/ miércoles 27 de mayo de 2020

Covid: el entendimiento generacional

Además de ser protagonistas de este fenómeno que nos mantiene en alerta en todo el mundo, hay algo que sin duda haremos una vez que pase la crisis: contar historias. Usted y yo hemos documentado tantas anécdotas que será difícil agotarlas en las próximas reuniones de amigos o con la familia.

Todos tendremos que hablar de nuestras experiencias. Y lo haremos en muchos sentidos. Lamentablemente no se pueden evitar aquellas historias de quienes perdieron la vida en esa lucha contra la pandemia. Los relatos de dolor y llanto, las narraciones de esa búsqueda por salvar una vida, deben estar por fuerza en el tintero y en el recuerdo amoroso.

Sería un despropósito callar lo que estamos viviendo. Las generaciones futuras deben conocer que en 2020 una pandemia azotó a gran parte de las naciones y que nuestros científicos se acuartelaron en sus respectivos laboratorios en un intento por encontrar la cura.

¿Quiénes y cuántos seres humanos nacieron entre febrero y mayo de este año? ¡Y los que faltan! Pues esa generación debe saber lo que ocurrió mientras sus vidas llegaban para incorporarse a sus respectivas comunidades. ¿Qué vamos a hacer nosotros con esas niñas y niños que no saben lo que ocurre hoy?

Nacieron en medio de la pandemia y, lo menos que podemos provocar, es que no se pierda el conocimiento que necesitan en el futuro; por desgracia los pueblos no tenemos memoria. Me atrevo a afirmarlo, con el riesgo lógico de una opinión contraria. Hemos sido tan indolentes como seres humanos, que hasta se nos olvida que un día hubo ríos en medio de modernos fraccionamientos y de la noche a la mañana, un torrencial aguacero cobra su cauce con las mortales consecuencias que ya hemos vivido.

Se nos olvida que decenas de volcanes han dormido por décadas y los asentamientos poblacionales llegan como por arte de magia justo a sus faldas y, en una noche cualquiera, las bocas de esas calderas infernales arrojan toneladas de lava y cenizas hasta sepultar pueblos enteros.

Olvidamos que estamos perforando día a día esa delgada capa de ozono que protege a la tierra en un 96% de los rayos del sol, pero queremos remediarla cuando nos quema la piel y nos obliga a escondernos debajo de cualquier sombra.

Nosotros, esta generación que hoy observa con mucho miedo -no podemos negarlo- una pandemia que nos habían contado hace varios años… nosotros, esta generación que libró la viruela y venció la poliomielitis, que se enfrenta aún con mucha fuerza al síndrome de inmunodeficiencia y buscamos afanosamente alejar a nuestros hijos de las mortales adicciones, hoy tenemos una grave responsabilidad frente al Covid: decirle a todos los que recién llegan a este mundo, que los ciclos de la vida son recurrentes.

Sí: perdemos la memoria cuando nos conviene, pero hoy no podemos darnos ese lujo. A ninguno de nosotros nos había tocado un proceso como el que estamos viviendo. Este confinamiento -que a todos nos afecta- necesita dar resultados o lo echamos todo por el caño. Empecinarnos en desobedecer la primera regla de quedarse en casa, renegar por la sana distancia o andar paseando en las calles como niños traviesos, son actitudes torpes que nos pueden llevar a escenarios muy delicados.

¿Y sabe qué ocurre cuando creamos asentamientos humanos en cauces de ríos “muertos”, edificamos pueblos en montañas volcánicas o inauguramos nuestro hogar en zonas de alto riesgo? La naturaleza nos cobra la factura, porque natura sí tiene memoria y tarde o temprano recuperará su territorio.

Esto es lo mismo con las pandemias y, más claro, con ésta que ahora nos ocupa. Queremos ya salir de casa, cierto, necesitamos volver a nuestras actividades rutinarias y dejar atrás los dos o tres meses que fueron un verdadero desastre para nuestra economía familiar. Lo único que no podemos hacer, al final de este proceso, es olvidarlo y que las generaciones infantiles y juveniles la borren de su memoria. Sería un grave error, porque si de algo sirve la historia es para recordarnos que los errores no se cometen dos veces. Sólo escribo cosas comunes.

