/ martes 6 de agosto de 2019

Decisiones

En cualquier momento de la vida, hombres y mujeres se enfrentan a una elección. Cualquiera que sea el motivo, todos tenemos que decidirnos por una cosa u otra, por éste o aquél camino. Todos decidimos en lo grande o lo pequeño, en lo que no tiene importancia o la tiene poca y en lo que trasciende a nuestra existencia presente o futura.

Las decisiones que implican la resolución o determinación de algo dudoso son frecuentes, y a veces –valga la redundancia- dudamos en tomarlas. Algunas, por pequeñas que sean, influyen en nuestro estado de ánimo o en lo que vendrá después.

Hay decisiones que enfrentan nuestros principios y convicciones, y no pocas veces son difíciles de tomar, y si nos determinamos en ésa u otra manera nuestra conciencia puede sufrir.

El tener que decidir sobre si ir al cine o al parque, si hacer de comer uno u otro platillo, si levantarnos a determinada hora o quedarnos otro rato en la cama, si visitar a un amigo enfermo o quedarnos a ver televisión…, son decisiones de casi cada día, y dependiendo de cómo actuemos van formando o deformando nuestro carácter.

Las grandes decisiones en la vida como el elegir a cierta persona como novio(a), el aceptar tal o cual trabajo, el casarse o separarse, el tener tantos hijos, el realizar un testamento, el estudiar la carrera que nos atrae o la que supuestamente nos dará más dinero o estatus, el aceptar o no algún soborno o “mordida”, el seguir o no las indicaciones del jefe sabiendo que pueden no ser buenas o tener consecuencias no gratas, el cambiar de religión o renegar de nuestra fe, el mantener o romper una amistad, el hacerse socio de alguien para involucrarse en una empresa…, son decisiones que definitivamente marcan nuestra vida y nuestro ser interior.

Para tomar determinadas decisiones a veces se requiere tiempo y estudio de la situación. La cosa es calmada, como diría “Clavillazo”; no hay que ser precipitosos, diría “Piporro”. Cuando algunas decisiones se realizan sin sopesarlas en lo que valen y se toman precipitadamente las cosas pueden salirse de control, errar en el intento y sufrir las consecuencias.

Lo anterior se aplica al ámbito individual, pero en el campo social también se deben tomar decisiones que, mal tomadas, pueden afectar a la colectividad. En el ambiente gubernamental o político las buenas o malas decisiones influyen en el rumbo de un país. Por ello, antes de decidirse por tal o cual proyecto o tal o cual aplicación normativa, deben tomarse en cuenta los factores que pueden llevar por buen camino esa decisión. Y además tomar en cuenta el sentir de la sociedad. Las decisiones personalistas y sin suficiente estudio sientan un mal antecedente y un mal presagio. ¿Lo ven?

En cualquier momento de la vida, hombres y mujeres se enfrentan a una elección. Cualquiera que sea el motivo, todos tenemos que decidirnos por una cosa u otra, por éste o aquél camino. Todos decidimos en lo grande o lo pequeño, en lo que no tiene importancia o la tiene poca y en lo que trasciende a nuestra existencia presente o futura.

Las decisiones que implican la resolución o determinación de algo dudoso son frecuentes, y a veces –valga la redundancia- dudamos en tomarlas. Algunas, por pequeñas que sean, influyen en nuestro estado de ánimo o en lo que vendrá después.

Hay decisiones que enfrentan nuestros principios y convicciones, y no pocas veces son difíciles de tomar, y si nos determinamos en ésa u otra manera nuestra conciencia puede sufrir.

El tener que decidir sobre si ir al cine o al parque, si hacer de comer uno u otro platillo, si levantarnos a determinada hora o quedarnos otro rato en la cama, si visitar a un amigo enfermo o quedarnos a ver televisión…, son decisiones de casi cada día, y dependiendo de cómo actuemos van formando o deformando nuestro carácter.

Las grandes decisiones en la vida como el elegir a cierta persona como novio(a), el aceptar tal o cual trabajo, el casarse o separarse, el tener tantos hijos, el realizar un testamento, el estudiar la carrera que nos atrae o la que supuestamente nos dará más dinero o estatus, el aceptar o no algún soborno o “mordida”, el seguir o no las indicaciones del jefe sabiendo que pueden no ser buenas o tener consecuencias no gratas, el cambiar de religión o renegar de nuestra fe, el mantener o romper una amistad, el hacerse socio de alguien para involucrarse en una empresa…, son decisiones que definitivamente marcan nuestra vida y nuestro ser interior.

Para tomar determinadas decisiones a veces se requiere tiempo y estudio de la situación. La cosa es calmada, como diría “Clavillazo”; no hay que ser precipitosos, diría “Piporro”. Cuando algunas decisiones se realizan sin sopesarlas en lo que valen y se toman precipitadamente las cosas pueden salirse de control, errar en el intento y sufrir las consecuencias.

Lo anterior se aplica al ámbito individual, pero en el campo social también se deben tomar decisiones que, mal tomadas, pueden afectar a la colectividad. En el ambiente gubernamental o político las buenas o malas decisiones influyen en el rumbo de un país. Por ello, antes de decidirse por tal o cual proyecto o tal o cual aplicación normativa, deben tomarse en cuenta los factores que pueden llevar por buen camino esa decisión. Y además tomar en cuenta el sentir de la sociedad. Las decisiones personalistas y sin suficiente estudio sientan un mal antecedente y un mal presagio. ¿Lo ven?