/ lunes 9 de noviembre de 2020

De la certeza del sistema electoral mexicano


Durante los últimos días el mundo ha sido testigo de algunas debilidades en el sistema electoral estadounidense que han derivado en la imposibilidad de tener un ganador claro: conteos lentos en algunos estados e inconformidades relacionadas con las modalidades empleadas para la emisión del voto.

Si bien la democracia de nuestro vecino del norte es quizá la más icónica del planeta, lo cierto es que la eficacia de su sistema electoral deja mucho que desear si se compara, por ejemplo, con la del sistema mexicano.

Antes que nada, es importante entender que el método para la elección presidencial estadounidense es más complejo que el nuestro, pues en lugar de usar un modelo de votación directa en el que los votos de cada ciudadano cuentan exactamente igual y se suman a un total nacional; allá utilizan un modelo de votación indirecta, en el que la ciudadanía designa electores estatales que corresponden al partido político que más votos haya obtenido en el estado, quienes a su vez conforman el famoso Colegio Electoral que luego elige directamente a la persona que habitará la Casa Blanca.

Este modelo, que es de entrada complicado, se ve también afectado porque las reglas de operación en cada estado son distintas, particularmente en lo que respecta a los formatos de votación y a los mecanismos para el conteo de votos.

En nuestro caso, debido a las prácticas tendentes a vulnerar el ejercicio del voto de los mexicanos en absoluta libertad durante el transcurso del siglo XX, la evolución legislativa nos ha llevado a la necesidad de consolidar un sistema electoral robusto y altamente sofisticado, en el que las dudas y la incertidumbre son cada vez menos comunes.

Esto se ha logrado a partir de la creación y consecuente fortalecimiento de órganos autónomos completamente independientes de los poderes públicos, tanto para la organización de los comicios, en la figura de los Institutos Electorales, como para la resolución de las controversias presentadas, en la figura de los Tribunales Electorales. Pero también, gracias a la instauración de procedimientos y registros novedosos que han incorporado para su funcionamiento el uso de las tecnologías de la información y la comunicación.

Así, resulta que, tanto en las elecciones locales como en las elecciones federales, contamos con un sistema altamente certero y eficaz que se basa, entre otras cuestiones, en el uso de un registro federal de electores actualizado y fidedigno, y en la ejecución de programas de alta especialización técnica como lo son los conteos rápidos o los de resultados preliminares.

De este modo, es común que la misma noche de la elección podamos contar con información fehaciente respecto a quién o quiénes resultaron ser ganadores en determinada contienda, con lo cual se reduce la desconfianza en las elecciones y se cumple con la encomienda constitucional de otorgar certeza a las mexicanas y a los mexicanos respecto a la emisión de su voto y la legitimidad de sus gobernantes.


Durante los últimos días el mundo ha sido testigo de algunas debilidades en el sistema electoral estadounidense que han derivado en la imposibilidad de tener un ganador claro: conteos lentos en algunos estados e inconformidades relacionadas con las modalidades empleadas para la emisión del voto.

Si bien la democracia de nuestro vecino del norte es quizá la más icónica del planeta, lo cierto es que la eficacia de su sistema electoral deja mucho que desear si se compara, por ejemplo, con la del sistema mexicano.

Antes que nada, es importante entender que el método para la elección presidencial estadounidense es más complejo que el nuestro, pues en lugar de usar un modelo de votación directa en el que los votos de cada ciudadano cuentan exactamente igual y se suman a un total nacional; allá utilizan un modelo de votación indirecta, en el que la ciudadanía designa electores estatales que corresponden al partido político que más votos haya obtenido en el estado, quienes a su vez conforman el famoso Colegio Electoral que luego elige directamente a la persona que habitará la Casa Blanca.

Este modelo, que es de entrada complicado, se ve también afectado porque las reglas de operación en cada estado son distintas, particularmente en lo que respecta a los formatos de votación y a los mecanismos para el conteo de votos.

En nuestro caso, debido a las prácticas tendentes a vulnerar el ejercicio del voto de los mexicanos en absoluta libertad durante el transcurso del siglo XX, la evolución legislativa nos ha llevado a la necesidad de consolidar un sistema electoral robusto y altamente sofisticado, en el que las dudas y la incertidumbre son cada vez menos comunes.

Esto se ha logrado a partir de la creación y consecuente fortalecimiento de órganos autónomos completamente independientes de los poderes públicos, tanto para la organización de los comicios, en la figura de los Institutos Electorales, como para la resolución de las controversias presentadas, en la figura de los Tribunales Electorales. Pero también, gracias a la instauración de procedimientos y registros novedosos que han incorporado para su funcionamiento el uso de las tecnologías de la información y la comunicación.

Así, resulta que, tanto en las elecciones locales como en las elecciones federales, contamos con un sistema altamente certero y eficaz que se basa, entre otras cuestiones, en el uso de un registro federal de electores actualizado y fidedigno, y en la ejecución de programas de alta especialización técnica como lo son los conteos rápidos o los de resultados preliminares.

De este modo, es común que la misma noche de la elección podamos contar con información fehaciente respecto a quién o quiénes resultaron ser ganadores en determinada contienda, con lo cual se reduce la desconfianza en las elecciones y se cumple con la encomienda constitucional de otorgar certeza a las mexicanas y a los mexicanos respecto a la emisión de su voto y la legitimidad de sus gobernantes.