/ jueves 3 de febrero de 2022

El Códice de Voynich: un gran misterio

“Cosas veredes, Sancho, que non crederes” Miguel de Cervantes (1547 – 1616)

En este manantial eterno del pensamiento humano donde fluye indistintamente una obra literaria, recientemente entre un amalgama compuesta de misterio y de incredulidad, ha emergido para el conocimiento de prestigiados eruditos en lingüística, un pergamino en vitela (piel de animal) que fue adquirido en 1912 por Wilfrid Voynich, un conspicuo coleccionista de libros antiguos dedicado a rastrear documentos desconocidos, quien luego de visitar Roma se trasladó a pocos kilómetros al norte de esta ciudad para arribar al convento franciscano de Mondragone. Fue así como Voynich de nacionalidad lituana quedó estupefacto al tener en sus propias manos este valioso manuscrito de 240 páginas que fue redactado entre 1434 y 1448; quien una vez adquiriéndolo, durante el resto de su vida hasta su muerte en 1930, se dedicó infructuosamente a tratar de descifrar su contenido sin lograrlo.


Todo esto se cierne en un gran velo misterioso pues se cree que Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano, pagó 600 ducados de oro por este códice y, aunque no existe registro de tal operación, lo cierto fue que el manuscrito pasó a uno de sus consejeros: el médico- farmacéutico Jacobus de Tepenec, cuya firma aparece débilmente visible en el primer folio logrando lucrar con ello. Desde entonces ha pasado por varias manos hasta terminar en Voynich (de ahí el nombre del manuscrito), siendo vendido por su familia a la biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, donde es custodiado bajo caja fuerte y estricta vigilancia policiaca.


En el manuscrito se percibe que incluye algunas hojas plegables de distintos tamaños. Las ilustraciones ahí expuestas pueblan la mayoría de las coloridas páginas que incluyen plantas, hierbas, contenedores farmacéuticos, diagramas astronómicos y zodiacales, así como extraños sistemas de tuberías con bañeras que identifican figuras femeninas desnudas plasmadas con pintura obtenida mediante la fusión de varios pigmentos de origen mineral y animal de amplio colorido. Toda una manifestación de mezclas de ocres, óxidos y negros.


El idioma en que está escrita la obra, llamado “voyniches” , obedece la Ley de Zipf al igual que otros lenguajes humanos, pero se distingue por una entropía anormalmente baja. Algunos investigadores hacen suponer sin ofrecer pruebas fehacientes que pudo haber sido obra de Roger Becon, Jhon Dee y hasta Leonardo DaVinci.


El manuscrito Voynich ha sido estudiado por muchos criptógrafos profesionales, lingüistas y aficionados, incluidos descifradores de códigos estadounidenses y británicos de las dos guerras mundiales. Ninguna de las muchas soluciones reclamadas por los escépticos han sido verificadas de forma independiente y el manuscrito continúa aún sin descifrar.


Dentro de todo este embrollo el doctor Gerard Cheshire, profesor de la Universidad de Bristol, afirma categóricamente haber descifrado en sólo dos semanas el enigmático Manuscrito Voynich, utilizando el pensamiento lateral y un poco de ingenio para identificar el lenguaje. La editorial española Siloé, con sede en Burgos, España, está dando los últimos toques para la presentación del documento mediante 898 ediciones para los 5 continentes de tal suerte que infinidad de expertos en filología y demás ciencias ansían tener alguna copia de este extraño pergamino que hasta ahora nadie ha podido leer.



“Cosas veredes, Sancho, que non crederes” Miguel de Cervantes (1547 – 1616)

En este manantial eterno del pensamiento humano donde fluye indistintamente una obra literaria, recientemente entre un amalgama compuesta de misterio y de incredulidad, ha emergido para el conocimiento de prestigiados eruditos en lingüística, un pergamino en vitela (piel de animal) que fue adquirido en 1912 por Wilfrid Voynich, un conspicuo coleccionista de libros antiguos dedicado a rastrear documentos desconocidos, quien luego de visitar Roma se trasladó a pocos kilómetros al norte de esta ciudad para arribar al convento franciscano de Mondragone. Fue así como Voynich de nacionalidad lituana quedó estupefacto al tener en sus propias manos este valioso manuscrito de 240 páginas que fue redactado entre 1434 y 1448; quien una vez adquiriéndolo, durante el resto de su vida hasta su muerte en 1930, se dedicó infructuosamente a tratar de descifrar su contenido sin lograrlo.


Todo esto se cierne en un gran velo misterioso pues se cree que Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano, pagó 600 ducados de oro por este códice y, aunque no existe registro de tal operación, lo cierto fue que el manuscrito pasó a uno de sus consejeros: el médico- farmacéutico Jacobus de Tepenec, cuya firma aparece débilmente visible en el primer folio logrando lucrar con ello. Desde entonces ha pasado por varias manos hasta terminar en Voynich (de ahí el nombre del manuscrito), siendo vendido por su familia a la biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, donde es custodiado bajo caja fuerte y estricta vigilancia policiaca.


En el manuscrito se percibe que incluye algunas hojas plegables de distintos tamaños. Las ilustraciones ahí expuestas pueblan la mayoría de las coloridas páginas que incluyen plantas, hierbas, contenedores farmacéuticos, diagramas astronómicos y zodiacales, así como extraños sistemas de tuberías con bañeras que identifican figuras femeninas desnudas plasmadas con pintura obtenida mediante la fusión de varios pigmentos de origen mineral y animal de amplio colorido. Toda una manifestación de mezclas de ocres, óxidos y negros.


El idioma en que está escrita la obra, llamado “voyniches” , obedece la Ley de Zipf al igual que otros lenguajes humanos, pero se distingue por una entropía anormalmente baja. Algunos investigadores hacen suponer sin ofrecer pruebas fehacientes que pudo haber sido obra de Roger Becon, Jhon Dee y hasta Leonardo DaVinci.


El manuscrito Voynich ha sido estudiado por muchos criptógrafos profesionales, lingüistas y aficionados, incluidos descifradores de códigos estadounidenses y británicos de las dos guerras mundiales. Ninguna de las muchas soluciones reclamadas por los escépticos han sido verificadas de forma independiente y el manuscrito continúa aún sin descifrar.


Dentro de todo este embrollo el doctor Gerard Cheshire, profesor de la Universidad de Bristol, afirma categóricamente haber descifrado en sólo dos semanas el enigmático Manuscrito Voynich, utilizando el pensamiento lateral y un poco de ingenio para identificar el lenguaje. La editorial española Siloé, con sede en Burgos, España, está dando los últimos toques para la presentación del documento mediante 898 ediciones para los 5 continentes de tal suerte que infinidad de expertos en filología y demás ciencias ansían tener alguna copia de este extraño pergamino que hasta ahora nadie ha podido leer.