/ jueves 1 de noviembre de 2018

Cómo perder la libertad

Podemos empezar por definir lo que no es, lo que parece ser y lo que debería ser la libertad, tema ideal de la corriente pedagógica Filosofía para Niños. Esto, a su vez, tiene que ver con la tolerancia que respeta, la indolencia moral a la que no le importa nada y el pensamiento crítico que sabe que no todo tiene el mismo valor. Vemos, pues, que se trata de un sutil equilibrio que reconoce las interacciones entre todo lo que existe, y al mismo tiempo, aquellas que existen entre nuestro interior y exterior, entre nosotros y los demás, que es nuestra responsabilidad considerar.


Libertad, por tanto, no es hacer lo que queramos, ni siquiera pensando que lo hacemos por un bien superior, si está descuidando bienes igualmente importantes como la vida y dignidad humanas, como en las ingenierías sociales, el nazismo o el estado de bienestar. Tampoco es hacer todo aquello que deseamos, sin dañar a los demás, porque nuestro ejemplo daña a otros, al paso de que nos dañamos a nosotros mismos por razón exclusivo de nuestro egoísmo, como los matrimonios de personas del mismo género, que no consideran el balance psíquico de los niños.


Y si la libertad no es aquella que disfruta el animal que vive de su instinto, pero sin razón; ni la del salvaje que nació aislado en un bosque, sin el intercambio emocional de una sociedad, entonces la libertad es todo lo que podemos hacer respetando los valores que, hasta que no se demuestre lo contrario, permiten la existencia de una sociedad y, que al mismo tiempo, preservan la vida del individuo dentro de un balance interior y exterior considerado como justo, al tiempo que permiten el crecimiento externo e interno de todos hacia un fin que trasciende la realidad temporal.


La libertad, pues, se construye aumentando nuestras posibilidades sin destruirnos. Para tal fin, en este proceso de aprendizaje y crecimiento, se conocen cosas nuevas a la que no estamos acostumbrados, ante las que hay que ser tolerantes. Tampoco significa que el respeto otorgue el mismo valor a todas las cosas, en épocas de abundancia o de crisis; en épocas de paz o de guerra; de individuos bien intencionados, pero ignorantes, con individuos bien o mal intencionados; o reconociendo la caridad de la codicia, que fácilmente evocan sospecha o engaño en nosotros.


Para saber lo que las cosas valen, es indispensable contar con el pensamiento crítico, teniendo frente a nosotros el valor ético y moral que la conciencia, la filosofía y las doctrinas religiosas tradicionales nos muestran, así como con el auxilio de la historia, la ciencia y las matemáticas. Esto no parece sencillo, si no nos preguntamos por qué algo es mejor que lo que tenemos y si eso ha dado resultados en el pasado. Esto es importante en el tema del Estado que pretende resolver todos los problemas, cuando los individuos también deberían aportar una solución.


¿Convertirnos en dependientes del Estado fomenta nuestra libertad? Por supuesto que no, porque eso nos obliga hacer lo que una minoría proponga, en contra de los valores de la mayoría. Además, anteponer el valor absoluto del Estado con preferencia al valor del individuo es lo que ha provocado los peores desastres sociales. Sólo hay que ver qué países están creciendo y cuáles se están estancando, para tomarlos como ejemplo de que las reglas cambian y que ninguna vieja ideología tiene la última palabra. Perderemos, tarde o temprano, nuestra libertad si no cuestionamos todo esto con las herramientas que ya tenemos.

agusperezr@hotmail.com



Podemos empezar por definir lo que no es, lo que parece ser y lo que debería ser la libertad, tema ideal de la corriente pedagógica Filosofía para Niños. Esto, a su vez, tiene que ver con la tolerancia que respeta, la indolencia moral a la que no le importa nada y el pensamiento crítico que sabe que no todo tiene el mismo valor. Vemos, pues, que se trata de un sutil equilibrio que reconoce las interacciones entre todo lo que existe, y al mismo tiempo, aquellas que existen entre nuestro interior y exterior, entre nosotros y los demás, que es nuestra responsabilidad considerar.


Libertad, por tanto, no es hacer lo que queramos, ni siquiera pensando que lo hacemos por un bien superior, si está descuidando bienes igualmente importantes como la vida y dignidad humanas, como en las ingenierías sociales, el nazismo o el estado de bienestar. Tampoco es hacer todo aquello que deseamos, sin dañar a los demás, porque nuestro ejemplo daña a otros, al paso de que nos dañamos a nosotros mismos por razón exclusivo de nuestro egoísmo, como los matrimonios de personas del mismo género, que no consideran el balance psíquico de los niños.


Y si la libertad no es aquella que disfruta el animal que vive de su instinto, pero sin razón; ni la del salvaje que nació aislado en un bosque, sin el intercambio emocional de una sociedad, entonces la libertad es todo lo que podemos hacer respetando los valores que, hasta que no se demuestre lo contrario, permiten la existencia de una sociedad y, que al mismo tiempo, preservan la vida del individuo dentro de un balance interior y exterior considerado como justo, al tiempo que permiten el crecimiento externo e interno de todos hacia un fin que trasciende la realidad temporal.


La libertad, pues, se construye aumentando nuestras posibilidades sin destruirnos. Para tal fin, en este proceso de aprendizaje y crecimiento, se conocen cosas nuevas a la que no estamos acostumbrados, ante las que hay que ser tolerantes. Tampoco significa que el respeto otorgue el mismo valor a todas las cosas, en épocas de abundancia o de crisis; en épocas de paz o de guerra; de individuos bien intencionados, pero ignorantes, con individuos bien o mal intencionados; o reconociendo la caridad de la codicia, que fácilmente evocan sospecha o engaño en nosotros.


Para saber lo que las cosas valen, es indispensable contar con el pensamiento crítico, teniendo frente a nosotros el valor ético y moral que la conciencia, la filosofía y las doctrinas religiosas tradicionales nos muestran, así como con el auxilio de la historia, la ciencia y las matemáticas. Esto no parece sencillo, si no nos preguntamos por qué algo es mejor que lo que tenemos y si eso ha dado resultados en el pasado. Esto es importante en el tema del Estado que pretende resolver todos los problemas, cuando los individuos también deberían aportar una solución.


¿Convertirnos en dependientes del Estado fomenta nuestra libertad? Por supuesto que no, porque eso nos obliga hacer lo que una minoría proponga, en contra de los valores de la mayoría. Además, anteponer el valor absoluto del Estado con preferencia al valor del individuo es lo que ha provocado los peores desastres sociales. Sólo hay que ver qué países están creciendo y cuáles se están estancando, para tomarlos como ejemplo de que las reglas cambian y que ninguna vieja ideología tiene la última palabra. Perderemos, tarde o temprano, nuestra libertad si no cuestionamos todo esto con las herramientas que ya tenemos.

agusperezr@hotmail.com