/ jueves 9 de diciembre de 2021

Círculo vicioso

Cada creencia que adoptamos crea un engrane que circula para generar desde nuestra mente las acciones que le dan fuerza a nuestro acervo de ideas y conclusiones. Creemos porque estamos seguros que quien nos lo enseñó ya comprobó una verdad absoluta. Y así, el ser humano camina seguro porque el gran conocimiento lo ampara, pero muchas veces con una actitud de soberbia que ve para abajo a ese pobre ignorante que no sabe, que no entiende.

Creer es base para plantarnos en algo que nos da seguridad. Hace tiempo un terapeuta me dijo: “Las personas que vienen a terapia y creen en Dios salen con más facilidad de los atolladeros emocionales, los que no creen batallan o no salen”.

Una persona cercana que cayó en la drogadicción cuando dejó todas las sustancias dañinas que tomaba su salvación fue seguir las enseñanzas de Jesucristo con determinación, pasó con mucho trabajo del inframundo al supramundo, porque en el mundo no se encuentra el sentido de vida. Dio un paso de la materia al espíritu, la iluminación para esta existencia.

¿Quién puede decir que tiene la verdad absoluta? Pienso que nadie, y muchos engranes están circulando cerrados para no aceptar que lo que hemos venido creyendo no es absoluto ¡Sería una gran decepción! ¿Entonces si nadie tiene la verdad absoluta en qué vamos a creer? ¿Dónde nos vamos a plantar para ser, actuar y convivir?

La verdad que a mí me mueve es: Yo sólo sé que no sé nada. Y desde ella creo en un Dios que lo sabe todo y ama incondicionalmente. ¿Pero cómo sé que él ama incondicionalmente? Porque lo siento y porque es el gran eslabón que me conecta con mi espíritu. Una explicación que para muchos no entra en sus engranes, pero es mi verdad y no pretendo forzarla a nadie más.

Infinidad de engranes de creencias dan vuelta sin parar y todos tenemos derecho a creer lo que creemos, adoptar conductas muy nuestras, siempre y cuando no afectemos al prójimo, porque al afectarlo física, mental y espiritualmente, atentamos en contra de la creación, una unidad a la que pertenecemos. Si daño al otro me daño a mí mismo.

Y reiteró: Yo solo sé que no sé nada y por eso mis creencias giran desde el máximo engrane que me da seguridad: Dios. Con las creencias que son mías, que he adoptado y creado, camino disfrutando las coincidencias y en las diferencias me alejo respetando que cada cual vive su verdad y el único que puede refutarlas es Dios.




Cada creencia que adoptamos crea un engrane que circula para generar desde nuestra mente las acciones que le dan fuerza a nuestro acervo de ideas y conclusiones. Creemos porque estamos seguros que quien nos lo enseñó ya comprobó una verdad absoluta. Y así, el ser humano camina seguro porque el gran conocimiento lo ampara, pero muchas veces con una actitud de soberbia que ve para abajo a ese pobre ignorante que no sabe, que no entiende.

Creer es base para plantarnos en algo que nos da seguridad. Hace tiempo un terapeuta me dijo: “Las personas que vienen a terapia y creen en Dios salen con más facilidad de los atolladeros emocionales, los que no creen batallan o no salen”.

Una persona cercana que cayó en la drogadicción cuando dejó todas las sustancias dañinas que tomaba su salvación fue seguir las enseñanzas de Jesucristo con determinación, pasó con mucho trabajo del inframundo al supramundo, porque en el mundo no se encuentra el sentido de vida. Dio un paso de la materia al espíritu, la iluminación para esta existencia.

¿Quién puede decir que tiene la verdad absoluta? Pienso que nadie, y muchos engranes están circulando cerrados para no aceptar que lo que hemos venido creyendo no es absoluto ¡Sería una gran decepción! ¿Entonces si nadie tiene la verdad absoluta en qué vamos a creer? ¿Dónde nos vamos a plantar para ser, actuar y convivir?

La verdad que a mí me mueve es: Yo sólo sé que no sé nada. Y desde ella creo en un Dios que lo sabe todo y ama incondicionalmente. ¿Pero cómo sé que él ama incondicionalmente? Porque lo siento y porque es el gran eslabón que me conecta con mi espíritu. Una explicación que para muchos no entra en sus engranes, pero es mi verdad y no pretendo forzarla a nadie más.

Infinidad de engranes de creencias dan vuelta sin parar y todos tenemos derecho a creer lo que creemos, adoptar conductas muy nuestras, siempre y cuando no afectemos al prójimo, porque al afectarlo física, mental y espiritualmente, atentamos en contra de la creación, una unidad a la que pertenecemos. Si daño al otro me daño a mí mismo.

Y reiteró: Yo solo sé que no sé nada y por eso mis creencias giran desde el máximo engrane que me da seguridad: Dios. Con las creencias que son mías, que he adoptado y creado, camino disfrutando las coincidencias y en las diferencias me alejo respetando que cada cual vive su verdad y el único que puede refutarlas es Dios.