/ viernes 3 de abril de 2020

¿Cómo ayudar?

De un hermoso texto de Edna Rueda Abrahams —a quien no tengo el gusto de conocer— copio estas líneas:


Y así un día se llenó el mundo con la nefasta promesa de un Apocalipsis viral y de pronto las fronteras que se defendieron con guerras se quebraron con gotitas de saliva, hubo equidad en el contagio que se repartía igual para ricos y pobres, las potencias que se sentían infalibles vieron cómo se puede caer ante un beso, ante un abrazo.


Y nos dimos cuenta de lo que era y no importante, y entonces una enfermera se volvió más indispensable que un futbolista, y un hospital se hizo más urgente que un misil. Se apagaron luces en estadios, se detuvieron los conciertos, los rodajes de las películas y los encuentros masivos, y entonces en el mundo hubo tiempo para la reflexión a solas, y para esperar en casa que lleguen todos y para reunirse frente a las mesas, hamacas y contar cuentos que estuvieron a punto de ser olvidados.


Tres gotitas de mocos en el aire, nos han puesto a cuidar ancianos, a valorar la ciencia por encima de la economía, nos han dicho que no solo los indigentes traen pestes. Que nuestra pirámide de valores estaba invertida, que la vida siempre fue primero y que las otras cosas eran accesorios. Puede ser que este virus nos haga más humanos y de un diluvio atroz surja un pacto nuevo, con una rama de olivo desde donde empezará de cero.


Aquí hago un paréntesis; hace poco, en una meditación que prediqué dentro de un retiro para señoras les dije con tono sereno: Les quiero dar la noticia de que me voy a morir. En ese momento pude leer en algunos rostros un gesto de preocupación que desapareció cuando continué: y ustedes también, ¿o pensaban que son inmortales? Sí, me voy a morir simple y sencillamente porque estoy vivo, y cada día que pasa me acerco más a ese momento en que, de una forma u otra, mi alma se desprenderá de mi cuerpo.


Ya lo dice la canción “Arrieros Somos”: “Si todo el mundo salimos de la nada. Y a la nada, por Dios que volveremos. Me río del mundo que al fin ni él es eterno. Por esta vida nomás, nomás pasamos”. Pero mientras tanto hagamos todo el bien de que seamos capaces.


Ayer me llevé una alegría muy grande cuando una sobrina me comentó sobre una iniciativa maravillosa: Pensando en cómo poder ayudar a los médicos y enfermeros que están en los hospitales poniendo en riesgo su salud y vidas, organizaron una cadena de apoyo económico para poder comprar overoles especiales de protección para donarlos a los hospitales que carecen de tantos insumos. Buscaron un proveedor que les ofreciera material de calidad a buen precio y, gracias a Dios, dieron con él. Hoy mismo salen los primeros 100 overoles a su destino. Incluso, el mismo comerciante castigó sus ganancias con tal de poder sumarse a esta noble causa.


Este es un claro ejemplo de cómo se puede ayudar de forma eficaz a salvar vidas y, sin esperar recompensa, incluso, pasando desapercibidos.


www.padrealejandro.org


De un hermoso texto de Edna Rueda Abrahams —a quien no tengo el gusto de conocer— copio estas líneas:


Y así un día se llenó el mundo con la nefasta promesa de un Apocalipsis viral y de pronto las fronteras que se defendieron con guerras se quebraron con gotitas de saliva, hubo equidad en el contagio que se repartía igual para ricos y pobres, las potencias que se sentían infalibles vieron cómo se puede caer ante un beso, ante un abrazo.


Y nos dimos cuenta de lo que era y no importante, y entonces una enfermera se volvió más indispensable que un futbolista, y un hospital se hizo más urgente que un misil. Se apagaron luces en estadios, se detuvieron los conciertos, los rodajes de las películas y los encuentros masivos, y entonces en el mundo hubo tiempo para la reflexión a solas, y para esperar en casa que lleguen todos y para reunirse frente a las mesas, hamacas y contar cuentos que estuvieron a punto de ser olvidados.


Tres gotitas de mocos en el aire, nos han puesto a cuidar ancianos, a valorar la ciencia por encima de la economía, nos han dicho que no solo los indigentes traen pestes. Que nuestra pirámide de valores estaba invertida, que la vida siempre fue primero y que las otras cosas eran accesorios. Puede ser que este virus nos haga más humanos y de un diluvio atroz surja un pacto nuevo, con una rama de olivo desde donde empezará de cero.


Aquí hago un paréntesis; hace poco, en una meditación que prediqué dentro de un retiro para señoras les dije con tono sereno: Les quiero dar la noticia de que me voy a morir. En ese momento pude leer en algunos rostros un gesto de preocupación que desapareció cuando continué: y ustedes también, ¿o pensaban que son inmortales? Sí, me voy a morir simple y sencillamente porque estoy vivo, y cada día que pasa me acerco más a ese momento en que, de una forma u otra, mi alma se desprenderá de mi cuerpo.


Ya lo dice la canción “Arrieros Somos”: “Si todo el mundo salimos de la nada. Y a la nada, por Dios que volveremos. Me río del mundo que al fin ni él es eterno. Por esta vida nomás, nomás pasamos”. Pero mientras tanto hagamos todo el bien de que seamos capaces.


Ayer me llevé una alegría muy grande cuando una sobrina me comentó sobre una iniciativa maravillosa: Pensando en cómo poder ayudar a los médicos y enfermeros que están en los hospitales poniendo en riesgo su salud y vidas, organizaron una cadena de apoyo económico para poder comprar overoles especiales de protección para donarlos a los hospitales que carecen de tantos insumos. Buscaron un proveedor que les ofreciera material de calidad a buen precio y, gracias a Dios, dieron con él. Hoy mismo salen los primeros 100 overoles a su destino. Incluso, el mismo comerciante castigó sus ganancias con tal de poder sumarse a esta noble causa.


Este es un claro ejemplo de cómo se puede ayudar de forma eficaz a salvar vidas y, sin esperar recompensa, incluso, pasando desapercibidos.


www.padrealejandro.org