/ sábado 3 de noviembre de 2018

Chihuahua como en sándwich

México se encuentra bajo una enorme presión que lo ahoga por todos lados. Por un lado, la fuerza descomunal que representa la corrupción, el abuso del poder y el cinismo vulgar de quienes aún ostentan el poder y están a punto deperderle.



Una horda de políticos delincuentes que están desesperados por blindar, en los últimos minutos de su existencia los gigantescos actos de corrupción cometidos a lo largo de todo el sexenio y que hoy los tiene en el paredón de la ley frente al hambre popular de que se haga por primera vez justicia.



En otra parte, la prepotente soberbia de un nuevo emperador, que se sabe encumbrado por la inmensa mayoría de los despistados que votaron por él, nunca por sus ideas o sus propuestas de innovación, sino como una reacción por el hartazgo social hacia toda la clase política contaminada por esa corrupción de un sexenio que en diciembre muere.



Es asfixiante, casi fatal para la subsistencia de la democracia y nuestras instituciones, encontrarse como está Chihuahua, en medio de tan devastadoras intenciones políticas; las de quienes ya no quieren más queso, sino salir de la ratonera y las de los que creen que, mediante el voto popular, han sido ungidos como los salvadores de la nación. Los elegidos por una “mayoritaria” minúscula parte de la sociedad que está desinformada, denigrada y degradada a través de los años por el abuso del poder, la delincuencia organizada y desorganizada y las consecuencias de la pobreza extrema; una parte de la sociedad que mira la corrupción como cosa normal, asunto de todos los días.



En medio de esa opresión, de los que salen por la puerta de atrás intercambiando la banda presidencial por un amparo judicial mal negociado y habido, y lo que entran por la puerta principal, con el respaldo popular de una minoría que salió a votar en un padrón ciudadano que nunca salió a votar. Del que al ocupar la silla presidencial no tendrá la mínima idea de cómo irá a resolver todos los anhelos políticos, económicos y sociales que durante la contienda electoral simplonamente disfrazó de propuestas concretas de campaña.



Al primero, al que se va, lo evidencia su desesperación que lo lleva a atropellar el prestigio, respetabilidad y honorabilidad de las demás instituciones de poder. Que lo orilla a propiciar la confrontación al Estado contra el Estado, en controversias metajudiciales ideadas y creadas para enrollar el reparto de atribuciones y facultades constitucionales; y que en lugar de propiciar el compás armónico del funcionamiento de los poderes del gobierno, en un marco de respeto al Estado de derecho y la soberanía, pone contra la espada y la pared, en el escenario de álgidas y estériles discusiones a gobierno federal contra la entidades federativas, que no son, por cierto, sus hermanos menores.



Hoy a Chihuahua nos asfixia por la espalda el peñanietismo corrupto que ya se va y por el frente el dinosaurismo de un viejo PRI que regresa disfrazado de Morena.



El único escudo que nos queda para respirar es la valentía, el honor y nuestra ineluctable hospitalidad a los principios de derecho, la justicia y la razón, así como nuestro apego irrestricto a la verdad, la ética y la moral. Y un gobernante estatal que así lo demuestra.



alfredopineraguevara@gmail.com


México se encuentra bajo una enorme presión que lo ahoga por todos lados. Por un lado, la fuerza descomunal que representa la corrupción, el abuso del poder y el cinismo vulgar de quienes aún ostentan el poder y están a punto deperderle.



Una horda de políticos delincuentes que están desesperados por blindar, en los últimos minutos de su existencia los gigantescos actos de corrupción cometidos a lo largo de todo el sexenio y que hoy los tiene en el paredón de la ley frente al hambre popular de que se haga por primera vez justicia.



En otra parte, la prepotente soberbia de un nuevo emperador, que se sabe encumbrado por la inmensa mayoría de los despistados que votaron por él, nunca por sus ideas o sus propuestas de innovación, sino como una reacción por el hartazgo social hacia toda la clase política contaminada por esa corrupción de un sexenio que en diciembre muere.



Es asfixiante, casi fatal para la subsistencia de la democracia y nuestras instituciones, encontrarse como está Chihuahua, en medio de tan devastadoras intenciones políticas; las de quienes ya no quieren más queso, sino salir de la ratonera y las de los que creen que, mediante el voto popular, han sido ungidos como los salvadores de la nación. Los elegidos por una “mayoritaria” minúscula parte de la sociedad que está desinformada, denigrada y degradada a través de los años por el abuso del poder, la delincuencia organizada y desorganizada y las consecuencias de la pobreza extrema; una parte de la sociedad que mira la corrupción como cosa normal, asunto de todos los días.



En medio de esa opresión, de los que salen por la puerta de atrás intercambiando la banda presidencial por un amparo judicial mal negociado y habido, y lo que entran por la puerta principal, con el respaldo popular de una minoría que salió a votar en un padrón ciudadano que nunca salió a votar. Del que al ocupar la silla presidencial no tendrá la mínima idea de cómo irá a resolver todos los anhelos políticos, económicos y sociales que durante la contienda electoral simplonamente disfrazó de propuestas concretas de campaña.



Al primero, al que se va, lo evidencia su desesperación que lo lleva a atropellar el prestigio, respetabilidad y honorabilidad de las demás instituciones de poder. Que lo orilla a propiciar la confrontación al Estado contra el Estado, en controversias metajudiciales ideadas y creadas para enrollar el reparto de atribuciones y facultades constitucionales; y que en lugar de propiciar el compás armónico del funcionamiento de los poderes del gobierno, en un marco de respeto al Estado de derecho y la soberanía, pone contra la espada y la pared, en el escenario de álgidas y estériles discusiones a gobierno federal contra la entidades federativas, que no son, por cierto, sus hermanos menores.



Hoy a Chihuahua nos asfixia por la espalda el peñanietismo corrupto que ya se va y por el frente el dinosaurismo de un viejo PRI que regresa disfrazado de Morena.



El único escudo que nos queda para respirar es la valentía, el honor y nuestra ineluctable hospitalidad a los principios de derecho, la justicia y la razón, así como nuestro apego irrestricto a la verdad, la ética y la moral. Y un gobernante estatal que así lo demuestra.



alfredopineraguevara@gmail.com