/ jueves 6 de enero de 2022

Dos mundos

Siguen los escenarios de “antaño” donde el castillo del rey está en óptimas condiciones, bardeado y custodiado, contrastando con la pobreza y el desorden de afuera. Los castillitos se han multiplicado, hay muchos reyecitos por todos lados encerrados en sus mundos de privilegio.

Al cruzar los grandes portones sentí la línea divisoria, estaba en un pueblo que con todo esfuerzo ofrecía al turista lo que podía con lo que tenía, y entraba a un recoveco privilegiado: Chacalilla que se yergue en un entorno espectacular en recursos naturales y económicos.

El acceso al complejo privado es imposible sin invitación, pero a mí me invitaron ¿Quiénes? Una familia con la que platiqué en la playa de cuidado al medio ambiente. El padre de los dos adolescentes me preguntó si conocía el fraccionamiento exclusivo del pueblo, le dije que no, que me habían platicado que era un lugar hermoso y amablemente me invitó a conocer, que era bienvenida a su casa. Su hijo buscó mi Instagram, vía por la que nos comunicaríamos.

Me bañé, me arreglé y caminé hasta llegar a la entrada, avisé de antemano que estaría ahí a las 12:30 p.m. Me buscaron en la lista de invitados y no aparecía mi nombre, el guardia hizo varias llamadas y al final me dejaron pasar. El vigilante me dijo que era complicado llegar a la casa de los Fernández, que él me aconsejaba dirigirme al Club de Playa y de ahí contactar a mis anfitriones. Empecé a caminar y admirar el lugar, caminos empedrados con rocas volcánicas, una vegetación hermosa y abundante, todo en orden y armonía. Entre árboles enormes y maleza sobresalían las casas. Llegué al Club de Playa, donde me topé con extranjeros y mexicanos. Avisé a la familia Fernández, de Guadalajara, que ya estaba en el club, pero ahí les va: ¡Ya no contestaron mis mensajes! se arrepintieron de esa invitación efusiva. No me recibieron en su casa, pero tuve la oportunidad de conocer la lujosa colonia, donde se venden terrenos de 1,000 metros a 1,600 dólares el mt2.

Di por hecho que ya no los volvería a ver, pero al día siguiente fui a desayunar al pueblo y ¡oh sorpresa!, llegaron, cuando me vieron se hicieron locos, pero al salir yo tenía que pasar al lado de su mesa así que los saludé, y le dije a la señora que había conocido a su familia en la playa, a lo que respondió con una mueca silenciosa y de refilón el señor preguntó ¿Qué le pareció el lugar? Le dije ¡espectacular! Les deseé feliz Navidad sin más comentarios y me fui con una sonrisa, ignorando el desaire del día anterior y quizá entendiéndolo, no me conocen, y no se quisieron arriesgar a hacerlo.

Los lugares privados y exclusivos deben involucrarse en aportar a la salud del medio ambiente que rodea sus castillos. Encerrarse en el privilegio e ignorar lo que pasa afuera es como creer que volar en primera clase te exime de morir si hay un accidente. Somos un todo, y el caos ambiental nos pega en conjunto tarde o temprano a todos.

Roberta Cortazar B.



Siguen los escenarios de “antaño” donde el castillo del rey está en óptimas condiciones, bardeado y custodiado, contrastando con la pobreza y el desorden de afuera. Los castillitos se han multiplicado, hay muchos reyecitos por todos lados encerrados en sus mundos de privilegio.

Al cruzar los grandes portones sentí la línea divisoria, estaba en un pueblo que con todo esfuerzo ofrecía al turista lo que podía con lo que tenía, y entraba a un recoveco privilegiado: Chacalilla que se yergue en un entorno espectacular en recursos naturales y económicos.

El acceso al complejo privado es imposible sin invitación, pero a mí me invitaron ¿Quiénes? Una familia con la que platiqué en la playa de cuidado al medio ambiente. El padre de los dos adolescentes me preguntó si conocía el fraccionamiento exclusivo del pueblo, le dije que no, que me habían platicado que era un lugar hermoso y amablemente me invitó a conocer, que era bienvenida a su casa. Su hijo buscó mi Instagram, vía por la que nos comunicaríamos.

Me bañé, me arreglé y caminé hasta llegar a la entrada, avisé de antemano que estaría ahí a las 12:30 p.m. Me buscaron en la lista de invitados y no aparecía mi nombre, el guardia hizo varias llamadas y al final me dejaron pasar. El vigilante me dijo que era complicado llegar a la casa de los Fernández, que él me aconsejaba dirigirme al Club de Playa y de ahí contactar a mis anfitriones. Empecé a caminar y admirar el lugar, caminos empedrados con rocas volcánicas, una vegetación hermosa y abundante, todo en orden y armonía. Entre árboles enormes y maleza sobresalían las casas. Llegué al Club de Playa, donde me topé con extranjeros y mexicanos. Avisé a la familia Fernández, de Guadalajara, que ya estaba en el club, pero ahí les va: ¡Ya no contestaron mis mensajes! se arrepintieron de esa invitación efusiva. No me recibieron en su casa, pero tuve la oportunidad de conocer la lujosa colonia, donde se venden terrenos de 1,000 metros a 1,600 dólares el mt2.

Di por hecho que ya no los volvería a ver, pero al día siguiente fui a desayunar al pueblo y ¡oh sorpresa!, llegaron, cuando me vieron se hicieron locos, pero al salir yo tenía que pasar al lado de su mesa así que los saludé, y le dije a la señora que había conocido a su familia en la playa, a lo que respondió con una mueca silenciosa y de refilón el señor preguntó ¿Qué le pareció el lugar? Le dije ¡espectacular! Les deseé feliz Navidad sin más comentarios y me fui con una sonrisa, ignorando el desaire del día anterior y quizá entendiéndolo, no me conocen, y no se quisieron arriesgar a hacerlo.

Los lugares privados y exclusivos deben involucrarse en aportar a la salud del medio ambiente que rodea sus castillos. Encerrarse en el privilegio e ignorar lo que pasa afuera es como creer que volar en primera clase te exime de morir si hay un accidente. Somos un todo, y el caos ambiental nos pega en conjunto tarde o temprano a todos.

Roberta Cortazar B.