/ martes 14 de junio de 2022

El capitalismo de la vigilancia 

Por: Antonio Ríos Ramírez

La semana pasada tuve la oportunidad de leer un libro interesante sobre la gran dependencia que se está teniendo del internet. El movimiento y la serie de “facilidades” que se están presentando en las pequeñas y grandes empresas para manejar sus procesos utilizando aplicaciones con plataformas en internet. Estamos tan inmersos en nuestro pequeño bienestar que poco a poco y sin darnos cuenta, vendemos nuestra vida por un poco de comodidad o por unos momentos de dudoso placer para nuestro pequeño ego virtual. Un ejemplo paradigmático que nos puede servir para ser conscientes es el caso de China y el control que ejerce sobre su población a través de diversos métodos de cibervigilancia. El capitalismo de la vigilancia busca ser “dueño” de la experiencia humana, entendiéndola como una materia prima gratuita que puede traducir en datos de comportamiento. Aunque algunos de dichos datos se utilizan para mejorar productos o servicios, el resto es considerado como un excedente conductual privativo de las propias empresas y se usa como insumo de procesos avanzados de producción conocidos como inteligencia de máquinas, con los que se fabrican productos predictivos que prevén lo que cualquiera de ustedes hará ahora, en breve y más adelante. Por último, estos productos predictivos son comprados y vendidos en un nuevo tipo de mercado de predicciones de comportamientos que yo denomino mercados de futuros conductuales. Los capitalistas de la vigilancia se han enriquecido inmensamente con esas operaciones comerciales, pues son muchas las empresas ansiosas por apostar sobre nuestro comportamiento futuro.

El capitalismo de la vigilancia lo comprenden las empresas u otros entes cuya materia prima para la generación de sus ingresos es la experiencia humana, entendida ésta como datos de comportamiento. Al interactuar con la red intercambiamos o “dejamos” dos tipos de datos, los que son imprescindibles para el producto o servicio que usamos, y el resto, el “excedente conductual”, y que pasa a ser propiedad de las propias empresas. Ese excedente es el que es intercambiado en un mercado al margen de la voluntad de las personas que lo generan, y a las que se refiere. Ese mercado es real y se compran y venden estos excedentes para atraer al consumidor o prever su comportamiento en el futuro. Desde empresas que pagaban al dueño de la aplicación para que dentro de sus centros comerciales o negocios se colocaran los famosos Pokémones con la finalidad de que los jugadores del popular juego de realidad aumentada Pokémon Go pasaran por sus tiendas y compraran sus productos, hasta los contratos de “venta” de datos a terceros que hace imposible para un consumidor el rastreo de a quién vende sus datos cuando compra e instala cualquier aparato conectado a la red.

No hay nada gratuito en este mundo reducido a mercado. El uso de las aplicaciones sociales que se dicen gratuitas es sólo una carnada para que piquemos el anzuelo. El verdadero servicio son sus datos personales y los datos que deja por la red y sus aplicaciones. Y ya se encargarán las empresas de venderlos o explotarlos convenientemente.

Como un producto cualquiera, la vigilancia de los datos de muchos que estamos conectados a un teléfono celular será objeto de compra y venta para conocer nuestros gustos, necesidades y comportamientos.

Ahora imagínense que un gobierno adquiera una compañía de internet y tenga acceso a gran parte de los datos de los “conectados” a la red “gratuita”. Entonces sí entraremos no sólo a la predicción de comportamientos de las personas, sino también a la manipulación de esas personas a través de aplicaciones, mensajes y publicidad. Y la verdad, no estamos preparados para este tsunami político, mucho menos los millones de personas que no saben de lo que son capaces ni las personas, ni los sistemas de vigilancia.

email: antonio.rios@tec.mx, miembro de la Asociación de Editorialistas de Chihuahua

Por: Antonio Ríos Ramírez

La semana pasada tuve la oportunidad de leer un libro interesante sobre la gran dependencia que se está teniendo del internet. El movimiento y la serie de “facilidades” que se están presentando en las pequeñas y grandes empresas para manejar sus procesos utilizando aplicaciones con plataformas en internet. Estamos tan inmersos en nuestro pequeño bienestar que poco a poco y sin darnos cuenta, vendemos nuestra vida por un poco de comodidad o por unos momentos de dudoso placer para nuestro pequeño ego virtual. Un ejemplo paradigmático que nos puede servir para ser conscientes es el caso de China y el control que ejerce sobre su población a través de diversos métodos de cibervigilancia. El capitalismo de la vigilancia busca ser “dueño” de la experiencia humana, entendiéndola como una materia prima gratuita que puede traducir en datos de comportamiento. Aunque algunos de dichos datos se utilizan para mejorar productos o servicios, el resto es considerado como un excedente conductual privativo de las propias empresas y se usa como insumo de procesos avanzados de producción conocidos como inteligencia de máquinas, con los que se fabrican productos predictivos que prevén lo que cualquiera de ustedes hará ahora, en breve y más adelante. Por último, estos productos predictivos son comprados y vendidos en un nuevo tipo de mercado de predicciones de comportamientos que yo denomino mercados de futuros conductuales. Los capitalistas de la vigilancia se han enriquecido inmensamente con esas operaciones comerciales, pues son muchas las empresas ansiosas por apostar sobre nuestro comportamiento futuro.

El capitalismo de la vigilancia lo comprenden las empresas u otros entes cuya materia prima para la generación de sus ingresos es la experiencia humana, entendida ésta como datos de comportamiento. Al interactuar con la red intercambiamos o “dejamos” dos tipos de datos, los que son imprescindibles para el producto o servicio que usamos, y el resto, el “excedente conductual”, y que pasa a ser propiedad de las propias empresas. Ese excedente es el que es intercambiado en un mercado al margen de la voluntad de las personas que lo generan, y a las que se refiere. Ese mercado es real y se compran y venden estos excedentes para atraer al consumidor o prever su comportamiento en el futuro. Desde empresas que pagaban al dueño de la aplicación para que dentro de sus centros comerciales o negocios se colocaran los famosos Pokémones con la finalidad de que los jugadores del popular juego de realidad aumentada Pokémon Go pasaran por sus tiendas y compraran sus productos, hasta los contratos de “venta” de datos a terceros que hace imposible para un consumidor el rastreo de a quién vende sus datos cuando compra e instala cualquier aparato conectado a la red.

No hay nada gratuito en este mundo reducido a mercado. El uso de las aplicaciones sociales que se dicen gratuitas es sólo una carnada para que piquemos el anzuelo. El verdadero servicio son sus datos personales y los datos que deja por la red y sus aplicaciones. Y ya se encargarán las empresas de venderlos o explotarlos convenientemente.

Como un producto cualquiera, la vigilancia de los datos de muchos que estamos conectados a un teléfono celular será objeto de compra y venta para conocer nuestros gustos, necesidades y comportamientos.

Ahora imagínense que un gobierno adquiera una compañía de internet y tenga acceso a gran parte de los datos de los “conectados” a la red “gratuita”. Entonces sí entraremos no sólo a la predicción de comportamientos de las personas, sino también a la manipulación de esas personas a través de aplicaciones, mensajes y publicidad. Y la verdad, no estamos preparados para este tsunami político, mucho menos los millones de personas que no saben de lo que son capaces ni las personas, ni los sistemas de vigilancia.

email: antonio.rios@tec.mx, miembro de la Asociación de Editorialistas de Chihuahua