/ jueves 28 de mayo de 2020

Diálogos con el diablo

Lo que en un principio es bueno, por falta de conocimiento, se vuelve malo. Taylor Caldwell lo dijo una vez: Los acontecimientos no caen sobre los hombres; éstos los crean a través de sus gobiernos y políticas. Lo que sigue es casi como si Lucifer susurrara al oído de los políticos los pasos de una agenda para que el terror no descienda a ellos de la nada, sino de sus propias manos. ¿No sueltan sobre sus ciudadanos frases nobles para que éstos acepten luchar y morir sin lamentarse? Y esto puede pasar en un planeta poderoso y espectacular como Lencia, con la raza más inteligente.

Lo que empieza como un ideal perfecto del Timeo de Platón, termina en “el hombre como medida de todas las cosas”, de Los Discursos Demoledores de Protágoras; creando la furia a partir de la calma y el caos desde el orden, con la anhelante participación de la gente. La virtud llevada al exceso se vuelve nociva y mortalmente peligrosa. Y eso sucedió con aquellos que quisieron gobernar a Lencia de manera absoluta, por el bien de los demás. Tenían grandiosos planes. ¡A qué alturas podría aspirar Lencia si se controlaba y ordenaba su futuro! Y el lema del proyecto sería El Gran Destino.

Todos estaban emocionados. Muy pocos se sintieron incómodos, pero no tenían palabras para expresarlo. El primer acto de los destructores de Lencia fue crear domos para librarse de la lluvia y el sol. Para protegerlos de enfermedades y bacterias la gente no debería dejar las ciudades. Nunca se inquietaron, ni por las puertas de bronce ni los guardias vigilando el límite de los domos. La gente era prisionera, honraban a sus carcelarios y al Maestro. La libertad se ama cuando se pierde, y los que protestaron, desaparecieron. Era demasiado tarde. Los denunciantes eran los enemigos.

Después de esto, los gobernantes se dieron prisa. Las calles fueron cerradas a cierta hora, no hubo elecciones, porque la sabiduría de los Consejeros sería suficiente y se ahorraría dinero. Los matrimonios se arreglarían, ellos decidirían el número de hijos y a todos se les asignó su trabajo de por vida. No pasó mucho tiempo antes de que surgieran dos clases diferentes, Elegidos y Servidores. Pero algo sucedió. El censo descubrió intrigado que en dos años no habían nacido niños entre los Servidores. ¿A quién mandaremos? ¿Puede llegar la vida a perder tanto valor que el instinto muera?

Los ancianos fallecieron. La población decreció. No hubo motivadores ni drogas que funcionaran. Pero la libertad no es divisible. Por fin, tampoco las mujeres de los Elegidos procrearon. Ahora, todos son viejos y decadentes. Desde hace tiempo se retiraron los domos, pero el sol ya no estimula el proceso de la vida. El lugar ya es un desierto. Los Elegidos aprendieron, tarde, que nadie se mete con la libertad del cuerpo y del corazón de los hombres, ni con las fuentes de la vida, sin resultados letales. La muerte de Lencia fue una advertencia. Y Lucifer rió en silencio. agusperez@hotmail.com



Lo que en un principio es bueno, por falta de conocimiento, se vuelve malo. Taylor Caldwell lo dijo una vez: Los acontecimientos no caen sobre los hombres; éstos los crean a través de sus gobiernos y políticas. Lo que sigue es casi como si Lucifer susurrara al oído de los políticos los pasos de una agenda para que el terror no descienda a ellos de la nada, sino de sus propias manos. ¿No sueltan sobre sus ciudadanos frases nobles para que éstos acepten luchar y morir sin lamentarse? Y esto puede pasar en un planeta poderoso y espectacular como Lencia, con la raza más inteligente.

Lo que empieza como un ideal perfecto del Timeo de Platón, termina en “el hombre como medida de todas las cosas”, de Los Discursos Demoledores de Protágoras; creando la furia a partir de la calma y el caos desde el orden, con la anhelante participación de la gente. La virtud llevada al exceso se vuelve nociva y mortalmente peligrosa. Y eso sucedió con aquellos que quisieron gobernar a Lencia de manera absoluta, por el bien de los demás. Tenían grandiosos planes. ¡A qué alturas podría aspirar Lencia si se controlaba y ordenaba su futuro! Y el lema del proyecto sería El Gran Destino.

Todos estaban emocionados. Muy pocos se sintieron incómodos, pero no tenían palabras para expresarlo. El primer acto de los destructores de Lencia fue crear domos para librarse de la lluvia y el sol. Para protegerlos de enfermedades y bacterias la gente no debería dejar las ciudades. Nunca se inquietaron, ni por las puertas de bronce ni los guardias vigilando el límite de los domos. La gente era prisionera, honraban a sus carcelarios y al Maestro. La libertad se ama cuando se pierde, y los que protestaron, desaparecieron. Era demasiado tarde. Los denunciantes eran los enemigos.

Después de esto, los gobernantes se dieron prisa. Las calles fueron cerradas a cierta hora, no hubo elecciones, porque la sabiduría de los Consejeros sería suficiente y se ahorraría dinero. Los matrimonios se arreglarían, ellos decidirían el número de hijos y a todos se les asignó su trabajo de por vida. No pasó mucho tiempo antes de que surgieran dos clases diferentes, Elegidos y Servidores. Pero algo sucedió. El censo descubrió intrigado que en dos años no habían nacido niños entre los Servidores. ¿A quién mandaremos? ¿Puede llegar la vida a perder tanto valor que el instinto muera?

Los ancianos fallecieron. La población decreció. No hubo motivadores ni drogas que funcionaran. Pero la libertad no es divisible. Por fin, tampoco las mujeres de los Elegidos procrearon. Ahora, todos son viejos y decadentes. Desde hace tiempo se retiraron los domos, pero el sol ya no estimula el proceso de la vida. El lugar ya es un desierto. Los Elegidos aprendieron, tarde, que nadie se mete con la libertad del cuerpo y del corazón de los hombres, ni con las fuentes de la vida, sin resultados letales. La muerte de Lencia fue una advertencia. Y Lucifer rió en silencio. agusperez@hotmail.com