/ viernes 30 de octubre de 2020

Días de los Santos y de los Muertos

Me parece que es buena una aclaración: las fiestas de Santos y de los Difuntos, gramaticalmente se expresan en masculino, pero se entiende que hay Santas y Difuntas. Lo que escribo en masculino, también se aplica a las mujeres.

Todos hemos tenido un comportamiento bueno con los seres humanos, y les hemos perdonado su trato inadecuado. Hemos buscado el bien. Eso es santidad. Millones se han muerto en el mundo, y los que ahora vivimos un día seremos difuntos. De manera que bondad y muerte, son cosa de todos los humanos. En todos los hombres de todo el mundo, muy temprano, hubo la conciencia de hacer el bien. Y todos sin excepción hemos aceptado que un día nos visitará la muerte. Cien años antes de Cristo, los macabeos tenían la conciencia, de que los seres habían hecho algo mal, y debían pagar por ese mal comportamiento. En el primer siglo del cristianismo los fieles tenían la conciencia de que morir como mártir era un borrar los errores. Por eso, para la Iglesia, el martirio es igual a santidad. El deseo de ser mártir era un deseo de la fe cristiana. Iban con alegría, y con vestidos festivos. No iban al martirio con tristeza o con temor. Desde el principio, la Iglesia juntó la santidad de morir por Cristo con la muerte en las fauces de los leones. Por eso desde el inicio las dos fiestas iban juntas, y primero la santidad, y segundo el martirio.

En el rito latino de la Iglesia, el noviembre, el día 1 era día de los Santos, y el día 2 era la fiesta de los Difuntos. En el rito oriental los santos se celebraban el domingo de Pentecostés, y al día siguiente el de los difuntos. Hoy las dos fiestas se siguen celebrando en noviembre 1 y noviembre 2. Son las dos fiestas más antiguas del cristianismo. Con la conversión del emperador Constantino, fue cesando cada vez más los actos de mártires. El día de los Santos, demos acción de gracias al santo, a la santa que alentó nuestra fe cristiana.

En el siglo IX el papa Gregorio IV inició un trabajo para extraer de las catacumbas los restos de los mártires y a depositarlos en un cementerio cristiano. Estableció entonces el 1 de noviembre la fiesta de Sta. María de los Mártires. Todos conocemos un santo, al cual nos encomendamos. En nuestras necesidades, a ese santo lo recordamos el 1 de noviembre. En el siglo X San Odilón, monje benedictino, estableció el 2 de noviembre la fiesta de los difuntos. A los difuntos los podemos liberar del purgatorio. El Día de los Difuntos, acordémonos y oremos por ellos: por nuestros padres; por el cristiano que nos crió si somos huérfanos; por quien nos dio la fe; por quién nos bautizó; por el maestro que más nos influyó; por los que nos hicieron mal; por el último papa, por el último obispo; por los que están depositados en la tumba más abandonada del cementerio. De ambos días, ganemos que seamos un poco más espirituales. Gracias a los santos por su apoyo; oremos por nuestros difuntos.


Me parece que es buena una aclaración: las fiestas de Santos y de los Difuntos, gramaticalmente se expresan en masculino, pero se entiende que hay Santas y Difuntas. Lo que escribo en masculino, también se aplica a las mujeres.

Todos hemos tenido un comportamiento bueno con los seres humanos, y les hemos perdonado su trato inadecuado. Hemos buscado el bien. Eso es santidad. Millones se han muerto en el mundo, y los que ahora vivimos un día seremos difuntos. De manera que bondad y muerte, son cosa de todos los humanos. En todos los hombres de todo el mundo, muy temprano, hubo la conciencia de hacer el bien. Y todos sin excepción hemos aceptado que un día nos visitará la muerte. Cien años antes de Cristo, los macabeos tenían la conciencia, de que los seres habían hecho algo mal, y debían pagar por ese mal comportamiento. En el primer siglo del cristianismo los fieles tenían la conciencia de que morir como mártir era un borrar los errores. Por eso, para la Iglesia, el martirio es igual a santidad. El deseo de ser mártir era un deseo de la fe cristiana. Iban con alegría, y con vestidos festivos. No iban al martirio con tristeza o con temor. Desde el principio, la Iglesia juntó la santidad de morir por Cristo con la muerte en las fauces de los leones. Por eso desde el inicio las dos fiestas iban juntas, y primero la santidad, y segundo el martirio.

En el rito latino de la Iglesia, el noviembre, el día 1 era día de los Santos, y el día 2 era la fiesta de los Difuntos. En el rito oriental los santos se celebraban el domingo de Pentecostés, y al día siguiente el de los difuntos. Hoy las dos fiestas se siguen celebrando en noviembre 1 y noviembre 2. Son las dos fiestas más antiguas del cristianismo. Con la conversión del emperador Constantino, fue cesando cada vez más los actos de mártires. El día de los Santos, demos acción de gracias al santo, a la santa que alentó nuestra fe cristiana.

En el siglo IX el papa Gregorio IV inició un trabajo para extraer de las catacumbas los restos de los mártires y a depositarlos en un cementerio cristiano. Estableció entonces el 1 de noviembre la fiesta de Sta. María de los Mártires. Todos conocemos un santo, al cual nos encomendamos. En nuestras necesidades, a ese santo lo recordamos el 1 de noviembre. En el siglo X San Odilón, monje benedictino, estableció el 2 de noviembre la fiesta de los difuntos. A los difuntos los podemos liberar del purgatorio. El Día de los Difuntos, acordémonos y oremos por ellos: por nuestros padres; por el cristiano que nos crió si somos huérfanos; por quien nos dio la fe; por quién nos bautizó; por el maestro que más nos influyó; por los que nos hicieron mal; por el último papa, por el último obispo; por los que están depositados en la tumba más abandonada del cementerio. De ambos días, ganemos que seamos un poco más espirituales. Gracias a los santos por su apoyo; oremos por nuestros difuntos.