/ viernes 10 de enero de 2020

¿De qué te quejas?

Si nos quejamos de la mala suerte, simplemente significa que no hemos tomado la precaución de prepararnos mejor o no tenemos la constancia y la disciplina para perseverar en algo. La buena suerte no es otra cosa que la aplicación de algo de habilidad aunada a un arduo trabajo. Renegando de nuestra suerte jamás vamos a conseguirla.

La fortuna y el éxito son muy críticos en cuanto a quien escogen. Generalmente la fortuna prefiere a los hombres que pueden ver su futuro, su porvenir con claridad y que toman acción rápida en cada oportunidad. Jamás le echan la culpa a la suerte de sus fracasos.

Existen muchas oportunidades que se han perdido deliberadamente. Las que aparecieron en la vida de los grandes hombres hubieran tenido resultados muy diferentes si tales oportunidades hubieran caído en manos de algunas personas indolentes y flojas. ¿De qué le sirve la buena suerte si no se aprovecha? Entre más honrados somos, mejor nos va. Podemos ser muy honestos según falsamente nos autoproclamamos, pero muy poco honrados según nuestro desempeño y testimonio. “Persiste la acepción diferente para dos palabras similares; honestidad y honradez. ...Honesto teóricamente es un hombre decente, recatado y decoroso. Honrado es el que procede con honradez, que obra siempre con integridad y justicia”.

Si la buena suerte pudiera ser clasificada, existe la que pudiéramos ubicar como “común y corriente”, la cual se reparte a todos por igual, igual al rico que al pobre, al sabio que al ignorante. Sin embargo, la casualidad nunca inició al ser humano, jamás escribió un buen libro, ni pintó un buen cuadro, ni diseñó un buen edificio... ni lo hará.

La otra clase de buena suerte es la que se siembra y se cultiva. Si un desempleado espera que la suerte le consiga trabajo nunca lo conseguirá. Pero si lo busca, lo encuentra. El sol siempre sale, la cosa está en movernos hacia donde se encuentra.

Si la fuente común de la mala suerte se encuentra en la inconstancia y en la vacilación, el éxito se encuentra en la energía, la confianza, la congruencia, la paciencia y la acción. Los éxitos en nuestra vida son el resultado de nuestro esfuerzo. Es factible tener algo de suerte producto de la casualidad, pero el éxito es únicamente producto de la intención y la acción.

Esperar sacarse la lotería o atenernos a nuestra suerte para lograr algo es como querer vivir con el dinero en la punta de un poste ensebado.

Un importante hombre de negocios que conocí hace poco, tiene como política hacer negocio y darles su confianza a personas de buena suerte, o sean individuos que nunca le echan la culpa a nadie por sus fracasos y que hayan demostrado su capacidad en diversas situaciones. A quienes se pueda seguir confiadamente, a líderes.

Lo que decide nuestro destino no es la suerte sino el alma, el espíritu emprendedor de cada quien. Ningún cobarde tiene suerte: mucho menos aquél que se conforma con el dinero que le regala Morena por seguir votando por ellos. Y sí, el actual Gobierno ve como adversarios o mejor dicho enemigos, a los que luchan por la vida, por un mejor futuro.

Si nos quejamos de la mala suerte, simplemente significa que no hemos tomado la precaución de prepararnos mejor o no tenemos la constancia y la disciplina para perseverar en algo. La buena suerte no es otra cosa que la aplicación de algo de habilidad aunada a un arduo trabajo. Renegando de nuestra suerte jamás vamos a conseguirla.

La fortuna y el éxito son muy críticos en cuanto a quien escogen. Generalmente la fortuna prefiere a los hombres que pueden ver su futuro, su porvenir con claridad y que toman acción rápida en cada oportunidad. Jamás le echan la culpa a la suerte de sus fracasos.

Existen muchas oportunidades que se han perdido deliberadamente. Las que aparecieron en la vida de los grandes hombres hubieran tenido resultados muy diferentes si tales oportunidades hubieran caído en manos de algunas personas indolentes y flojas. ¿De qué le sirve la buena suerte si no se aprovecha? Entre más honrados somos, mejor nos va. Podemos ser muy honestos según falsamente nos autoproclamamos, pero muy poco honrados según nuestro desempeño y testimonio. “Persiste la acepción diferente para dos palabras similares; honestidad y honradez. ...Honesto teóricamente es un hombre decente, recatado y decoroso. Honrado es el que procede con honradez, que obra siempre con integridad y justicia”.

Si la buena suerte pudiera ser clasificada, existe la que pudiéramos ubicar como “común y corriente”, la cual se reparte a todos por igual, igual al rico que al pobre, al sabio que al ignorante. Sin embargo, la casualidad nunca inició al ser humano, jamás escribió un buen libro, ni pintó un buen cuadro, ni diseñó un buen edificio... ni lo hará.

La otra clase de buena suerte es la que se siembra y se cultiva. Si un desempleado espera que la suerte le consiga trabajo nunca lo conseguirá. Pero si lo busca, lo encuentra. El sol siempre sale, la cosa está en movernos hacia donde se encuentra.

Si la fuente común de la mala suerte se encuentra en la inconstancia y en la vacilación, el éxito se encuentra en la energía, la confianza, la congruencia, la paciencia y la acción. Los éxitos en nuestra vida son el resultado de nuestro esfuerzo. Es factible tener algo de suerte producto de la casualidad, pero el éxito es únicamente producto de la intención y la acción.

Esperar sacarse la lotería o atenernos a nuestra suerte para lograr algo es como querer vivir con el dinero en la punta de un poste ensebado.

Un importante hombre de negocios que conocí hace poco, tiene como política hacer negocio y darles su confianza a personas de buena suerte, o sean individuos que nunca le echan la culpa a nadie por sus fracasos y que hayan demostrado su capacidad en diversas situaciones. A quienes se pueda seguir confiadamente, a líderes.

Lo que decide nuestro destino no es la suerte sino el alma, el espíritu emprendedor de cada quien. Ningún cobarde tiene suerte: mucho menos aquél que se conforma con el dinero que le regala Morena por seguir votando por ellos. Y sí, el actual Gobierno ve como adversarios o mejor dicho enemigos, a los que luchan por la vida, por un mejor futuro.