/ viernes 13 de marzo de 2020

Conectarse a redes, ¿desconectarse de la realidad?

Uno de los riesgos más divulgados del uso de las redes sociales tiene que ver con la relación entre el individuo y su realidad. Es decir, se trata de un problema de desvinculación entre las personas y la circunstancia.

Según un estudio de la empresa Mediakix, especializada en redes, se estima que de todos los años de nuestra vida, pasaremos casi cinco años y medio conectados a las redes sociales. Sí, es una estimación que nos hace reaccionar.

Esta proclividad que tenemos hacia la conexión virtual puede afectar, definitivamente, nuestro ser en la dimensión real. Este es el riego, precisamente: que el interés vital que sobre la realidad debemos tener se vaya perdiendo al grado de evadir la problemática que le corresponde.

El peligro de las redes es que se conviertan en el Velo de Maya en su versión digital (no espiritual), tejido con relaciones ilusorias que separan –mediante una pantalla- al sujeto de su circunstancia, proveyéndole de una identidad impostada que hace alarde en un mundo igualmente impostado.

Las redes sociales fabrican un mundo irreal, una ficción atractiva. Dejarse cautivar por esa irrealidad parece muy fácil, y salir de ella muy difícil. Es esa virtualidad o irrealidad de las redes el peligro cotidiano para cualquiera que navegue en ellas.

Esa ficción es atractiva, sí. Vamos a decir más que esto: es una ficción adictiva. Es un salto –de lo atractivo a lo adictivo- que significa mucho en la vida de cualquiera, simplemente porque es un salto que cambia el enfoque de la vida.

Por lo anterior, la educación en el uso de las tecnologías de la información y la comunicación debe poner especial atención a este peligro. Esa educación debe promover la consciencia del sujeto sobre el uso de las herramientas que la tecnología dispone para su bien.

El sujeto, la persona que “navegue” en las redes, debería estar consciente del peligro que ello representa para su identidad y su relación con el mundo real. Hay que educar para que se sepa administrar el tiempo de navegación y, sobre todo, para saber distinguir lo virtual de lo real.

En pocas palabras: el navegante en las redes debe aprender a ser responsable y asumir que su realidad, su entorno vital, es más importante que cualquier conexión con la ficción. Esta responsabilidad es determinante para evitar la adicción.

Uno de los riesgos más divulgados del uso de las redes sociales tiene que ver con la relación entre el individuo y su realidad. Es decir, se trata de un problema de desvinculación entre las personas y la circunstancia.

Según un estudio de la empresa Mediakix, especializada en redes, se estima que de todos los años de nuestra vida, pasaremos casi cinco años y medio conectados a las redes sociales. Sí, es una estimación que nos hace reaccionar.

Esta proclividad que tenemos hacia la conexión virtual puede afectar, definitivamente, nuestro ser en la dimensión real. Este es el riego, precisamente: que el interés vital que sobre la realidad debemos tener se vaya perdiendo al grado de evadir la problemática que le corresponde.

El peligro de las redes es que se conviertan en el Velo de Maya en su versión digital (no espiritual), tejido con relaciones ilusorias que separan –mediante una pantalla- al sujeto de su circunstancia, proveyéndole de una identidad impostada que hace alarde en un mundo igualmente impostado.

Las redes sociales fabrican un mundo irreal, una ficción atractiva. Dejarse cautivar por esa irrealidad parece muy fácil, y salir de ella muy difícil. Es esa virtualidad o irrealidad de las redes el peligro cotidiano para cualquiera que navegue en ellas.

Esa ficción es atractiva, sí. Vamos a decir más que esto: es una ficción adictiva. Es un salto –de lo atractivo a lo adictivo- que significa mucho en la vida de cualquiera, simplemente porque es un salto que cambia el enfoque de la vida.

Por lo anterior, la educación en el uso de las tecnologías de la información y la comunicación debe poner especial atención a este peligro. Esa educación debe promover la consciencia del sujeto sobre el uso de las herramientas que la tecnología dispone para su bien.

El sujeto, la persona que “navegue” en las redes, debería estar consciente del peligro que ello representa para su identidad y su relación con el mundo real. Hay que educar para que se sepa administrar el tiempo de navegación y, sobre todo, para saber distinguir lo virtual de lo real.

En pocas palabras: el navegante en las redes debe aprender a ser responsable y asumir que su realidad, su entorno vital, es más importante que cualquier conexión con la ficción. Esta responsabilidad es determinante para evitar la adicción.