/ miércoles 10 de agosto de 2022

Centros de lactancia en la empresa: mucho más que una prestación

Por: Francisco Santini Ramos

Durante mucho tiempo las empresas creían que contratar madres de familia les restaba competitividad. Todavía hay quienes creen que tener mamás en el equipo de trabajo equivale a dar múltiples permisos, sobre todo si los hijos están en los primeros años de vida: atender enfermedades o emergencias, hacerse cargo de sus cuidados cuando no les reciben en las estancias o guarderías, o cubrir sus necesidades más básicas. En nuestro país, el porcentaje de participación de las mujeres en el empleo ha aumentado de un 16% en los años 70 hasta un 39.5% según la encuesta del primer semestre de 2020 del INEGI.

Desgraciadamente, aunque hay iniciativas mundiales que buscan incrementar la lactancia materna, las políticas públicas en nuestro país no han sido las suficientes para promover esta práctica entre las organizaciones.

La Unicef y la Organización Mundial de la Salud recomiendan la lactancia materna exclusiva (LME) durante los primeros seis meses de vida y la lactancia materna complementaria hasta los dos años de los niños y niñas. En nuestro país, a pesar de los esfuerzos que iniciaron en 2015, el porcentaje de mujeres que practican la LME fue tan sólo del 28.6% en 2018, contra un promedio del 38% en América Latina.

Uno de los principales motivos de este bajo porcentaje es que las mujeres se reincorporan a sus trabajos antes de los primeros tres meses de nacido del bebé y esto les desmotiva a continuar con la lactancia, porque una vez que lo hacen, se topan con grandes dificultades, empezando por no contar con un espacio adecuado, con las condiciones de higiene y privacidad para poder extraerse la leche mientras trabajan. Y es que nos falta mucha información para entender que para que una mujer pueda extender el periodo de lactancia, no basta con otorgar la hora que establece la ley. Las rutinas de extracción son demandantes para la mujer y requieren de condiciones adecuadas.

Como responsable de una organización que cree en los principios de responsabilidad social y busca el bienestar de su gente, reconozco que en este tema hemos avanzado muy lento. Y es que a veces queremos tener las condiciones perfectas para iniciar y hacemos complejo lo que es relativamente sencillo. Por ejemplo, podemos empezar por preguntarnos algo tan básico como ¿cuántas colaboradoras tenemos en edad reproductiva? Esto nos puede ayudar a definir el tamaño y tiempo de uso que requerimos para la sala de lactancia. Y es que lo más importante es garantizar que sea un espacio higiénico, privado y accesible.

Hoy en día, en la gran mayoría de nuestras empresas, las colaboradoras que deciden extraerse leche en su jornada laboral lo hacen en el baño, en un cuarto de archivo, o en el mejor de los casos una oficina (si es que tienen acceso a ella, o alguien se las facilita). En un escenario ideal, debemos contar con un espacio exclusivo, pero podemos empezar por designar una sala donde la colaboradora pueda estar cómoda y sin interrumpir su privacidad durante la extracción. El resto de los requisitos son sencillos y no requieren gran inversión: basta con una silla adecuada, un refrigerador con congelador independiente, una tarja, e insumos de limpieza (jabón, toallas de papel), agua potable.

La realidad es que, cuando lo ponemos en blanco y negro es mucho menos complejo de lo que pensamos y en cambio nos puede traer grandes beneficios como organización: retener el talento, disminuir el ausentismo, incrementar la productividad e impactar no sólo en la satisfacción de nuestras colaboradoras, sino en su economía y en la salud pública. Más allá de ser una prestación atractiva para nuestras colaboradoras, es una acción que cubre una necesidad básica, que les brinda dignidad y que, además, es redituable para la organización. No esperemos más y demos el primer paso.

Presidente del Centro de Responsabilidad Social para el Desarrollo Sostenible (Centro PERSÉ)

f.santini@ripipsa.com

Por: Francisco Santini Ramos

Durante mucho tiempo las empresas creían que contratar madres de familia les restaba competitividad. Todavía hay quienes creen que tener mamás en el equipo de trabajo equivale a dar múltiples permisos, sobre todo si los hijos están en los primeros años de vida: atender enfermedades o emergencias, hacerse cargo de sus cuidados cuando no les reciben en las estancias o guarderías, o cubrir sus necesidades más básicas. En nuestro país, el porcentaje de participación de las mujeres en el empleo ha aumentado de un 16% en los años 70 hasta un 39.5% según la encuesta del primer semestre de 2020 del INEGI.

Desgraciadamente, aunque hay iniciativas mundiales que buscan incrementar la lactancia materna, las políticas públicas en nuestro país no han sido las suficientes para promover esta práctica entre las organizaciones.

La Unicef y la Organización Mundial de la Salud recomiendan la lactancia materna exclusiva (LME) durante los primeros seis meses de vida y la lactancia materna complementaria hasta los dos años de los niños y niñas. En nuestro país, a pesar de los esfuerzos que iniciaron en 2015, el porcentaje de mujeres que practican la LME fue tan sólo del 28.6% en 2018, contra un promedio del 38% en América Latina.

Uno de los principales motivos de este bajo porcentaje es que las mujeres se reincorporan a sus trabajos antes de los primeros tres meses de nacido del bebé y esto les desmotiva a continuar con la lactancia, porque una vez que lo hacen, se topan con grandes dificultades, empezando por no contar con un espacio adecuado, con las condiciones de higiene y privacidad para poder extraerse la leche mientras trabajan. Y es que nos falta mucha información para entender que para que una mujer pueda extender el periodo de lactancia, no basta con otorgar la hora que establece la ley. Las rutinas de extracción son demandantes para la mujer y requieren de condiciones adecuadas.

Como responsable de una organización que cree en los principios de responsabilidad social y busca el bienestar de su gente, reconozco que en este tema hemos avanzado muy lento. Y es que a veces queremos tener las condiciones perfectas para iniciar y hacemos complejo lo que es relativamente sencillo. Por ejemplo, podemos empezar por preguntarnos algo tan básico como ¿cuántas colaboradoras tenemos en edad reproductiva? Esto nos puede ayudar a definir el tamaño y tiempo de uso que requerimos para la sala de lactancia. Y es que lo más importante es garantizar que sea un espacio higiénico, privado y accesible.

Hoy en día, en la gran mayoría de nuestras empresas, las colaboradoras que deciden extraerse leche en su jornada laboral lo hacen en el baño, en un cuarto de archivo, o en el mejor de los casos una oficina (si es que tienen acceso a ella, o alguien se las facilita). En un escenario ideal, debemos contar con un espacio exclusivo, pero podemos empezar por designar una sala donde la colaboradora pueda estar cómoda y sin interrumpir su privacidad durante la extracción. El resto de los requisitos son sencillos y no requieren gran inversión: basta con una silla adecuada, un refrigerador con congelador independiente, una tarja, e insumos de limpieza (jabón, toallas de papel), agua potable.

La realidad es que, cuando lo ponemos en blanco y negro es mucho menos complejo de lo que pensamos y en cambio nos puede traer grandes beneficios como organización: retener el talento, disminuir el ausentismo, incrementar la productividad e impactar no sólo en la satisfacción de nuestras colaboradoras, sino en su economía y en la salud pública. Más allá de ser una prestación atractiva para nuestras colaboradoras, es una acción que cubre una necesidad básica, que les brinda dignidad y que, además, es redituable para la organización. No esperemos más y demos el primer paso.

Presidente del Centro de Responsabilidad Social para el Desarrollo Sostenible (Centro PERSÉ)

f.santini@ripipsa.com