/ viernes 6 de diciembre de 2019

Confidencias en El Cortijo

El domingo fui a comer con Lola. En el asunto ese de la comida, mi mamá es “especialita”, siempre quiere “calditos” y ahí anda uno buscándolos, pero si usted le pone enfrente un pedazo de carne, costillitas de cerdo, guacamole, una quesadillita, frijoles charros y nachos, se los come, poquito, pero se lo come todo, regado con media pinta de cerveza clara. Un domingo sí y otro también vamos a La Cervecería con esos fines.

Pues el domingo fuimos a El Cortijo mi mamá y yo, mucho tiempo sin ir, al lugar voy más o menos de manera asidua en compañía de un buen amigo: mi tocayo Luis Rubén Maldonado, tenemos meses sin visitar esos lares. Amante de la españolidad, de los toros, a la gastronomía, Luis Rubén no pierde la oportunidad de yantar pescado a la Vizcaína o conejo al ajillo si las circunstancias se tercian. De los toros yo paso, una sola vez asistí a una exhibición de la fiesta brava allá por mis mocedades, y no me quedaron ganas, pero cada quien sus gustos.

El caso es que ir con Lola fue una revelación, ahí sostuvimos una charla extraña, con 88 años lleva ya tiempo quejándose de los achaques de la edad; en algún punto de la conversación me preguntó: “¿Me vas a extrañar cuando me vaya?”, desde siempre ese tipo de preguntas me han puesto incómodo. Por alguna misteriosa razón, en esa ocasión no fue así y respondí con un escueto “sí, mucho”.

Ella continuó: “¿por qué?”, de pronto no supe qué decir, me quedé pensando unos instantes y luego respondí lo obvio: “porque siempre has estado ahí; porque va a ser muy difícil concebir mi vida sin ti”. Y es verdad, pero había algo que faltaba en la respuesta.

“¿Sabes? —le dije por fin— todas las personas necesitamos de una mamá, de alguien que esté ahí cumpliendo con el difícil papel de querernos de modo incondicional, acompañándonos, apoyándonos, alentándonos en ese asunto tan complicado que es vivir”.

Sí, mamás hay muchas, de muchos tipos, y no sé si exista algo así como un parámetro para juzgar qué es (o quién es) una buena madre; sin embargo, esas personas que están ahí para enjugar una lágrima, para educar con tesón y amor, para compartir un mendrugo aunque sea, y que te permiten ser una mejor persona —de acuerdo a tus posibilidades y a tus gustos—, sin juzgarte ni intentar imponerse en sus puntos de vista (creyendo que la suya es la única opinión válida) son las mejores.

Pasados unos añitos, quince o dieciséis (en algunos casos veinte o treinta y cinco, todo depende de lo díscola que le salga a uno la progenie), la única obligación que nos queda frente a los hijos es verlos crecer y cómo se dan de topes. Uno los trae al mundo, los alimenta, los abriga, los apapacha (o inexcusablemente debería uno hacerlo) y luego los mira marchar con el alma en vilo y el ánimo entero.

De veras, creo que no hay manera de desarrollarse con cierta salud mental y bienestar espiritual sin el apoyo incondicional de una madre; y yo tuve la suerte de tener una que me dejó ir a mi aire, que me vio descalabrarme (literal y metafóricamente) cientos de veces, que me vio caer y levantarme, y todo, o casi todo, lo viví con la certeza de que estaba ella —que es más fuerte que un roble, aunque ya no lo parezca—, atrás de mí, echándome el equivalente a un millón de porras, pidiéndole a Dios con todo el corazón que me permitiera salir adelante.

Por eso sí, mamá, te voy a extrañar cuando te vayas… que esperemos que sean en algunos añitos más, aunque ya estés cansada y no oigas ni madres y tengamos que hablar a los gritos, para seguir yendo a El Cortijo o a La Cervecería a regar nuestras comidas con media pinta de cerveza clara y escuchar cómo los músicos de hogaño hacen trizas la música entrañable del ayer.

Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: http://unareflexionpersonal.wordpress.com/


luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com

El domingo fui a comer con Lola. En el asunto ese de la comida, mi mamá es “especialita”, siempre quiere “calditos” y ahí anda uno buscándolos, pero si usted le pone enfrente un pedazo de carne, costillitas de cerdo, guacamole, una quesadillita, frijoles charros y nachos, se los come, poquito, pero se lo come todo, regado con media pinta de cerveza clara. Un domingo sí y otro también vamos a La Cervecería con esos fines.

Pues el domingo fuimos a El Cortijo mi mamá y yo, mucho tiempo sin ir, al lugar voy más o menos de manera asidua en compañía de un buen amigo: mi tocayo Luis Rubén Maldonado, tenemos meses sin visitar esos lares. Amante de la españolidad, de los toros, a la gastronomía, Luis Rubén no pierde la oportunidad de yantar pescado a la Vizcaína o conejo al ajillo si las circunstancias se tercian. De los toros yo paso, una sola vez asistí a una exhibición de la fiesta brava allá por mis mocedades, y no me quedaron ganas, pero cada quien sus gustos.

El caso es que ir con Lola fue una revelación, ahí sostuvimos una charla extraña, con 88 años lleva ya tiempo quejándose de los achaques de la edad; en algún punto de la conversación me preguntó: “¿Me vas a extrañar cuando me vaya?”, desde siempre ese tipo de preguntas me han puesto incómodo. Por alguna misteriosa razón, en esa ocasión no fue así y respondí con un escueto “sí, mucho”.

Ella continuó: “¿por qué?”, de pronto no supe qué decir, me quedé pensando unos instantes y luego respondí lo obvio: “porque siempre has estado ahí; porque va a ser muy difícil concebir mi vida sin ti”. Y es verdad, pero había algo que faltaba en la respuesta.

“¿Sabes? —le dije por fin— todas las personas necesitamos de una mamá, de alguien que esté ahí cumpliendo con el difícil papel de querernos de modo incondicional, acompañándonos, apoyándonos, alentándonos en ese asunto tan complicado que es vivir”.

Sí, mamás hay muchas, de muchos tipos, y no sé si exista algo así como un parámetro para juzgar qué es (o quién es) una buena madre; sin embargo, esas personas que están ahí para enjugar una lágrima, para educar con tesón y amor, para compartir un mendrugo aunque sea, y que te permiten ser una mejor persona —de acuerdo a tus posibilidades y a tus gustos—, sin juzgarte ni intentar imponerse en sus puntos de vista (creyendo que la suya es la única opinión válida) son las mejores.

Pasados unos añitos, quince o dieciséis (en algunos casos veinte o treinta y cinco, todo depende de lo díscola que le salga a uno la progenie), la única obligación que nos queda frente a los hijos es verlos crecer y cómo se dan de topes. Uno los trae al mundo, los alimenta, los abriga, los apapacha (o inexcusablemente debería uno hacerlo) y luego los mira marchar con el alma en vilo y el ánimo entero.

De veras, creo que no hay manera de desarrollarse con cierta salud mental y bienestar espiritual sin el apoyo incondicional de una madre; y yo tuve la suerte de tener una que me dejó ir a mi aire, que me vio descalabrarme (literal y metafóricamente) cientos de veces, que me vio caer y levantarme, y todo, o casi todo, lo viví con la certeza de que estaba ella —que es más fuerte que un roble, aunque ya no lo parezca—, atrás de mí, echándome el equivalente a un millón de porras, pidiéndole a Dios con todo el corazón que me permitiera salir adelante.

Por eso sí, mamá, te voy a extrañar cuando te vayas… que esperemos que sean en algunos añitos más, aunque ya estés cansada y no oigas ni madres y tengamos que hablar a los gritos, para seguir yendo a El Cortijo o a La Cervecería a regar nuestras comidas con media pinta de cerveza clara y escuchar cómo los músicos de hogaño hacen trizas la música entrañable del ayer.

Contácteme a través de mi correo electrónico o sígame en los medios que gentilmente me publican, en Facebook o también en mi blog: http://unareflexionpersonal.wordpress.com/


luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com