Además de ser protagonistas de este fenómeno que nos mantiene en alerta en todo el mundo, hay algo que sin duda haremos una vez que pase la crisis: contar historias. Usted y yo hemos documentado tantas anécdotas que será difícil agotarlas en las próximas reuniones de amigos o con la familia.

Todos tendremos que hablar de nuestras experiencias. Y lo haremos en muchos sentidos. Lamentablemente no se pueden evitar aquellas historias de quienes perdieron la vida en esa lucha contra la pandemia. Los relatos de dolor y llanto, las narraciones de esa búsqueda por salvar una vida, deben estar por fuerza en el tintero y en el recuerdo amoroso.

Sería un despropósito callar lo que estamos viviendo. Las generaciones futuras deben conocer que en 2020 una pandemia azotó a gran parte de las naciones y que nuestros científicos se acuartelaron en sus respectivos laboratorios en un intento por encontrar la cura.

¿Quiénes y cuántos seres humanos nacieron entre febrero y mayo de este año? ¡Y los que faltan! Pues esa generación debe saber lo que ocurrió mientras sus vidas llegaban para incorporarse a sus respectivas comunidades. ¿Qué vamos a hacer nosotros con esas niñas y niños que no saben lo que ocurre hoy?

Nacieron en medio de la pandemia y, lo menos que podemos provocar, es que no se pierda el conocimiento que necesitan en el futuro; por desgracia los pueblos no tenemos memoria. Me atrevo a afirmarlo, con el riesgo lógico de una opinión contraria. Hemos sido tan indolentes como seres humanos, que hasta se nos olvida que un día hubo ríos en medio de modernos fraccionamientos y de la noche a la mañana, un torrencial aguacero cobra su cauce con las mortales consecuencias que ya hemos vivido.

Se nos olvida que decenas de volcanes han dormido por décadas y los asentamientos poblacionales llegan como por arte de magia justo a sus faldas y, en una noche cualquiera, las bocas de esas calderas infernales arrojan toneladas de lava y cenizas hasta sepultar pueblos enteros.

Olvidamos que estamos perforando día a día esa delgada capa de ozono que protege a la tierra en un 96% de los rayos del sol, pero queremos remediarla cuando nos quema la piel y nos obliga a escondernos debajo de cualquier sombra.

Nosotros, esta generación que hoy observa con mucho miedo -no podemos negarlo- una pandemia que nos habían contado hace varios años… nosotros, esta generación que libró la viruela y venció la poliomielitis, que se enfrenta aún con mucha fuerza al síndrome de inmunodeficiencia y buscamos afanosamente alejar a nuestros hijos de las mortales adicciones, hoy tenemos una grave responsabilidad frente al Covid: decirle a todos los que recién llegan a este mundo, que los ciclos de la vida son recurrentes.

Sí: perdemos la memoria cuando nos conviene, pero hoy no podemos darnos ese lujo. A ninguno de nosotros nos había tocado un proceso como el que estamos viviendo. Este confinamiento -que a todos nos afecta- necesita dar resultados o lo echamos todo por el caño. Empecinarnos en desobedecer la primera regla de quedarse en casa, renegar por la sana distancia o andar paseando en las calles como niños traviesos, son actitudes torpes que nos pueden llevar a escenarios muy delicados.

¿Y sabe qué ocurre cuando creamos asentamientos humanos en cauces de ríos “muertos”, edificamos pueblos en montañas volcánicas o inauguramos nuestro hogar en zonas de alto riesgo? La naturaleza nos cobra la factura, porque natura sí tiene memoria y tarde o temprano recuperará su territorio.

Esto es lo mismo con las pandemias y, más claro, con ésta que ahora nos ocupa. Queremos ya salir de casa, cierto, necesitamos volver a nuestras actividades rutinarias y dejar atrás los dos o tres meses que fueron un verdadero desastre para nuestra economía familiar. Lo único que no podemos hacer, al final de este proceso, es olvidarlo y que las generaciones infantiles y juveniles la borren de su memoria. Sería un grave error, porque si de algo sirve la historia es para recordarnos que los errores no se cometen dos veces. Sólo escribo cosas comunes.

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