/ miércoles 18 de marzo de 2020

Coronavirus machista posmoderno.

Hace unas semanas, los medios y las redes sociales estaban inundadas de información sobre la marcha del ocho de marzo y el paro nacional de mujeres. Estos eventos serán recordados como el inicio de una revolución morada en contra de la violencia estructural anclada a las relaciones de poder de las desigualdades de género. Las mujeres -algunas encapuchadas- sacaron las armas de los aerosoles y dispararon pintas de furia y de dolor hacia las paredes, prometiendo que no habría vuelta atrás. Hubo posturas antagónicas e irresolutas sobre el fenómeno y la incertidumbre siguió. El feminismo se convirtió en una agenda política fuerte y se hizo imperioso saber cómo consolidarla. Si se logran mover las estructuras podemos iniciar la transición hacia la paz, lo que implica asegurar la igualdad entre los géneros, pero ¿hacia dónde va realmente? Los cambios van aparejados de crisis por la incertidumbre, por la modificación en la conducta conocida y aceptada socialmente desde el pasado. Para enfrentarlas, se debe pensar en encontrar un equilibrio de intereses y evitar que los conflictos surjan con más intensidad.


El mundo cambió rápidamente y en unos días, el tema fue “desplazado” por la psicosis del coronavirus que acaparó las noticias. Con la era “posmoderna” que estamos viviendo, una noticia reemplaza a otra con facilidad, por la velocidad con la que se mueve la información. Se desató un caos colectivo y de nueva cuenta: los cambios repentinos se revistieron de inestabilidad por ser impredecibles e incompresibles. Se notó que los vínculos humanos se han vuelto precarios; predominó el individualismo sin ver por el “otro” como diría Bauman en su “Modernidad líquida” donde somos individualistas, todo es un continuo cambio y nada es permanente. Regresó la incertidumbre y las reacciones inesperadas: se hicieron compras masivas e irracionales, desabasteciendo los súper de papel de baño.

Aunque se está dando frente a la pandemia, se dejan entrever las estructuras desiguales de la sociedad que privilegia a unos cuantos (violencia estructural). Las personas en situación de pobreza o en condiciones vulnerable son las más afectadas. No todos pueden acumular o tiene acceso a los mismos servicios. Se instó a la población a lavarse las manos varias veces al día, pero hay sectores que quizá no puedan hacerlo por que no hay agua en sus colonias. Sobre la cuarentena, quienes viven “al día” dudo que dejen sus trabajos. Y si no los mata la pobreza lo hará el virus, ambas por la misma violencia estructural que no les da oportunidades. En las marchas, las mujeres fueron criticadas por los “actos vandálicos” realizados, sin embargo, fue la única manera para que se volteara a ver el problema. Con el Coronavirus, si no está cubierto algún servicio básico para la subsistencia y de ello pende la vida de alguna persona, dudo que respetuosamente escriban oficios para que se haga algo. Quizá saldrán a las calles a gritar.

Las marchas y el coronavirus sólo con distinto nombre recuerdan lo mismo: el demonio de la violencia estructural que no permite el desarrollo equitativo en la sociedad. Estamos atravesados por múltiples violencias que aumentan los miedos y los conflictos. Pronto las noticias serán reemplazadas por otras y lo deseable sería que también cambiaran las estructuras que tiendan al bienestar colectivo. ¿Qué más tiene que suceder para darnos cuenta?



Hace unas semanas, los medios y las redes sociales estaban inundadas de información sobre la marcha del ocho de marzo y el paro nacional de mujeres. Estos eventos serán recordados como el inicio de una revolución morada en contra de la violencia estructural anclada a las relaciones de poder de las desigualdades de género. Las mujeres -algunas encapuchadas- sacaron las armas de los aerosoles y dispararon pintas de furia y de dolor hacia las paredes, prometiendo que no habría vuelta atrás. Hubo posturas antagónicas e irresolutas sobre el fenómeno y la incertidumbre siguió. El feminismo se convirtió en una agenda política fuerte y se hizo imperioso saber cómo consolidarla. Si se logran mover las estructuras podemos iniciar la transición hacia la paz, lo que implica asegurar la igualdad entre los géneros, pero ¿hacia dónde va realmente? Los cambios van aparejados de crisis por la incertidumbre, por la modificación en la conducta conocida y aceptada socialmente desde el pasado. Para enfrentarlas, se debe pensar en encontrar un equilibrio de intereses y evitar que los conflictos surjan con más intensidad.


El mundo cambió rápidamente y en unos días, el tema fue “desplazado” por la psicosis del coronavirus que acaparó las noticias. Con la era “posmoderna” que estamos viviendo, una noticia reemplaza a otra con facilidad, por la velocidad con la que se mueve la información. Se desató un caos colectivo y de nueva cuenta: los cambios repentinos se revistieron de inestabilidad por ser impredecibles e incompresibles. Se notó que los vínculos humanos se han vuelto precarios; predominó el individualismo sin ver por el “otro” como diría Bauman en su “Modernidad líquida” donde somos individualistas, todo es un continuo cambio y nada es permanente. Regresó la incertidumbre y las reacciones inesperadas: se hicieron compras masivas e irracionales, desabasteciendo los súper de papel de baño.

Aunque se está dando frente a la pandemia, se dejan entrever las estructuras desiguales de la sociedad que privilegia a unos cuantos (violencia estructural). Las personas en situación de pobreza o en condiciones vulnerable son las más afectadas. No todos pueden acumular o tiene acceso a los mismos servicios. Se instó a la población a lavarse las manos varias veces al día, pero hay sectores que quizá no puedan hacerlo por que no hay agua en sus colonias. Sobre la cuarentena, quienes viven “al día” dudo que dejen sus trabajos. Y si no los mata la pobreza lo hará el virus, ambas por la misma violencia estructural que no les da oportunidades. En las marchas, las mujeres fueron criticadas por los “actos vandálicos” realizados, sin embargo, fue la única manera para que se volteara a ver el problema. Con el Coronavirus, si no está cubierto algún servicio básico para la subsistencia y de ello pende la vida de alguna persona, dudo que respetuosamente escriban oficios para que se haga algo. Quizá saldrán a las calles a gritar.

Las marchas y el coronavirus sólo con distinto nombre recuerdan lo mismo: el demonio de la violencia estructural que no permite el desarrollo equitativo en la sociedad. Estamos atravesados por múltiples violencias que aumentan los miedos y los conflictos. Pronto las noticias serán reemplazadas por otras y lo deseable sería que también cambiaran las estructuras que tiendan al bienestar colectivo. ¿Qué más tiene que suceder para darnos cuenta?