/ viernes 12 de abril de 2019

El choque de los trenes

Me parece que fue ayer, pero ya han pasado 43 años. Todavía ahora cuando recuerdo el hecho, se me nublan los ojos. Nunca he llorado tan saludablemente como entonces, después del choque de los trenes en Pito Real. Fue un 10 de octubre, pero del año 1976.

Toda la familia García Serrato íbamos en día de campo, al Divisadero Barrancas. Llevábamos alimento para toda la familia. Eran las doce del día. Íbamos cruzando las piedras de Pito Real. Estábamos por llegar. Los señalamientos nos anunciaron que íbamos a cruzar el túnel número 40. Entramos a lo negro del túnel. Era una curva. Vi que venía otro tren por la misma vía. Pensé que íbamos a chocar. Chocamos. El sacudimiento fue infernal. Cosas y personas volaron por los aires. Nuestro vagón quedó a medio túnel. Bajé por la puerta de atrás. Ayudé a toda la familia a salir del túnel. Fue entonces cuando pude regresar a prestar ayuda. Gente herida, algunos muertos, todo revuelto. Me fui dando cuenta de lo fatal del accidente. Yo era el único que estaba entero. Recuperé las cosas de los hijos. Me hice el controlador de la ayuda a los accidentados. La gente caminaba hacia mí, pidiéndome ayuda. La gente sangraba. Pedí a los hombres que me dieran sus camisas. Daba un pedazo de camisa a los heridos para que contuvieran el manar de la sangre. Muchos muertos. Era tanto el dolor, los heridos y los muertos, y tanta mi imposibilitad de ayudar, que se me pegó al corazón una tristeza inmensa, y unas ganas inmensas de llorar. Me separé al monte. Lloré a gritos, hasta que saqué de mí la angustia. Otro tren llegó a dar auxilio a las seis de la tarde. Cargamos a los heridos y a los sobrevivientes. Los llevamos a Creel. Ahí nos esperaba ya un autobús. Era media noche. Sobrevivientes y heridos nos acomodamos en el camión. Llegamos al Hospital Morelos de Chihuahua a las seis de la mañana. Yo seguía auxiliando a los heridos. Cuando nos detuvimos frente al hospital me conmovió que un ejército de doctores y enfermeras nos esperaran con camillas y los primeros auxilios. Entonces me sentí liberado de la responsabilidad. Me quedé sentado en el camión. Y otra vez lloré. Han sido los dos llantos liberadores, más desahogadores de mi vida.



Me parece que fue ayer, pero ya han pasado 43 años. Todavía ahora cuando recuerdo el hecho, se me nublan los ojos. Nunca he llorado tan saludablemente como entonces, después del choque de los trenes en Pito Real. Fue un 10 de octubre, pero del año 1976.

Toda la familia García Serrato íbamos en día de campo, al Divisadero Barrancas. Llevábamos alimento para toda la familia. Eran las doce del día. Íbamos cruzando las piedras de Pito Real. Estábamos por llegar. Los señalamientos nos anunciaron que íbamos a cruzar el túnel número 40. Entramos a lo negro del túnel. Era una curva. Vi que venía otro tren por la misma vía. Pensé que íbamos a chocar. Chocamos. El sacudimiento fue infernal. Cosas y personas volaron por los aires. Nuestro vagón quedó a medio túnel. Bajé por la puerta de atrás. Ayudé a toda la familia a salir del túnel. Fue entonces cuando pude regresar a prestar ayuda. Gente herida, algunos muertos, todo revuelto. Me fui dando cuenta de lo fatal del accidente. Yo era el único que estaba entero. Recuperé las cosas de los hijos. Me hice el controlador de la ayuda a los accidentados. La gente caminaba hacia mí, pidiéndome ayuda. La gente sangraba. Pedí a los hombres que me dieran sus camisas. Daba un pedazo de camisa a los heridos para que contuvieran el manar de la sangre. Muchos muertos. Era tanto el dolor, los heridos y los muertos, y tanta mi imposibilitad de ayudar, que se me pegó al corazón una tristeza inmensa, y unas ganas inmensas de llorar. Me separé al monte. Lloré a gritos, hasta que saqué de mí la angustia. Otro tren llegó a dar auxilio a las seis de la tarde. Cargamos a los heridos y a los sobrevivientes. Los llevamos a Creel. Ahí nos esperaba ya un autobús. Era media noche. Sobrevivientes y heridos nos acomodamos en el camión. Llegamos al Hospital Morelos de Chihuahua a las seis de la mañana. Yo seguía auxiliando a los heridos. Cuando nos detuvimos frente al hospital me conmovió que un ejército de doctores y enfermeras nos esperaran con camillas y los primeros auxilios. Entonces me sentí liberado de la responsabilidad. Me quedé sentado en el camión. Y otra vez lloré. Han sido los dos llantos liberadores, más desahogadores de mi vida.