/ viernes 13 de julio de 2018

“El boxeador de la vida por experiencia propia”


Muy buenos días, mis lectores, que se la estén pasando “de aquellas” son mis mejores deseos. Hoy retomo la continuación del artículo en que les compartía de Sylvia, la joven dama que estaba padeciendo de una adicción. Les decía que después de haber hecho la cita de internación para su desintoxicación se fue al norte de Estados Unidos y me llamó varias veces y no le contesté.

Pasaron unos días y entonces recibí un texto de Sylvia que decía: “Estoy en San Antonio, José Luis, ya regresé”. Le contesté diciéndole que me daba mucho gusto y luego me llamó inmediatamente -quería constatar que mi teléfono nunca estuvo descompuesto y que recibí todo el tiempo sus llamadas- y me dijo: “Ya estoy aquí, ¿cómo has estado?”. Hablamos de cosas que no tenían que ver con su recuperación y fue muy corta la llamada.

Después de esa llamada ya no me volvió a hablar por casi un año hasta que lo hizo para decirme que cumplía su primer año de sobriedad. La felicité y a partir de allí nos veíamos y nos hablábamos, pero no tan frecuente como en aquellos tiempos en los cuales no podía detener su adicción ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué sucedió realmente? ¿Por qué ahora sí logró su sobriedad? Bueno, se los explicaré compartiéndoles mi experiencia personal:

Yo bebí alcohol por 24 o 25 años, pero los últimos 14 y medio de ellos había tratado de dejar de beber por diferentes medios, mediante la psiquiatría, mediante la religión y mediante una organización específica en el problema del alcoholismo y ninguna de esas tres posibles soluciones me estaban dando resultados contundentes. Mi problema de alcoholismo era tan grave y tan profundo que se requería básicamente la intervención divina.

Sin embargo, durante todos esos años de búsqueda vehemente leí todo lo concerniente a esa organización y había una persona que me había guiado de alguna manera en el entendimiento de esos principios que involucran ese programa de rehabilitación. Pero dejaba de beber por unos meses y volvía a reincidir sufriendo todas las consecuencias de ello: un sufrimiento atroz cada vez que dejaba de beber hasta el punto de ir al hospital para que me suministraran suero y reconstituyentes.

Cada vez que me encontraba en esos estados deplorables le hablaba a esa persona que no sólo se había ganado mi confianza, sino que me había demostrado la aplicación de esos principios en su vida personal, y sucedía algo muy tremendo: mediante su palabra me explicaba de una manera muy sencilla los conceptos espirituales más profundos: la cuarta dimensión de la existencia en un mundo material.

(Continuará)



Muy buenos días, mis lectores, que se la estén pasando “de aquellas” son mis mejores deseos. Hoy retomo la continuación del artículo en que les compartía de Sylvia, la joven dama que estaba padeciendo de una adicción. Les decía que después de haber hecho la cita de internación para su desintoxicación se fue al norte de Estados Unidos y me llamó varias veces y no le contesté.

Pasaron unos días y entonces recibí un texto de Sylvia que decía: “Estoy en San Antonio, José Luis, ya regresé”. Le contesté diciéndole que me daba mucho gusto y luego me llamó inmediatamente -quería constatar que mi teléfono nunca estuvo descompuesto y que recibí todo el tiempo sus llamadas- y me dijo: “Ya estoy aquí, ¿cómo has estado?”. Hablamos de cosas que no tenían que ver con su recuperación y fue muy corta la llamada.

Después de esa llamada ya no me volvió a hablar por casi un año hasta que lo hizo para decirme que cumplía su primer año de sobriedad. La felicité y a partir de allí nos veíamos y nos hablábamos, pero no tan frecuente como en aquellos tiempos en los cuales no podía detener su adicción ¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué sucedió realmente? ¿Por qué ahora sí logró su sobriedad? Bueno, se los explicaré compartiéndoles mi experiencia personal:

Yo bebí alcohol por 24 o 25 años, pero los últimos 14 y medio de ellos había tratado de dejar de beber por diferentes medios, mediante la psiquiatría, mediante la religión y mediante una organización específica en el problema del alcoholismo y ninguna de esas tres posibles soluciones me estaban dando resultados contundentes. Mi problema de alcoholismo era tan grave y tan profundo que se requería básicamente la intervención divina.

Sin embargo, durante todos esos años de búsqueda vehemente leí todo lo concerniente a esa organización y había una persona que me había guiado de alguna manera en el entendimiento de esos principios que involucran ese programa de rehabilitación. Pero dejaba de beber por unos meses y volvía a reincidir sufriendo todas las consecuencias de ello: un sufrimiento atroz cada vez que dejaba de beber hasta el punto de ir al hospital para que me suministraran suero y reconstituyentes.

Cada vez que me encontraba en esos estados deplorables le hablaba a esa persona que no sólo se había ganado mi confianza, sino que me había demostrado la aplicación de esos principios en su vida personal, y sucedía algo muy tremendo: mediante su palabra me explicaba de una manera muy sencilla los conceptos espirituales más profundos: la cuarta dimensión de la existencia en un mundo material.

(Continuará)