/ martes 11 de agosto de 2020

Desigualdad dentro de la desigualdad

La pandemia radiografió al mundo y develó las fracturas de la desigualdad. Gran parte de la población universal no puede satisfacer sus necesidades básicas como acceso a agua potable, saneamiento, alimentación, salud y educación. Por eso el primer objetivo de desarrollo sostenible de la ONU para 2030, es poner fin a la pobreza. Dependiendo de la zona y el contexto, ésta se manifiesta y afecta a las personas de manera distinta.

Desde hace algunos años ha circulado un diseño de un “mapamundi trágico” de Eduardo Salles a modo de crítica, que colorea el nivel de importancia y empatía ante una tragedia según en la región en la que ocurra. De acuerdo con el mapa, si sucede algo trágico en la zona “roja” de los países de primer mundo, nos conmocionamos más que si acaece en países en “amarillo” en desarrollo de América Latina; “verde” de Centroamérica y Medio Oriente donde la violencia se normaliza; “azules” que por cierto la gente no sabe ubicar y “cafés” de África, donde a nadie le importa lo que pase ahí. No es lo mismo una bomba en París que otra en Sudán del Sur. El mapa es útil para mostrar las grandes desigualdades por región, ahora que se exacerban con las consecuencias del Covid-19.

Estos días recordamos la fragilidad del ser humano y lo efímera que es la vida, y aunque todos en cada rincón somos vulnerables a la enfermedad, también nos recordó nuestras diferencias. No es lo mismo enfermarse en un país europeo, donde por lo general los sistemas de salud son óptimos, existe buena seguridad social y protección a las personas, que hacerlo en un país “frágil”. Para las regiones de matices “no privilegiados”, con el virus, abruptamente se jaló el freno de mano a los avances de desarrollo, estacionándose mal con el hambre, la violencia, la pobreza y la desigualdad. De acuerdo con la FAO y Cepal, este año la pobreza extrema en América Latina podría llegar a 83.4 millones de personas debido a la pandemia y en México se estima que habrá 8.8 millones de “nuevos” pobres. Podríamos subdividir y colorear otro mapa social con las desigualdades dentro de la existentes hasta llegar al negro, y resaltar a las mujeres que quedaron confinadas en casa para “protegerse”, convirtiéndose el supuesto lugar seguro, en una prisión al lado de su agresor. A los que no contaban con viviendas adecuadas para aislarse, pues carecen de servicios básicos para subsistir. Los grupos indígenas que son más vulnerables por el abandono del estado y la condición de pobreza en la que se encuentran, los que no cuentan con suficientes ingresos, las personas privadas de la libertad, adultos mayores y muchos más. La sociedad decidió que ciertas personas no eran normales y las normalizó como tales. ¿Cuánta más desigualdad dentro de la desigualdad hay que nombrar?

La pandemia radiografió al mundo y develó las fracturas de la desigualdad. Gran parte de la población universal no puede satisfacer sus necesidades básicas como acceso a agua potable, saneamiento, alimentación, salud y educación. Por eso el primer objetivo de desarrollo sostenible de la ONU para 2030, es poner fin a la pobreza. Dependiendo de la zona y el contexto, ésta se manifiesta y afecta a las personas de manera distinta.

Desde hace algunos años ha circulado un diseño de un “mapamundi trágico” de Eduardo Salles a modo de crítica, que colorea el nivel de importancia y empatía ante una tragedia según en la región en la que ocurra. De acuerdo con el mapa, si sucede algo trágico en la zona “roja” de los países de primer mundo, nos conmocionamos más que si acaece en países en “amarillo” en desarrollo de América Latina; “verde” de Centroamérica y Medio Oriente donde la violencia se normaliza; “azules” que por cierto la gente no sabe ubicar y “cafés” de África, donde a nadie le importa lo que pase ahí. No es lo mismo una bomba en París que otra en Sudán del Sur. El mapa es útil para mostrar las grandes desigualdades por región, ahora que se exacerban con las consecuencias del Covid-19.

Estos días recordamos la fragilidad del ser humano y lo efímera que es la vida, y aunque todos en cada rincón somos vulnerables a la enfermedad, también nos recordó nuestras diferencias. No es lo mismo enfermarse en un país europeo, donde por lo general los sistemas de salud son óptimos, existe buena seguridad social y protección a las personas, que hacerlo en un país “frágil”. Para las regiones de matices “no privilegiados”, con el virus, abruptamente se jaló el freno de mano a los avances de desarrollo, estacionándose mal con el hambre, la violencia, la pobreza y la desigualdad. De acuerdo con la FAO y Cepal, este año la pobreza extrema en América Latina podría llegar a 83.4 millones de personas debido a la pandemia y en México se estima que habrá 8.8 millones de “nuevos” pobres. Podríamos subdividir y colorear otro mapa social con las desigualdades dentro de la existentes hasta llegar al negro, y resaltar a las mujeres que quedaron confinadas en casa para “protegerse”, convirtiéndose el supuesto lugar seguro, en una prisión al lado de su agresor. A los que no contaban con viviendas adecuadas para aislarse, pues carecen de servicios básicos para subsistir. Los grupos indígenas que son más vulnerables por el abandono del estado y la condición de pobreza en la que se encuentran, los que no cuentan con suficientes ingresos, las personas privadas de la libertad, adultos mayores y muchos más. La sociedad decidió que ciertas personas no eran normales y las normalizó como tales. ¿Cuánta más desigualdad dentro de la desigualdad hay que nombrar?