/ sábado 25 de abril de 2020

Coronavirus, gabinete, 4T, marionetas

Todas las organizaciones en el mundo necesitan definir con claridad su estructura, reglas de operación, procesos, así como sus líneas y reglas de comunicación y mando, para poder funcionar en una forma eficiente y eficaz; especialmente los gobiernos.

En los gobiernos el tema se torna crítico, porque en ellos la distribución y utilización del poder los obliga a la construcción de instituciones, sobre todo considerando que los gobiernos tienen el monopolio de los instrumentos de poder del Estado.

Cuando cualquier Gobierno enfrenta una crisis realmente grave, puede organizar un gabinete de emergencia, donde el presidente o el primer ministro provisionalmente integra un equipo técnico y político que se superpone a las funciones y facultades normales del gabinete normal.

Pero cuando en una organización con tanto poder como lo es un gobierno nacional, se violan las reglas de operación y funcionamiento de sus instituciones, el único resultado es la confusión y un desorden de diverso alcance, que puede llegar literalmente a generar parálisis política, económica y social.

En México hemos visto en lo que va del régimen actual cómo la titular de la Secretaría de Gobernación ha sido anulada en varias ocasiones, así como el secretario de Salud y muchos otros altos funcionarios, donde AMLO utiliza a Marcelo Ebrard como navaja suiza multitareas, situación que no contempla la constitución ni ley federal alguna.

Algo similar sucede en la mayoría de los países con gobiernos populistas de izquierda o derecha, donde los presidentes actúan como dueños de vidas y haciendas, como si fueran propietarios del puesto más importante de su nación.

En el siglo XIX hubo monarquías y sistemas de gobierno presidenciales y parlamentarios unipersonales, que funcionaban porque el mundo era infinitamente menos complejo y la velocidad a la que sucedían los acontecimientos, permitía tomarse largos meses o semanas antes de tomar una decisión crítica o importante.

La velocidad, simultaneidad y complejidad del mundo global interconectado ha provocado que votantes angustiados, que extrañan tiempos menos complejos, digamos de los años 50 y 60 del siglo pasado, voten imaginando que eligen un superhombre para tranquilizarse, a quien después de votar con el hígado no le verán defecto alguno, aunque cometa estupidez y media.

En México, todavía no nos curamos del presidencialismo unipersonal tricolor y totalitario, a tal grado que prácticamente nadie critica cuando un presidente de la república, gobernador o presidente municipal trata a su gabinete como si fueran la servidumbre, sin percatarnos que la centralización del poder implica la destrucción de las instituciones y nos coloca en una situación de vulnerabilidad extrema, ante cualquier crisis.

Porque las burocracias cuando observan que, a su respectivo secretario, el propio presidente o gobernador no lo respeta, van a titubear y/o demorar decisiones que pueden generar un gran daño, incluyendo el hambre o la vida de miles de ciudadanos. Por más talentosa, culta, preparada, carismática, experimentada, o inclusive sabia, ninguna persona en el planeta puede asumir hoy todas las responsabilidades y tomar todas las decisiones del poder Ejecutivo de cualquier ciudad, región o país.

Todas las organizaciones en el mundo necesitan definir con claridad su estructura, reglas de operación, procesos, así como sus líneas y reglas de comunicación y mando, para poder funcionar en una forma eficiente y eficaz; especialmente los gobiernos.

En los gobiernos el tema se torna crítico, porque en ellos la distribución y utilización del poder los obliga a la construcción de instituciones, sobre todo considerando que los gobiernos tienen el monopolio de los instrumentos de poder del Estado.

Cuando cualquier Gobierno enfrenta una crisis realmente grave, puede organizar un gabinete de emergencia, donde el presidente o el primer ministro provisionalmente integra un equipo técnico y político que se superpone a las funciones y facultades normales del gabinete normal.

Pero cuando en una organización con tanto poder como lo es un gobierno nacional, se violan las reglas de operación y funcionamiento de sus instituciones, el único resultado es la confusión y un desorden de diverso alcance, que puede llegar literalmente a generar parálisis política, económica y social.

En México hemos visto en lo que va del régimen actual cómo la titular de la Secretaría de Gobernación ha sido anulada en varias ocasiones, así como el secretario de Salud y muchos otros altos funcionarios, donde AMLO utiliza a Marcelo Ebrard como navaja suiza multitareas, situación que no contempla la constitución ni ley federal alguna.

Algo similar sucede en la mayoría de los países con gobiernos populistas de izquierda o derecha, donde los presidentes actúan como dueños de vidas y haciendas, como si fueran propietarios del puesto más importante de su nación.

En el siglo XIX hubo monarquías y sistemas de gobierno presidenciales y parlamentarios unipersonales, que funcionaban porque el mundo era infinitamente menos complejo y la velocidad a la que sucedían los acontecimientos, permitía tomarse largos meses o semanas antes de tomar una decisión crítica o importante.

La velocidad, simultaneidad y complejidad del mundo global interconectado ha provocado que votantes angustiados, que extrañan tiempos menos complejos, digamos de los años 50 y 60 del siglo pasado, voten imaginando que eligen un superhombre para tranquilizarse, a quien después de votar con el hígado no le verán defecto alguno, aunque cometa estupidez y media.

En México, todavía no nos curamos del presidencialismo unipersonal tricolor y totalitario, a tal grado que prácticamente nadie critica cuando un presidente de la república, gobernador o presidente municipal trata a su gabinete como si fueran la servidumbre, sin percatarnos que la centralización del poder implica la destrucción de las instituciones y nos coloca en una situación de vulnerabilidad extrema, ante cualquier crisis.

Porque las burocracias cuando observan que, a su respectivo secretario, el propio presidente o gobernador no lo respeta, van a titubear y/o demorar decisiones que pueden generar un gran daño, incluyendo el hambre o la vida de miles de ciudadanos. Por más talentosa, culta, preparada, carismática, experimentada, o inclusive sabia, ninguna persona en el planeta puede asumir hoy todas las responsabilidades y tomar todas las decisiones del poder Ejecutivo de cualquier ciudad, región o país.