/ viernes 3 de julio de 2020

“Delincuente, tus delitos te son perdonados” (Excepto tu defensa, ciudadano)

En nuestro país se incurre en un delito hasta que el ciudadano decide defender su vida, la de su familia, así como su propiedad de los bandoleros. Sólo aquél que el padre Solalinde catalogó como “Dios”, López Obrador puede perdonar al criminal. Esto ya lo hemos visto con el perdón a Ovidio, a la familia de “el Marro” y la libertad de los cárteles para asesinar, robar, extorsionar, desmembrar; además de cientos de feminicidios que han incrementado el tomar vidas a discreción.

En general la sociedad tiene la tendencia de solicitar a sus autoridades que “erradiquen” el crimen, el delito y la violencia. Como respuesta al clamor de la gente, los gobiernos responden con políticas, programas y campañas, o como en caso de la 4ª transformación con la impunidad porque “también son pueblo”, como dice el presidente. Pero la indignación y la frustración de la gente continúa. La seguridad pública es el balón que se pasan los políticos de administración en administración. Cada gobernante declara lo que piensa que los ciudadanos quieren escuchar para poder ser electos o al menos, mantenerse en su puesto. Desafortunadamente nada de esto les ha funcionado a los de Morena. Y el problema básico está en la complicidad, la desinformación, el pánico moral y hasta en el tratar de cobrar venganza, ahora hasta contra los miembros del “sicariato de la pluma”, según versión obradorista.

Nuestro sistema de justicia para prevenir, controlar y finalmente erradicar el delito ha llegado a un punto de saturación ya imposible de solucionar bajo los estándares de la actual decadencia de Morena. Y este problema es agravado porque ya vemos natural no únicamente que el vecino venda droga, que tal o cual conocido ya es adicto o que otra persona viva con el producto de lo que roba. Ya vemos también con cierta resignación que nuestros mismos gobernantes promuevan y alienten la ilegalidad. No, ni siquiera iguales a los pasados, sino inmensamente peores, pues a Morena lo forman “todos los del pasado”, “los de antes”.

Todos tenemos que pensar diferente. Por ejemplo, que el delito no es un ente único o un acontecimiento específico, sino una estructura social que abarca una multitud de “pecados” definidos en nuestras leyes. Que aunque el delito puede en cierta forma ser controlado con medidas que muchos considerarían represivas, también reduciría ciertas libertades (como los retenes o los toques de queda).

No existe una solución única o exclusiva para la prevención del delito. Los operativos, campañas y creaciones de nuevas corporaciones policíacas sólo han servido para que se diga que al menos están haciendo algo. Quizá lo que se necesite sea algo más específico y a largo plazo, que involucre padres, maestros, trabajadores sociales, médicos, ministros y sacerdotes, los medios de comunicación y no menos importante, al ciudadano común. La base de todo lo anterior tendría que estar sustentada por más gobernantes y menos políticos. Así serían más reconocidos por la ciudadanía, verdaderos héroes que dieran soluciones auténticas. Este grado de sofisticación jamás lo verán nuestros ojos bajo un gobierno comunista.

Una muestra clara de cómo hemos perdido el concepto del valor de las cosas y de las personas, es ver a quién se le reconoce como héroe, pues ellos son a los que se les dedican adulaciones y reconocimientos. Pero no, ahora cualquier persona con el simple hecho de ser populista, piensa que ya se ganó un lugar en la historia. ¿Y nos quejamos de la pérdida de valores? ¿Y nos sorprende que se agigante el delito?

Tenemos que deshacernos ya del inepto y malintencionado Presidente.

En nuestro país se incurre en un delito hasta que el ciudadano decide defender su vida, la de su familia, así como su propiedad de los bandoleros. Sólo aquél que el padre Solalinde catalogó como “Dios”, López Obrador puede perdonar al criminal. Esto ya lo hemos visto con el perdón a Ovidio, a la familia de “el Marro” y la libertad de los cárteles para asesinar, robar, extorsionar, desmembrar; además de cientos de feminicidios que han incrementado el tomar vidas a discreción.

En general la sociedad tiene la tendencia de solicitar a sus autoridades que “erradiquen” el crimen, el delito y la violencia. Como respuesta al clamor de la gente, los gobiernos responden con políticas, programas y campañas, o como en caso de la 4ª transformación con la impunidad porque “también son pueblo”, como dice el presidente. Pero la indignación y la frustración de la gente continúa. La seguridad pública es el balón que se pasan los políticos de administración en administración. Cada gobernante declara lo que piensa que los ciudadanos quieren escuchar para poder ser electos o al menos, mantenerse en su puesto. Desafortunadamente nada de esto les ha funcionado a los de Morena. Y el problema básico está en la complicidad, la desinformación, el pánico moral y hasta en el tratar de cobrar venganza, ahora hasta contra los miembros del “sicariato de la pluma”, según versión obradorista.

Nuestro sistema de justicia para prevenir, controlar y finalmente erradicar el delito ha llegado a un punto de saturación ya imposible de solucionar bajo los estándares de la actual decadencia de Morena. Y este problema es agravado porque ya vemos natural no únicamente que el vecino venda droga, que tal o cual conocido ya es adicto o que otra persona viva con el producto de lo que roba. Ya vemos también con cierta resignación que nuestros mismos gobernantes promuevan y alienten la ilegalidad. No, ni siquiera iguales a los pasados, sino inmensamente peores, pues a Morena lo forman “todos los del pasado”, “los de antes”.

Todos tenemos que pensar diferente. Por ejemplo, que el delito no es un ente único o un acontecimiento específico, sino una estructura social que abarca una multitud de “pecados” definidos en nuestras leyes. Que aunque el delito puede en cierta forma ser controlado con medidas que muchos considerarían represivas, también reduciría ciertas libertades (como los retenes o los toques de queda).

No existe una solución única o exclusiva para la prevención del delito. Los operativos, campañas y creaciones de nuevas corporaciones policíacas sólo han servido para que se diga que al menos están haciendo algo. Quizá lo que se necesite sea algo más específico y a largo plazo, que involucre padres, maestros, trabajadores sociales, médicos, ministros y sacerdotes, los medios de comunicación y no menos importante, al ciudadano común. La base de todo lo anterior tendría que estar sustentada por más gobernantes y menos políticos. Así serían más reconocidos por la ciudadanía, verdaderos héroes que dieran soluciones auténticas. Este grado de sofisticación jamás lo verán nuestros ojos bajo un gobierno comunista.

Una muestra clara de cómo hemos perdido el concepto del valor de las cosas y de las personas, es ver a quién se le reconoce como héroe, pues ellos son a los que se les dedican adulaciones y reconocimientos. Pero no, ahora cualquier persona con el simple hecho de ser populista, piensa que ya se ganó un lugar en la historia. ¿Y nos quejamos de la pérdida de valores? ¿Y nos sorprende que se agigante el delito?

Tenemos que deshacernos ya del inepto y malintencionado Presidente.