/ viernes 31 de agosto de 2018

¿Cuál va a ser la historia de López Obrador como presidente?

Siempre he pensado que todos los presidentes de México han actuado de buena voluntad, que si bien es cierto que puedan iniciar con ambiciones, más allá de perpetuarse en el poder, creen merecer pasar a la historia como un jefe de Estado querido e idolatrado por su pueblo, aunque desde luego al final de sus sexenios, a más de uno le ha de haber ganado la ambición que da el poder político y el dinero, sobre todo el primero que es más maligno que el pecuniario.

Lo que sí es indudable es que los que han escrito la historia son los vencedores, los que tuvieron la astucia de ocultar sus errores y aparecer hasta en los libros de texto como héroes, cuando nunca fueron más que unos aprovechados.

¿Por qué no somos ya no un país desarrollado de los llamados de primero mundo o, cuando menos como Finlandia, Croacia y Australia, muchos que ni cárceles ni policías necesitan en la actualidad, cuando tienen menos recursos naturales que México y han pasado por guerras internas y externas?

¿Cuándo conoceremos la verdadera historia de Cuauhtémoc, de Hernán Cortés, de Benito Juárez, de Porfirio Díaz, de Francisco Villa, si fue un simple bandolero asesino, o un mexicano ilustre, del mismo Lázaro Cárdenas, del que aún padecemos su descendencia, de Miguel Alemán, quien le puso la marca de rateros a los presidentes, de Gustavo Díaz Ordaz, con su histórica decisión del 68 contra los estudiantes y si éstos eran los verdaderos artífices del movimiento estudiantil; de Carlos Salinas, de quien señalan que aún ejerce el poder, de Vicente Fox, con todo y su Martita, de todos y cada uno de los que nos han gobernado, se ha escrito la verdad en sus historias o nos las han maquillado?

Y de Andrés Manuel López Obrador, ¿conocemos su verdadera historia o apenas se comenzó a tejer la que lo patentizará como presidente?

Sin que mi postura respecto a López Obrador haya cambiado, con relación a su capacidad de estadista para conducir el timón presidencial, hay que darle el crédito de que se ha conducido con una espléndida sabiduría, si se quiere campirana, para llevar el tortuoso intervalo entre el que fue electo, 1 de julio y, cuando tomará protesta como presidente el 1 de diciembre.

Es cierto que Andrés Manuel ha actuado con energía, aunque sin protagonismos estridentes; primero como candidato triunfador y ahora ya como presidente electo, firme en sus principales propuestas de campaña y ofertas a los votantes si llegaba a la presidencia; ha estado confirmando que someterá a consideración de la ciudadanía sus proyectos más importantes, pero también sin tapujos ha persistido en la cancelación de la Reforma Educativa, incluso en las mismas narices del presidente Peña Nieto, en someter a plebiscito la construcción del aeropuerto en el Lago de Texcoco, donde se está construyendo y desde luego la instauración de una nueva estructura de gobierno, entre otros muchos importantes proyectos.

Pero falta ver si le aguanta el ritmo y sobre todo la austeridad, toda la pipitilla y mugre que trae, desde luego con muchas valiosas excepciones y, que lo más probable es que piensen que se sacaron la lotería, cuando desahuciados en otras organizaciones políticas, como náufragos se subieron al barco de Morena.

Por lo pronto, con el desempeño mostrado hasta ahora de quien será presidente a partir del 1 de diciembre, pues los que pensaban que todo se les iba a poner facilito, se podrán llevar un cruel desengaño, porque como se ve, el que no trabaje, los que no se acoplen a los lineamientos que desde ahora les está trazando López Obrador, simplemente se quedarán chiflando en la loma, lo mismo que los que pensamos que para cuando fuera el ascenso oficial al poder del tabasqueño ya iba a traer una cena de negros hacia el interior por el poder. Simple y sencillamente nos equivocamos. Ojalá y México reciba la sorpresa que nadie esperaba, porque el arrase en la votación el pasado primero de julio fue más por el hartazgo de la nación por los gobiernos fallidos que por los ideales morenos en que nadie creía.



