/ martes 2 de julio de 2019

El apego y la aversión

Estimado lector, lectora, como ha leído en mis últimas publicaciones, gracias a AMLO cambié mi giro de crítica política por el de crítica personal, ya que el señor siempre tiene otros datos y hay que esperar lo que diga su dedito. Así que después de escribir sobre los venenos de la paz mental y el desarrollo de las virtudes (¿qué ya no se acuerda de esto?, no se preocupe, aquí se lo repetiré y recuerde que el verdadero aprendizaje viene de la repetición), le platicaré sobre nuestra intensa manía de catalogar cada una de nuestras experiencias entre buenas y malas, y con ello fastidiarnos la vida.

Dos venenos que perjudican nuestra vida diaria, según las filosofías orientales, son: la aversión y el apego. La aversión es el rechazo a las cosas que no nos gustan, eso que no soportamos, que nos hace vomitar o nos provoca fobias. El otro veneno es el apego, lo que adoramos, lo que nos gusta y nos hace experimentar verdadera felicidad.

Es con aversión o con apego como aprendimos a juzgar cada una de nuestras experiencias, por esta razón nos encontramos con personas que aborrecen el azul y otras lo adoran. Cada una de nuestras experiencias diarias está siendo pasada por nuestro escáner mental de “me gusta” o “no me gusta”, y eso hace muy difícil la vida.

Pero, sepa usted, estimado lector, lectora, que la culpa de nuestro apego y aversión es una palabrita nada desconocida: la exageración. Tomemos el ejemplo del color azul en el apego cuando pintamos o compramos todo en azul porque ese color nos da paz y no podríamos vivir en una casa pintada de rojo; esto es una exageración. En la aversión: no soporto nada azul en mi vida, aborrezco ese color y me da depresión; esto también es exageración.

Una ruptura amorosa, por ejemplo, es casi siempre catalogada por nuestro corazón con aversión y no queremos volver a sufrirla, pero qué tal si, simplemente, la etiquetamos como “fue, y ya pasó”. Y comprendemos, de antemano, que ninguna otra relación volverá a terminar igual porque todo es impermanente, no se repite, está en constante movimiento.

Dejar de catalogar las experiencias en aversión y apego es un buen ejercicio mental y del corazón. Practiquémoslo.

www.silviagonzalez.com.mx


Estimado lector, lectora, como ha leído en mis últimas publicaciones, gracias a AMLO cambié mi giro de crítica política por el de crítica personal, ya que el señor siempre tiene otros datos y hay que esperar lo que diga su dedito. Así que después de escribir sobre los venenos de la paz mental y el desarrollo de las virtudes (¿qué ya no se acuerda de esto?, no se preocupe, aquí se lo repetiré y recuerde que el verdadero aprendizaje viene de la repetición), le platicaré sobre nuestra intensa manía de catalogar cada una de nuestras experiencias entre buenas y malas, y con ello fastidiarnos la vida.

Dos venenos que perjudican nuestra vida diaria, según las filosofías orientales, son: la aversión y el apego. La aversión es el rechazo a las cosas que no nos gustan, eso que no soportamos, que nos hace vomitar o nos provoca fobias. El otro veneno es el apego, lo que adoramos, lo que nos gusta y nos hace experimentar verdadera felicidad.

Es con aversión o con apego como aprendimos a juzgar cada una de nuestras experiencias, por esta razón nos encontramos con personas que aborrecen el azul y otras lo adoran. Cada una de nuestras experiencias diarias está siendo pasada por nuestro escáner mental de “me gusta” o “no me gusta”, y eso hace muy difícil la vida.

Pero, sepa usted, estimado lector, lectora, que la culpa de nuestro apego y aversión es una palabrita nada desconocida: la exageración. Tomemos el ejemplo del color azul en el apego cuando pintamos o compramos todo en azul porque ese color nos da paz y no podríamos vivir en una casa pintada de rojo; esto es una exageración. En la aversión: no soporto nada azul en mi vida, aborrezco ese color y me da depresión; esto también es exageración.

Una ruptura amorosa, por ejemplo, es casi siempre catalogada por nuestro corazón con aversión y no queremos volver a sufrirla, pero qué tal si, simplemente, la etiquetamos como “fue, y ya pasó”. Y comprendemos, de antemano, que ninguna otra relación volverá a terminar igual porque todo es impermanente, no se repite, está en constante movimiento.

Dejar de catalogar las experiencias en aversión y apego es un buen ejercicio mental y del corazón. Practiquémoslo.

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