero recuerdo de quienes ya se fueron, y manifiesta que hay otro estadio al que se accede al morir.

La Revelación cristiana señala sin lugar a dudas la esperanza en la otra vida y que además esa vida no se acaba. El Símbolo de los Apóstoles (Credo) asegura: “Creo (creemos) en la resurrección de la carne y la vida eterna”, y el Credo de Nicea-Constantinopla expone: “Espero (esperamos) la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.

Expresiones que a veces se vuelven usuales y ponen en duda el que quienes fallecen tengan otra vida, u otras que apuntan a un “donde quiera que estén” los difuntos como algo etéreo, o “donde quiera que se encuentren” sin especificar un lugar, sobre todo porque no se cree en el Cielo, deben quedar al margen de quienes creen en Cristo y su mensaje.

Conmemorar a los fieles difuntos –fieles porque tuvieron fe- es entrar en la espera de que alcancen la salvación traída por Cristo (por eso pedimos por ellos, y por todos los fallecidos aunque no hayan conocido a Cristo o hayan tambaleado en su fe), y que quienes ya gozan de la gloria eterna –los santos- pidan también por nosotros que aún peregrinamos en este mundo. ¿Lo ven?



Dentro de unos días conmemoramos a los fieles difuntos, conmemoración unida íntimamente a la de todos los santos. Ambas nos llevan a considerar el hecho de la existencia de otra vida tras la muerte física de los seres humanos.

Desde que el hombre es hombre el culto a los muertos ha aflorado en las más diversas culturas. El modo de recordar o asociar a quienes han dejado su huella en este mundo es diferente, pero en el fondo existe la convicción de un más allá al paso de la vida terrenal.

Los filósofos de todos los tiempos han escudriñado sus pensamientos sobre el misterio de la muerte, y a pesar de que algunos expresan que no hay nada más allá de la desaparición de los cuerpos, son muchos los que exponen que no todo termina con la muerte.

La manera en que los mexicanos celebramos a los muertos –pues de hecho es una celebración- es singular respecto a otras formas de hacerlo en diferentes lugares del planeta, más cargada en el centro y sur del país. El hecho se vuelve festivo, lleno de colorido, más allá del mero recuerdo de quienes ya se fueron, y manifiesta que hay otro estadio al que se accede al morir.

La Revelación cristiana señala sin lugar a dudas la esperanza en la otra vida y que además esa vida no se acaba. El Símbolo de los Apóstoles (Credo) asegura: “Creo (creemos) en la resurrección de la carne y la vida eterna”, y el Credo de Nicea-Constantinopla expone: “Espero (esperamos) la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.

Expresiones que a veces se vuelven usuales y ponen en duda el que quienes fallecen tengan otra vida, u otras que apuntan a un “donde quiera que estén” los difuntos como algo etéreo, o “donde quiera que se encuentren” sin especificar un lugar, sobre todo porque no se cree en el Cielo, deben quedar al margen de quienes creen en Cristo y su mensaje.

Conmemorar a los fieles difuntos –fieles porque tuvieron fe- es entrar en la espera de que alcancen la salvación traída por Cristo (por eso pedimos por ellos, y por todos los fallecidos aunque no hayan conocido a Cristo o hayan tambaleado en su fe), y que quienes ya gozan de la gloria eterna –los santos- pidan también por nosotros que aún peregrinamos en este mundo. ¿Lo ven?