/ jueves 9 de agosto de 2018

¿Dónde está el presidente?

Los resultados electorales del primero de julio cambiaron el mapa político nacional y el primer priista del país dejó, al parecer, de ser en parte también el presidente de la República.

Enrique Peña Nieto no sólo aceptó el arrollador triunfo de López Obrador, sino también el pasar a un papel secundario en la transición de poderes. Con el perfil más bajo de su sexenio, el presidente le dejó el escenario al electo para que asumiera el protagonismo que antes detentara.

Las noticias del día ya no son las declaraciones o actos del jefe del Ejecutivo sino las de AMLO, lo cual se repite en la cobertura diaria de todos los medios de comunicación.

Es ahora el presidente electo el que marca la agenda y suscita apoyo o rechazos, aplausos o rechiflas. Pareciera que su sexenio se adelantó y ahora las peregrinaciones son recurrentes a la casona de la Roma, donde despacha provisionalmente el tabasqueño.

Ni siquiera la cercana finalización de la renegociación del TLCAN ha sido capitalizada por Peña Nieto, no se sabe si previendo un fracaso o para dejarle la responsabilidad del mismo a su sucesor.

El caso es que extraña la desaparición de la escena política de quien era la primera figura, incluso de los caricaturistas que lo tomaban como el modelo ideal. La atención popular está enfocada hacia el nuevo presidente y del actual pocos se acuerdan, tal vez ni buena parte de sus colaboradores como Meade que ya acudió a rendirle pleitesía al vencedor.

Mientras que el país continúa inmerso en la peor oleada de violencia criminal del siglo el jefe supremo de las fuerzas de seguridad, tanto pública como nacional, se esfuma sin plantear una estrategia efectiva para contrarrestar los nocivos actos cotidianos del crimen organizado.

La nación padece este interregno inexplicable que podría durar hasta el primero de diciembre en que asuma su cargo oficialmente el nuevo presidente de la República. El vacío de poder aumentará a partir de otro día primero, el de septiembre, pues predominará la mayoría de Morena en el congreso federal.

¿Es conveniente este periodo de gobierno de dos presidentes de facto? Obviamente no pues podría provocar una desestabilización y parálisis no sólo política sino también económica.

El sistema presidencialista mexicano es de por sí deficiente con sólo una cabeza y lo puede ser más al ser bicéfalo como está ocurriendo en la larga etapa de transición de la presidencia. Por lo pronto no estaría de más que Peña Nieto continúe asumiendo sus responsabilidades pues debe recordar que fue electo para gobernar seis y no sólo cinco años y medio.


Los resultados electorales del primero de julio cambiaron el mapa político nacional y el primer priista del país dejó, al parecer, de ser en parte también el presidente de la República.

Enrique Peña Nieto no sólo aceptó el arrollador triunfo de López Obrador, sino también el pasar a un papel secundario en la transición de poderes. Con el perfil más bajo de su sexenio, el presidente le dejó el escenario al electo para que asumiera el protagonismo que antes detentara.

Las noticias del día ya no son las declaraciones o actos del jefe del Ejecutivo sino las de AMLO, lo cual se repite en la cobertura diaria de todos los medios de comunicación.

Es ahora el presidente electo el que marca la agenda y suscita apoyo o rechazos, aplausos o rechiflas. Pareciera que su sexenio se adelantó y ahora las peregrinaciones son recurrentes a la casona de la Roma, donde despacha provisionalmente el tabasqueño.

Ni siquiera la cercana finalización de la renegociación del TLCAN ha sido capitalizada por Peña Nieto, no se sabe si previendo un fracaso o para dejarle la responsabilidad del mismo a su sucesor.

El caso es que extraña la desaparición de la escena política de quien era la primera figura, incluso de los caricaturistas que lo tomaban como el modelo ideal. La atención popular está enfocada hacia el nuevo presidente y del actual pocos se acuerdan, tal vez ni buena parte de sus colaboradores como Meade que ya acudió a rendirle pleitesía al vencedor.

Mientras que el país continúa inmerso en la peor oleada de violencia criminal del siglo el jefe supremo de las fuerzas de seguridad, tanto pública como nacional, se esfuma sin plantear una estrategia efectiva para contrarrestar los nocivos actos cotidianos del crimen organizado.

La nación padece este interregno inexplicable que podría durar hasta el primero de diciembre en que asuma su cargo oficialmente el nuevo presidente de la República. El vacío de poder aumentará a partir de otro día primero, el de septiembre, pues predominará la mayoría de Morena en el congreso federal.

¿Es conveniente este periodo de gobierno de dos presidentes de facto? Obviamente no pues podría provocar una desestabilización y parálisis no sólo política sino también económica.

El sistema presidencialista mexicano es de por sí deficiente con sólo una cabeza y lo puede ser más al ser bicéfalo como está ocurriendo en la larga etapa de transición de la presidencia. Por lo pronto no estaría de más que Peña Nieto continúe asumiendo sus responsabilidades pues debe recordar que fue electo para gobernar seis y no sólo cinco años y medio.