/ jueves 19 de julio de 2018

El caudillo de la cara pintada

No hace mucho, en una guardería, un niño molestaba a dos niñas. Ya lo había hecho con anterioridad. Nadie había hecho nada hasta que una niña le torció la mano y la otra le jaló el cabello. Los demás niños se acercaron pensando que sucedía lo que en otras ocasiones, pero con la diferencia de que el valor de las niñas envalentonó al resto para maltratar al niño acosador en lo que, según su escala de valores, se podría calificar como linchamiento en el patio de juegos, con lujo de patadas y golpes en el espinazo. Ni qué hablar del enojo de la abuelita del niño.

Y esto fue lo que sucedió en las pasadas elecciones. Mostraron la patente fatiga de la sociedad. Sólo faltaba que un líder se aprovechara de esa fatiga social por las viejas caras de la política, su incompetencia y las fallas de la democracia liberal, para alcanzar el poder como alguien ajeno a la politiquería prometiendo enmendar todos los problemas con una mezcla de candor, buena fe y honradez. Pero atado a sus promesas demagógicas, muchas de ellas, en gran parte irrealizables, tendrá que hacer frente al compromiso y al orgullo de emprenderlas, cueste lo que cueste.

Los políticos, ofreciendo soluciones radicales que no funcionan, casi han deslegitimado el modelo democrático. Para la gran mayoría de la sociedad que eligió a un presidente populista, las instituciones democráticas que sustentan el desarrollo de la economía del país, que representan los intereses y libertades de la gente, son tal vez más malas que elegir un caudillo que ofrezca resultados visibles y al que se le puede responsabilizar directamente del resultado de las políticas gubernamentales. Una parte sustancial del país apostó por la solución revolucionaria tipo apache.

Para ello, el caudillo tendrá que allanar el camino dentro y fuera de las instituciones. Con la mayoría en el congreso a su favor, forzosamente intentará desmontar la estructura tradicional republicana hasta liquidarla totalmente en la medida en que pueda eludir los mecanismos parlamentarios para moldear al Estado a su antojo. Podría pasar, de leyes de largo alcance, a convocar a una asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución, si fuera posible. A partir de ahí, se apoderaría de los recursos económicos del Estado y del aparato institucional.

Sólo acaparando toda la autoridad y gobernando por decreto, bajo el argumento de que excluirá a quienes juzga ser los beneficiarios del pasado, le será posible intentar cumplir sus promesas de campaña, desde el gobierno formal. Fuera de las instituciones, aprovechando la rabia contra los políticos, el pobre crecimiento económico, y tanta indignación contra la ineptitud de la burocracia estatal, justificará sus promesas y cubrirá sus falacias movilizando a las masas, organizadas en asambleas populares, y favoreciendo a los empresarios privilegiados asociados al régimen.

Esto sucederá porque hemos olvidado en estas elecciones que la riqueza moderna y la verdadera representatividad de senadores y diputados se crea gracias, por un lado, a una política de desarrollo basada en la libertad de empresa, en un gasto público manejado con rigor, la conquista de nuevos mercados, y en pilares como la educación y el acceso a nuevas tecnologías, y por el otro, a la participación activa de la sociedad civil en las decisiones políticas y legislativas, en lugar de que la Constitución de los mexicanos sea la voluntad del caudillo, donde abdicará la soberanía popular.

agusperezr@hotmail.com

No hace mucho, en una guardería, un niño molestaba a dos niñas. Ya lo había hecho con anterioridad. Nadie había hecho nada hasta que una niña le torció la mano y la otra le jaló el cabello. Los demás niños se acercaron pensando que sucedía lo que en otras ocasiones, pero con la diferencia de que el valor de las niñas envalentonó al resto para maltratar al niño acosador en lo que, según su escala de valores, se podría calificar como linchamiento en el patio de juegos, con lujo de patadas y golpes en el espinazo. Ni qué hablar del enojo de la abuelita del niño.

Y esto fue lo que sucedió en las pasadas elecciones. Mostraron la patente fatiga de la sociedad. Sólo faltaba que un líder se aprovechara de esa fatiga social por las viejas caras de la política, su incompetencia y las fallas de la democracia liberal, para alcanzar el poder como alguien ajeno a la politiquería prometiendo enmendar todos los problemas con una mezcla de candor, buena fe y honradez. Pero atado a sus promesas demagógicas, muchas de ellas, en gran parte irrealizables, tendrá que hacer frente al compromiso y al orgullo de emprenderlas, cueste lo que cueste.

Los políticos, ofreciendo soluciones radicales que no funcionan, casi han deslegitimado el modelo democrático. Para la gran mayoría de la sociedad que eligió a un presidente populista, las instituciones democráticas que sustentan el desarrollo de la economía del país, que representan los intereses y libertades de la gente, son tal vez más malas que elegir un caudillo que ofrezca resultados visibles y al que se le puede responsabilizar directamente del resultado de las políticas gubernamentales. Una parte sustancial del país apostó por la solución revolucionaria tipo apache.

Para ello, el caudillo tendrá que allanar el camino dentro y fuera de las instituciones. Con la mayoría en el congreso a su favor, forzosamente intentará desmontar la estructura tradicional republicana hasta liquidarla totalmente en la medida en que pueda eludir los mecanismos parlamentarios para moldear al Estado a su antojo. Podría pasar, de leyes de largo alcance, a convocar a una asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución, si fuera posible. A partir de ahí, se apoderaría de los recursos económicos del Estado y del aparato institucional.

Sólo acaparando toda la autoridad y gobernando por decreto, bajo el argumento de que excluirá a quienes juzga ser los beneficiarios del pasado, le será posible intentar cumplir sus promesas de campaña, desde el gobierno formal. Fuera de las instituciones, aprovechando la rabia contra los políticos, el pobre crecimiento económico, y tanta indignación contra la ineptitud de la burocracia estatal, justificará sus promesas y cubrirá sus falacias movilizando a las masas, organizadas en asambleas populares, y favoreciendo a los empresarios privilegiados asociados al régimen.

Esto sucederá porque hemos olvidado en estas elecciones que la riqueza moderna y la verdadera representatividad de senadores y diputados se crea gracias, por un lado, a una política de desarrollo basada en la libertad de empresa, en un gasto público manejado con rigor, la conquista de nuevos mercados, y en pilares como la educación y el acceso a nuevas tecnologías, y por el otro, a la participación activa de la sociedad civil en las decisiones políticas y legislativas, en lugar de que la Constitución de los mexicanos sea la voluntad del caudillo, donde abdicará la soberanía popular.

agusperezr@hotmail.com