La historia podrá demostrar que no fue el PRI, ni tan siquiera el PAN, con sus dos inútiles sexenios al frente del destino de los mexicanos y menos Andrés Manuel López Obrador, quien prácticamente fue el que aprovechó la desbandada ideológica de los partidos políticos institucionalizados y los cuales al final de cuentas se transformaron en raquíticas empresas familiares, con intereses estrictamente personales y/o grupales, quienes tienen al país al borde del colapso social donde fácilmente se puede perder todo lo presuntamente avanzado con la tan vituperada Revolución Mexicana al inicio del siglo pasado.
Todo fuimos acomodando los mexicanos para la llegada de un gobierno autoritario y centralista que, con firma y sin firma ante notario y ante la misma Virgen, vale menos que tres cacahuates ante la consecución y el ejercicio del poder que, si bien es cierto que luchó y batalló no solamente 12 años en las urnas, sino incluso empezó a luchar por el verdadero poder como militante dentro del mismo Partido Revolucionario Institucional.
No es López Obrador el tirano y el líder hitleriano quien llega al poder. Llega quien la propia clase popular creó y sublimizó o más bien que él mismo cultivó, aunque el presidente piense lo contrario y crea que fue él quien logró aglutinarlos para que lo convirtieran en el líder que México tanto necesitaba.
No. A López Obrador lo crearon los millones de inconformes marginados que ahora ven en el tabasqueño no a quien los puede salvar de la miseria o forjarles un futuro con base en la educación y el desarrollo, sino a quien por el momento les mitiga el hambre y hasta les da diversión con el consumo de bebidas alcohólicas, producto de pensiones, becas, tandas y demás dádivas asistenciales que en nada resuelven sus precarias situaciones, pero como dicen en el argot popular: Cuando menos les ayuda a olvidar.
Por eso, el presidente, como el indio no tiene la culpa, sino la ambición a vivir en la comodidad, sin trabajar y estirando la mano por unas cuantas monedas que les permiten resolver sus más urgentes necesidades, sin pensar que están provocando su propia denigración con la conformidad y el entreguismo, aunque sea la idiosincrasia del mexicano desde la Conquista.
Tampoco es cierto que el ahora presidente tenga la repentina ocurrencia de volverse dictador, simplemente aprovechó las circunstancias que le fueron poniendo los mismos gobiernos que le antecedieron y que no se dieron cuenta que sus pobres actuares eran los que le estaban poniendo a López Obrador el poder en charola de plata, un poder al que seguramente le dará otra dimensión y que empieza con el proceso de revocación de mandato que bien puede ser el inicio de una larga dictadura, oligárquica, por la misma edad de don Andrés Manuel y por los muchos tiradores que tiene por delante.