/ martes 20 de octubre de 2020

Diálogo conyugal

Uno de los mayores problemas en la convivencia matrimonial se ha expresado de diferentes modos, es la falta de diálogo. Y es común que ello conduzca al poco entendimiento e incluso a la separación de los cónyuges.

Al casarse, no son pocos quienes pretenden que sus ideas, su modo de ser, sus pensamientos, sus posturas sobre diversos temas, sean seguidos, sin más, por quienes compartirán su vida. Piensan que ellos o ellas son los que tienen la razón y conducirán su relación por los caminos que consideren. Quizá desde el noviazgo tratan de llevar la batuta, y la otra persona asienta, sin chistar y por estar enamorada, lo que su futuro consorte exponga.

Al inicio del matrimonio es muy importante abrirse al diálogo, es decir, en este caso lo que se conoce como conversación entre dos personas que exponen sus ideas y comentarios de manera alternativa, con el objetivo de llegar a acuerdos o soluciones sobre determinados asuntos o problemas.

Es evidente que si uno de los esposos trata de imponer su voluntad o sus puntos de vista, cerrándose al diálogo, el sendero que tome su relación no será el mejor. El expresar que “yo soy así, así me conociste y así tienes que quererme”, no soluciona nada.

Por eso se requiere que como en toda institución –y el matrimonio lo es- se pongan reglas desde el principio. Que las cosas se aclaren y las reglas se acaten. Esas reglas, quizá pocas, resultan sumamente valiosas para que la relación funcione en amor, comprensión y respeto al otro y a uno mismo.

Una relación entre hombre y mujer donde uno de ellos se sienta superior al otro y quiera manejar diversas situaciones a su antojo o capricho sin tomar en cuenta al –real o supuesto- amor de su vida, camina por la cuerda floja.

Una de las reglas que pueden ayudar a mantener y acrecentar el amor es el que las decisiones que competen a ambos –comprar una casa o un auto, ir de vacaciones o no a determinado lugar, inscribir a los hijos en tal o cual escuela, visitar a familiares o amigos, pasar la Navidad con los papás de ella o de él, consultar a determinado médico o abogado si surge alguna circunstancia, etc.-, sean tomadas por ambos en una sana discusión, sin sentir que ella o él mandan, y mucho menos hacer sentir al otro que así es.

Además existen otras reglas que, si desde el principio se establecen y se siguen, como por ejemplo el no ir a la cama sin resolver alguna diferencia –antes que se meta el sol, dirá la Biblia-, auxilian a que de un enamoramiento se pase a un amor fecundo y eficaz. ¿Lo ven?

Uno de los mayores problemas en la convivencia matrimonial se ha expresado de diferentes modos, es la falta de diálogo. Y es común que ello conduzca al poco entendimiento e incluso a la separación de los cónyuges.

Al casarse, no son pocos quienes pretenden que sus ideas, su modo de ser, sus pensamientos, sus posturas sobre diversos temas, sean seguidos, sin más, por quienes compartirán su vida. Piensan que ellos o ellas son los que tienen la razón y conducirán su relación por los caminos que consideren. Quizá desde el noviazgo tratan de llevar la batuta, y la otra persona asienta, sin chistar y por estar enamorada, lo que su futuro consorte exponga.

Al inicio del matrimonio es muy importante abrirse al diálogo, es decir, en este caso lo que se conoce como conversación entre dos personas que exponen sus ideas y comentarios de manera alternativa, con el objetivo de llegar a acuerdos o soluciones sobre determinados asuntos o problemas.

Es evidente que si uno de los esposos trata de imponer su voluntad o sus puntos de vista, cerrándose al diálogo, el sendero que tome su relación no será el mejor. El expresar que “yo soy así, así me conociste y así tienes que quererme”, no soluciona nada.

Por eso se requiere que como en toda institución –y el matrimonio lo es- se pongan reglas desde el principio. Que las cosas se aclaren y las reglas se acaten. Esas reglas, quizá pocas, resultan sumamente valiosas para que la relación funcione en amor, comprensión y respeto al otro y a uno mismo.

Una relación entre hombre y mujer donde uno de ellos se sienta superior al otro y quiera manejar diversas situaciones a su antojo o capricho sin tomar en cuenta al –real o supuesto- amor de su vida, camina por la cuerda floja.

Una de las reglas que pueden ayudar a mantener y acrecentar el amor es el que las decisiones que competen a ambos –comprar una casa o un auto, ir de vacaciones o no a determinado lugar, inscribir a los hijos en tal o cual escuela, visitar a familiares o amigos, pasar la Navidad con los papás de ella o de él, consultar a determinado médico o abogado si surge alguna circunstancia, etc.-, sean tomadas por ambos en una sana discusión, sin sentir que ella o él mandan, y mucho menos hacer sentir al otro que así es.

Además existen otras reglas que, si desde el principio se establecen y se siguen, como por ejemplo el no ir a la cama sin resolver alguna diferencia –antes que se meta el sol, dirá la Biblia-, auxilian a que de un enamoramiento se pase a un amor fecundo y eficaz. ¿Lo ven?