/ miércoles 7 de abril de 2021

Comemos demasiado

Imaginemos lo que tenía que hacer un hombre primitivo con hambre y sed, caminaba largas jornadas para encontrar frutos, cazar una presa, tomar agua. ¡Utilizaba muchísima energía antes de saciarse! Hoy no tenemos que hacer mucho para hacernos de un bocado o una bebida, podemos saciar la llamada “hambre y sed modernas” en un santiamén, ya sea con algo que creemos nutritivo o con la chatarra que se vende en cada esquina. El sobrepeso comenzó a manifestarse de la mano con la comodidad de conseguir “alimento” sin ningún esfuerzo físico.

Generación tras generación se ha establecido con más fuerza que es indispensable comer tres veces al día, y últimamente se sugieren cinco paradas para masticar algo,

y cuando la mente adopta una creencia ya no la suelta. Analicemos el resultado de toda una mercadotecnia que empezó antes de que esta palabra siquiera existiera. Nos vendieron la idea que si los adultos no tomábamos leche no tendríamos huesos fuertes. El mercado cruel e insaciable de la carne, lácteos, pescado y pollo nos dice que necesitamos estas proteínas tres veces al día para estar sanos. Y ahí estamos recurriendo felices a esos escaparates comerciales, que nunca enseñan lo que está pasando tras bambalinas. Estamos totalmente desconectados del cruel procedimiento de la oferta, una industria que aniquila en cantidades que resultan en una crueldad hacia animales, plantas y medioambiente para después amontonar un desperdicio y desecho pecaminoso. El escenario comercial de una brutal variedad al que nos hemos acostumbrado es la antesala del desequilibrio mundial, de un caos ambiental inevitable.

Insaciable es el adjetivo que tienen las industrias de la alimentación, vender y vender, haciendo una mancuerna perfecta con las farmacéuticas que nos ofrecen de todo para “aliviarnos” después de esa gula que nos lleva a todo tipo de enfermedades. Lo más aterrador de todo esto es que la demanda desmedida tanto de alimentos como medicamentos están acrecentando la contaminación de agua, tierra y aire, además de una deforestación de muerte para el planeta. Hoy urge que comamos menos no sólo por nuestra salud, sino por la de todo el planeta.

Se habla de múltiples adicciones peligrosas y mortales, pero no se pone en primer lugar la principal y origen de todas las demás: la gula, nos estamos tragando el mundo.

Cuando se satisface la prioridad de comer, en consecuencia ponemos atención en otras muchas cosas que hay que conseguir para saciar esa ansia ancestral que sigue en nuestro ADN ¡Correr por algo! ¿Pero qué? Y he ahí el detalle ¿Qué estamos eligiendo en esta carrera moderna?

La ansiedad y la tristeza se manifiestan porque estamos comiendo de más y no nos estamos moviendo lo suficiente, tan simple como eso.

Para frenar esta locura de gula hay que comer sano, masticar despacio, agradeciendo y saboreando la bendición y luego aprender a tomar agua pura dejando cada trago un momento en la boca, apreciarla y valorarla como el elemento indispensable para que la vida se dé y perdure.

Yo en lo particular he comprobado que dos comidas son suficientes para mí: desayuno y comida. Hidratándome el resto del día con agua pura y té sin azúcar.

Imaginemos lo que tenía que hacer un hombre primitivo con hambre y sed, caminaba largas jornadas para encontrar frutos, cazar una presa, tomar agua. ¡Utilizaba muchísima energía antes de saciarse! Hoy no tenemos que hacer mucho para hacernos de un bocado o una bebida, podemos saciar la llamada “hambre y sed modernas” en un santiamén, ya sea con algo que creemos nutritivo o con la chatarra que se vende en cada esquina. El sobrepeso comenzó a manifestarse de la mano con la comodidad de conseguir “alimento” sin ningún esfuerzo físico.

Generación tras generación se ha establecido con más fuerza que es indispensable comer tres veces al día, y últimamente se sugieren cinco paradas para masticar algo,

y cuando la mente adopta una creencia ya no la suelta. Analicemos el resultado de toda una mercadotecnia que empezó antes de que esta palabra siquiera existiera. Nos vendieron la idea que si los adultos no tomábamos leche no tendríamos huesos fuertes. El mercado cruel e insaciable de la carne, lácteos, pescado y pollo nos dice que necesitamos estas proteínas tres veces al día para estar sanos. Y ahí estamos recurriendo felices a esos escaparates comerciales, que nunca enseñan lo que está pasando tras bambalinas. Estamos totalmente desconectados del cruel procedimiento de la oferta, una industria que aniquila en cantidades que resultan en una crueldad hacia animales, plantas y medioambiente para después amontonar un desperdicio y desecho pecaminoso. El escenario comercial de una brutal variedad al que nos hemos acostumbrado es la antesala del desequilibrio mundial, de un caos ambiental inevitable.

Insaciable es el adjetivo que tienen las industrias de la alimentación, vender y vender, haciendo una mancuerna perfecta con las farmacéuticas que nos ofrecen de todo para “aliviarnos” después de esa gula que nos lleva a todo tipo de enfermedades. Lo más aterrador de todo esto es que la demanda desmedida tanto de alimentos como medicamentos están acrecentando la contaminación de agua, tierra y aire, además de una deforestación de muerte para el planeta. Hoy urge que comamos menos no sólo por nuestra salud, sino por la de todo el planeta.

Se habla de múltiples adicciones peligrosas y mortales, pero no se pone en primer lugar la principal y origen de todas las demás: la gula, nos estamos tragando el mundo.

Cuando se satisface la prioridad de comer, en consecuencia ponemos atención en otras muchas cosas que hay que conseguir para saciar esa ansia ancestral que sigue en nuestro ADN ¡Correr por algo! ¿Pero qué? Y he ahí el detalle ¿Qué estamos eligiendo en esta carrera moderna?

La ansiedad y la tristeza se manifiestan porque estamos comiendo de más y no nos estamos moviendo lo suficiente, tan simple como eso.

Para frenar esta locura de gula hay que comer sano, masticar despacio, agradeciendo y saboreando la bendición y luego aprender a tomar agua pura dejando cada trago un momento en la boca, apreciarla y valorarla como el elemento indispensable para que la vida se dé y perdure.

Yo en lo particular he comprobado que dos comidas son suficientes para mí: desayuno y comida. Hidratándome el resto del día con agua pura y té sin azúcar.

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