/ jueves 9 de julio de 2020

Cerebrum: Memento Mori

Hay que recordar que moriremos, diría el Mons. Tihamer Toth. Y en tiempos del Covid-19 volvemos a ponderar lo más grande y sublime: El problema de la muerte, el más atormentador y agobiante de la humanidad. La vida es un breve sueño. Y hay que despertar de todos los sueños. La muerte es el despertar del sueño de la Tierra para la realidad de la vida eterna. La muerte no sólo es un huésped desagradable, del que el hombre no se puede librar. Es miembro de la familia; tiene su puesto en el hogar, y no se compadece ni de los jóvenes ni de los viejos. Y el cerebro no es ajeno a esto.

De acuerdo al Dr. Eduardo Calixto, cuando una persona cercana muere, es común que en los primeros meses el cerebro del doliente no pueda concentrarse y conciliar el sueño. Y para disminuir el detonante del dolor moral el cerebro libera endorfinas para modificar el dolor, lo que disminuye la vulnerabilidad y puede generar placer. Después del duelo, una de las primeras interiorizaciones es la negación como reacción inmediata. Al no aceptar la realidad, el sistema límbico (centro procesador de las emociones), genera una conducta que trata de recuperar a la persona.

Este proceso avanza por la angustia, ansiedad, recriminación y la vulnerabilidad de la ausencia, puede durar años, pero en el campo de la salud mental un duelo que dure más de un año puede considerarse patológico. Aunque se crea haber superado el duelo, fechas memorables pueden detonar la ansiedad o la tristeza que pueden ser mayores que los primeros días de la pérdida. El luto puede favorecer la aparición de infecciones, la mortalidad de los padres puede aumentar hasta un 40% y la oxitocina (generadora de apego), cae por mucho. Aquí, el proceso social puede ayudar.

Una persona que manifiesta sus sentimientos a familiares, amigos, terapeutas o a alguien que escucha puede limitar su congoja más rápido. Confrontar el abandono ayuda a sentir que es posible salir de él. Llorar limita el dolor moral del cerebro. Los grupos de autoayuda pueden brindar las explicaciones que pide el cerebro. Somos la única especie que sabe que algún día morirá. Y al tomar conciencia puede cambiar nuestras decisiones, la visión crítica y hasta nuestros gustos. Llorar juntos y no reprimir los pensamientos dan herramientas neurobiológicas para facilitar el adiós.

Muchos se apoyan en el trabajo o en las actividades cotidianas para mitigar la pérdida con la distracción. En la medida en que esta estrategia se fortalezca, no se llegará al extremo patológico y el sufrimiento disminuirá gradualmente. Sin embargo, no hay que rechazar la ayuda.

agusperezr@hotmail.com


Hay que recordar que moriremos, diría el Mons. Tihamer Toth. Y en tiempos del Covid-19 volvemos a ponderar lo más grande y sublime: El problema de la muerte, el más atormentador y agobiante de la humanidad. La vida es un breve sueño. Y hay que despertar de todos los sueños. La muerte es el despertar del sueño de la Tierra para la realidad de la vida eterna. La muerte no sólo es un huésped desagradable, del que el hombre no se puede librar. Es miembro de la familia; tiene su puesto en el hogar, y no se compadece ni de los jóvenes ni de los viejos. Y el cerebro no es ajeno a esto.

De acuerdo al Dr. Eduardo Calixto, cuando una persona cercana muere, es común que en los primeros meses el cerebro del doliente no pueda concentrarse y conciliar el sueño. Y para disminuir el detonante del dolor moral el cerebro libera endorfinas para modificar el dolor, lo que disminuye la vulnerabilidad y puede generar placer. Después del duelo, una de las primeras interiorizaciones es la negación como reacción inmediata. Al no aceptar la realidad, el sistema límbico (centro procesador de las emociones), genera una conducta que trata de recuperar a la persona.

Este proceso avanza por la angustia, ansiedad, recriminación y la vulnerabilidad de la ausencia, puede durar años, pero en el campo de la salud mental un duelo que dure más de un año puede considerarse patológico. Aunque se crea haber superado el duelo, fechas memorables pueden detonar la ansiedad o la tristeza que pueden ser mayores que los primeros días de la pérdida. El luto puede favorecer la aparición de infecciones, la mortalidad de los padres puede aumentar hasta un 40% y la oxitocina (generadora de apego), cae por mucho. Aquí, el proceso social puede ayudar.

Una persona que manifiesta sus sentimientos a familiares, amigos, terapeutas o a alguien que escucha puede limitar su congoja más rápido. Confrontar el abandono ayuda a sentir que es posible salir de él. Llorar limita el dolor moral del cerebro. Los grupos de autoayuda pueden brindar las explicaciones que pide el cerebro. Somos la única especie que sabe que algún día morirá. Y al tomar conciencia puede cambiar nuestras decisiones, la visión crítica y hasta nuestros gustos. Llorar juntos y no reprimir los pensamientos dan herramientas neurobiológicas para facilitar el adiós.

Muchos se apoyan en el trabajo o en las actividades cotidianas para mitigar la pérdida con la distracción. En la medida en que esta estrategia se fortalezca, no se llegará al extremo patológico y el sufrimiento disminuirá gradualmente. Sin embargo, no hay que rechazar la ayuda.

agusperezr@hotmail.com