/ martes 31 de agosto de 2021

Discriminación social en el lenguaje

Por: Flor Yáñez

Hacia una cultura de paz

Todavía causa controversia el video de Andra, una persona no binaria, quien en una clase por Zoom rompió en llanto cuando le llamaron compañera en lugar de utilizar el pronombre “elle” con el que se identifica. Inmediatamente surgieron críticas, memes, agresiones, burlas y demás por pensar ridícula su postura. En nuestra sociedad, por lo general se clasifica a las personas de acuerdo con los genitales con los que nacieron, luego, se les encasilla en un género (femenino o masculino) de construcción social para el rol que deben cumplir colectivamente, es decir: las mujeres a la cocina, los hombres a trabajar. Esto ha ido cambiando con los años debido a la lucha principalmente de mujeres, para derribar esa creencia que las discrimina y aleja de alcanzar igualdad y equidad entre ambos sexos.

Para algunas personas, principalmente las de generaciones adultas y de grupos conservadores, explorar la idea de la diversidad es aterradora. Le tenemos miedo a lo diferente y señalamos aquello que, de acuerdo con nuestras creencias, está mal. Apenas se comienza a aceptar y tolerar que las personas puedan tener preferencias sexuales diversas a las establecidas e incluso, que puedan casarse entre ellas. Imaginen a una persona que se sale de ese estereotipo “conocido” y medio normalizado por la sociedad, para mostrar otra posibilidad dentro de un espectro completo de lo que es el género. Si no encaja en lo que la mayoría dice, entonces, ¿significa que debe adaptarse a lo que las personas le impongan, vivir en resignación y rechazar su diferencia, sólo porque algunos no entienden ni aceptan la diferencia?

No binaria significa que no se identifica con el género masculino ni femenino. Es un género, si puede llamársele así, que existe fuera de los parámetros establecidos. No es ella ni él, pudiera decirse elle.

Nuestra mentalidad es heteronormativa y arraigada al patriarcado; se visibiliza con los roles impuestos a hombres y mujeres, pero también se refleja en el lenguaje. Quienes defienden la tradición del lenguaje y de la RAE como la manera correcta de hablar no sólo excluyen técnicamente a las personas, sino alientan a que los comportamientos también lo hagan. Muy apenas se acepta el lenguaje inclusivo para visibilizar a las mujeres, generalmente son aisladas del ámbito social y laboral, ahora imaginen la idea de incluir a una persona no binaria. Hace algunos años, la RAE incluyó el pronombre “elle” en el Observatorio de Palabras para referirse a quienes no se sientan identificados con ninguno de los dos géneros tradicionales. Las palabras no están en el diccionario, son términos y expresiones nuevas que se analizan. Causó tanta conmoción, que la tuvieron que quitar. En Suecia, la Academia de la Lengua Sueca incluyó el pronombre hen (que no tiene género), además del han (el) y hon, ella. Este pronombre se usa en referencia a una persona sin la necesidad de revelar su género. El lenguaje nos reafirma, pero también invisibiliza las identidades. Si le quitáramos la carga del género a las palabras, nos acercaríamos a una sociedad más igualitaria. Parecieran sólo letras, pero la fuerza que contienen tiene el poder de destruir. El lenguaje cambia, si no lo hiciere, todavía estaríamos hablando latín. En vez de las personas ajustarse al lenguaje construido en un tiempo y lugar determinado, por qué no mejor el lenguaje incluirse a la realidad de las personas. Quizá sea “insignificante” para algunos tener que modificar las palabras, pero con esos cambios el proceso de inclusión se hace más tangible. Perdamos el miedo a lo diferente.

Por: Flor Yáñez

Hacia una cultura de paz

Todavía causa controversia el video de Andra, una persona no binaria, quien en una clase por Zoom rompió en llanto cuando le llamaron compañera en lugar de utilizar el pronombre “elle” con el que se identifica. Inmediatamente surgieron críticas, memes, agresiones, burlas y demás por pensar ridícula su postura. En nuestra sociedad, por lo general se clasifica a las personas de acuerdo con los genitales con los que nacieron, luego, se les encasilla en un género (femenino o masculino) de construcción social para el rol que deben cumplir colectivamente, es decir: las mujeres a la cocina, los hombres a trabajar. Esto ha ido cambiando con los años debido a la lucha principalmente de mujeres, para derribar esa creencia que las discrimina y aleja de alcanzar igualdad y equidad entre ambos sexos.

Para algunas personas, principalmente las de generaciones adultas y de grupos conservadores, explorar la idea de la diversidad es aterradora. Le tenemos miedo a lo diferente y señalamos aquello que, de acuerdo con nuestras creencias, está mal. Apenas se comienza a aceptar y tolerar que las personas puedan tener preferencias sexuales diversas a las establecidas e incluso, que puedan casarse entre ellas. Imaginen a una persona que se sale de ese estereotipo “conocido” y medio normalizado por la sociedad, para mostrar otra posibilidad dentro de un espectro completo de lo que es el género. Si no encaja en lo que la mayoría dice, entonces, ¿significa que debe adaptarse a lo que las personas le impongan, vivir en resignación y rechazar su diferencia, sólo porque algunos no entienden ni aceptan la diferencia?

No binaria significa que no se identifica con el género masculino ni femenino. Es un género, si puede llamársele así, que existe fuera de los parámetros establecidos. No es ella ni él, pudiera decirse elle.

Nuestra mentalidad es heteronormativa y arraigada al patriarcado; se visibiliza con los roles impuestos a hombres y mujeres, pero también se refleja en el lenguaje. Quienes defienden la tradición del lenguaje y de la RAE como la manera correcta de hablar no sólo excluyen técnicamente a las personas, sino alientan a que los comportamientos también lo hagan. Muy apenas se acepta el lenguaje inclusivo para visibilizar a las mujeres, generalmente son aisladas del ámbito social y laboral, ahora imaginen la idea de incluir a una persona no binaria. Hace algunos años, la RAE incluyó el pronombre “elle” en el Observatorio de Palabras para referirse a quienes no se sientan identificados con ninguno de los dos géneros tradicionales. Las palabras no están en el diccionario, son términos y expresiones nuevas que se analizan. Causó tanta conmoción, que la tuvieron que quitar. En Suecia, la Academia de la Lengua Sueca incluyó el pronombre hen (que no tiene género), además del han (el) y hon, ella. Este pronombre se usa en referencia a una persona sin la necesidad de revelar su género. El lenguaje nos reafirma, pero también invisibiliza las identidades. Si le quitáramos la carga del género a las palabras, nos acercaríamos a una sociedad más igualitaria. Parecieran sólo letras, pero la fuerza que contienen tiene el poder de destruir. El lenguaje cambia, si no lo hiciere, todavía estaríamos hablando latín. En vez de las personas ajustarse al lenguaje construido en un tiempo y lugar determinado, por qué no mejor el lenguaje incluirse a la realidad de las personas. Quizá sea “insignificante” para algunos tener que modificar las palabras, pero con esos cambios el proceso de inclusión se hace más tangible. Perdamos el miedo a lo diferente.