“La Cuarta Revolución”, titulamos nuestra pasada entrega que encerraba una hipótesis (no literal): si AMLO mantiene el perfil conciliador que mostró al concluir su visita a Palacio Nacional, “y logra bajar algunos puntos a la pobreza y a la corrupción sin restringir libertades individuales y colectivas, será un buen presidente”; de lo contario, estaremos hablando no de una Cuarta Revolución, sino de un Cuarto Reich.
Ocho días después de frenética actividad tanto del virtual presidente como de los nominados a ocupar una cartera en el gabinete, así como la cascada de propuestas, ocurrencias, declaraciones planes de todos y en ocasiones las consecuentes rectificaciones a lo dicho, llegamos a la conclusión de que sí, estamos en rumbo de una profunda transformación del país.
¿Hacia dónde? Primero los símbolos, esto es acciones que permiten generar la imagen de cumplimiento de las ofertas hechas en la campaña: Dejar Los Pinos; poner a la venta el avión presidencial; bajarse el sueldo; prescindir del Estado Mayor para su protección personal; eliminar el fuero presidencial y de funcionarios; viajar en líneas aéreas comerciales; quitar la pensión a los expresidentes, y desaparecer el Cisen.
Las decepciones: la gasolina no bajará de precio; las obras del aeropuerto siguen, no pueden esperar el resultado de una consulta popular; la seguridad no mejora; Peña Nieto es un demócrata; se reconoce el trabajo de Videgaray y Guajardo en las negociaciones del TLC; se sabe que AMLO se opone a una fiscalía independiente; sin importar sus antecedentes, se acepta en sus filas a Manuel Mondragón, represor de manifestantes obradoristas.
Lo esencial: Andrés López Obrador vino construyendo su triunfo en dos pilares: el combate a la corrupción y la impunidad, y la necesidad de cambiar el régimen presidencialista que lo fomentaba. Alcanzado el triunfo considera fundamental la austeridad para llevar a cabo la obra que será la Cuarta Transformación de la República.
Así se explica la necesidad de edificarla sobre la “centralización del control político, el económico y del estado de fuerza desde Palacio Nacional, que le permitirá gobernar verticalmente el país. Nada de horizontalidad ni contrapesos. De arriba hacia abajo, como dice que combatirá la corrupción, con lo cual decidirá el destino de 130 millones de personas”. Preocupante, afirma Raymundo Riva Palacio (Eje Central, 17.07.18).
“Desde la presidencia se coordinarán 32 delegados federales que serán sus representantes políticos, que actuarán como los viejos jefes políticos del porfiriato. Bajo el pretexto de que se trata de una medida de austeridad, elimina los delegados federales que cada dependencia tenía en cada entidad, con lo que cambiará el Convenio de Coordinación Fiscal mediante el cual el gobierno entrega recursos a los estados a través de partidas presupuestales, para hacerlo mediante los coordinadores… minando el federalismo al ser ellos quienes por fuera de los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas, distribuyan los dineros y asignen los programas”.
Continuará…