Siempre he pensado que todos los presidentes de México han actuado de buena voluntad, que si bien es cierto que puedan iniciar con ambiciones, más allá de perpetuarse en el poder, creen merecer pasar a la historia como un jefe de Estado querido e idolatrado por su pueblo, aunque desde luego al final de sus sexenios, a más de uno le ha de haber ganado la ambición que da el poder político y el dinero, sobre todo el primero que es más maligno que el pecuniario.

Lo que sí es indudable es que los que han escrito la historia son los vencedores, los que tuvieron la astucia de ocultar sus errores y aparecer hasta en los libros de texto como héroes, cuando nunca fueron más que unos aprovechados.

¿Por qué no somos ya no un país desarrollado de los llamados de primero mundo o, cuando menos como Finlandia, Croacia y Australia, muchos que ni cárceles ni policías necesitan en la actualidad, cuando tienen menos recursos naturales que México y han pasado por guerras internas y externas?

¿Cuándo conoceremos la verdadera historia de Cuauhtémoc, de Hernán Cortés, de Benito Juárez, de Porfirio Díaz, de Francisco Villa, si fue un simple bandolero asesino, o un mexicano ilustre, del mismo Lázaro Cárdenas, del que aún padecemos su descendencia, de Miguel Alemán, quien le puso la marca de rateros a los presidentes, de Gustavo Díaz Ordaz, con su histórica decisión del 68 contra los estudiantes y si éstos eran los verdaderos artífices del movimiento estudiantil; de Carlos Salinas, de quien señalan que aún ejerce el poder, de Vicente Fox, con todo y su Martita, de todos y cada uno de los que nos han gobernado, se ha escrito la verdad en sus historias o nos las han maquillado?

Y de Andrés Manuel López Obrador, ¿conocemos su verdadera historia o apenas se comenzó a tejer la que lo patentizará como presidente?

Sin que mi postura respecto a López Obrador haya cambiado, con relación a su capacidad de estadista para conducir el timón presidencial, hay que darle el crédito de que se ha conducido con una espléndida sabiduría, si se quiere campirana, para llevar el tortuoso intervalo entre el que fue electo, 1 de julio y, cuando tomará protesta como presidente el 1 de diciembre.

Es cierto que Andrés Manuel ha actuado con energía, aunque sin protagonismos estridentes; primero como candidato triunfador y ahora ya como presidente electo, firme en sus principales propuestas de campaña y ofertas a los votantes si llegaba a la presidencia; ha estado confirmando que someterá a consideración de la ciudadanía sus proyectos más importantes, pero también sin tapujos ha persistido en la cancelación de la Reforma Educativa, incluso en las mismas narices del presidente Peña Nieto, en someter a plebiscito la construcción del aeropuerto en el Lago de Texcoco, donde se está construyendo y desde luego la instauración de una nueva estructura de gobierno, entre otros muchos importantes proyectos.

Pero falta ver si le aguanta el ritmo y sobre todo la austeridad, toda la pipitilla y mugre que trae, desde luego con muchas valiosas excepciones y, que lo más probable es que piensen que se sacaron la lotería, cuando desahuciados en otras organizaciones políticas, como náufragos se subieron al barco de Morena.

Por lo pronto, con el desempeño mostrado hasta ahora de quien será presidente a partir del 1 de diciembre, pues los que pensaban que todo se les iba a poner facilito, se podrán llevar un cruel desengaño, porque como se ve, el que no trabaje, los que no se acoplen a los lineamientos que desde ahora les está trazando López Obrador, simplemente se quedarán chiflando en la loma, lo mismo que los que pensamos que para cuando fuera el ascenso oficial al poder del tabasqueño ya iba a traer una cena de negros hacia el interior por el poder. Simple y sencillamente nos equivocamos. Ojalá y México reciba la sorpresa que nadie esperaba, porque el arrase en la votación el pasado primero de julio fue más por el hartazgo de la nación por los gobiernos fallidos que por los ideales morenos en que nadie creía.